(La presente editorial fue producida a instancias de la
cátedra de Historia a cargo del Profesor Marcelo Pasalagua – ISET XVIII)
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MUY EN MI auxilio el señor Mariano Grondona ofreció una editorial en el diario “La Nación” (del domingo 13 de Junio) que se titula
“¿Desplaza el fútbol a la guerra, la camiseta a la bandera?”. El tema desarrollado me viene al dedillo para completar el presente trabajo, el cual corresponde a la clase que dicta el Prof. Marcelo Pasalagua de la cátedra de Historia.
Básicamente los puntos de este ejercicio me instan a formular una equivalencia entre el fútbol y el desarrollo de los “estados modernos”. Luego de muchas vueltas, deberé resaltar la facultad editorialista de Grondona, quien, con exhaustivo esmero, consiguió vincular una cosa a la otra, como si también él hubiera seguido la misma consigna que yo (aunque por supuesto que con más éxito). ¿Es, pues, razonable aquello de que “el fútbol reemplaza a la guerra y la camiseta a la bandera”?
La editorial en cuestión señala lo siguiente: “Los griegos, que nos han enseñado tantas cosas desde el teatro hasta la filosofía, también despertaron en Occidente el horror a la guerra y por eso cada cuatro años celebraban los Juegos Olímpicos, en cuyo transcurso competían en vez de matarse. Pero esta genial iniciativa era apenas un descanso, un recreo, en medio de sus innumerables batallas. Hoy, asimismo, los Juegos, así como los campeonatos mundiales de fútbol, se despliegan cada cuatro año, pero esta vez indican, más allá de un fugaz reposo del hábito bélico, el advenimiento de una nueva cultura universal a través de la cual las naciones se esfuerzan por ganar la paz”.
Efectivamente, la pasión por el fútbol es una ingeniosa manera de canalizarse el fuego animal que todo hombre tiene en sus entrañas, por más que algunas veces el desborde de la misma ocasione episodios singularmente lamentables (como ser los adscriptos a todo lo referido a la violencia en el fútbol).
Desde que el hombre es hombre existe la competencia. Es más… hasta podríamos decir que la competencia es algo, incluso, inherente al mundo animal, considerando que también estos mismos compiten ya sea por territorios, hembras, alimentos. Así como el pavo real manifiesta su virilidad desplegando cuán vasto abanico de plumas, de la misma manera el hombre lo hace imponiendo su talento o su fortaleza. También el deporte, y en particular el fútbol, es una manera de sacar a relucir el poderío viril ya no tanto de un hombre como de una sociedad entera, de ahí podemos deducir el masivo apego hacia el mismo.
En la medida que se fue dando el desarrollo de la especie humana, el hombre se abstrajo de aquella tendencia puramente animal que sólo admite un dilema del tipo “cazador-cazado” o “dominador-dominado”. Si bien los actuales tiempos nos tienen esperando por un ser humano aún más desarrollado, la sola comparación de nuestra sociedad con la de trescientos años atrás nos ofrece un planteo sinceramente progresivo. Bastará con recordar, por ejemplo, la abolición de la esclavitud. La formación de los estados modernos transige de forma paralela con la performance superadora de la sociedad en general.
Podríamos decir que al ritmo que la sociedad fue hallando maneras más humanas e ingeniosas de canalizar la fuerza demostrativa de esa virilidad animal, es como los estados naciones se fueron amoldando a un ideal de vida menos cruento y menos propenso a la fuerza como medio de dominación. El hombre está comenzando a darse cuenta que no necesita matar a nadie para asegurarse una subsistencia, un territorio, una identidad y una familia. Ergo, es el mismo hombre que complementa el transcurso de los estados nacionales.
El fútbol, tanto como deporte y como arte, es la expresión más masiva y pintoresca con la que hoy por hoy las distintas sociedades pueden hacer flamear sus identidades, sus genialidades, sus estoicidades y hasta sus particularidades más intrínsecas. Es la forma en que un país puede decirle al mundo no sólo “aquí estoy yo” sino además “así soy yo”. El fútbol es, pues, un medio más que la población tiene para enviar un mensaje y sentar un testimonio; es también un medio de comunicación. No en vano la revolución del fútbol se dio en un siglo puntualmente caracterizado por los avances audiovisuales.
Por supuesto que no todo es color de rosas. El fútbol, visto como un comercio, se retrotrae un tanto de cuanto venimos diciendo y coloca nuevamente al humano en la vidriera de lo vendible, lo usable y lo descartable. Aquel furor de la nacionalidad se insinúa entonces como una ilusión grosera de las masas, totalmente descomprometida de los asuntos intestinos que precisamente erigen al fútbol ya no como una pasión sino como una industria. Cada jugador es, pues, más que un referente una "marca", y su figura la vemos más veces publicitando una máquina de afeitar que plasmando una gambeta.
Es que, como en la vieja fábula de la rana y el escorpión, está en nuestra naturaleza humana el resabio animal por el cual la vida del prójimo es estrictamente funcional a nuestro intereses particulares que a nuestras aspiraciones idealistas. Si bien el fútbol ayuda para elevar la consciencia de nacionalidad, por otro lado nos conmina a seguir recreando el dilema "dominador-dominado" que aceptamos conformes y hasta contentos.
Alguien dijo por ahí que "la democracia es el arte de hacerle creer al hombre que es libre", y si bien dicha afirmación nos catapulta a una existencia tan crédula como pigmea, es también cierto que una de las cosas más hermosas que han sucedido en la historia del mundo es - precisamente - la masiva creencia de que, a pesar de todo, la democracia es la forma de gobierno más justa que existe. Algunos países pueden atestiguar mejor que otros la eficacia de esta conclusión, por cierto, en tanto que a otros les resta "disputar algunos partidos más" para alcanzar la satisfacción que provea una vida en plena democracia.
Conjuntamente con el desarrollo audiovisual advino una larga época que ha dado que hablar a miles de pensadores, y si bien las miradas al respecto son bien distantes las unas de las otras, todos concuerdan a la hora de calificarla como la "era de la globalización". Según para quien, tanto la mayor virtud como el peor efecto de dicha globalización redunda en la atenuación de las fronteras nacionales, y con ello mismo el desgaste inminente de la propia nacionalidad. Si bien los más intelectuales puedan juzgarme como fetichista, precisamente al fútbol le debemos nada menos que la restauración de ese sentir nacional en parte atenuado por el transcurrir progresivo de la globalización; es nuestra forma de aferrarnos a lo más profundo de nosotros mismos, nuestra más cara satisfacción de generar el "sentido de pertenencia" que tanto importó e importa a la formación y el mantenimiento de un Estado Nación.
Muy ingeniosa, entonces, la publicidad aquella que afirma que "cuando juega la Selección, jugamos todos"; acaso pocas veces en la vida se han dicho verdades más inexorables que ésa. Gracias a fútbol toda nuestra fuerza está en juego, todo nuestro arte y toda nuestra identidad; al fin tenemos la oportunidad de estar a la misma altura que cualquier otra nación en el mundo, al fin podemos medirnos con las mismas reglas y los mismos rigores. No hay Banco Monetario Internacional que asfixie a algunos en beneficio de otros; no hay tanques de guerra ni submarinos atómicos que amenacen la soberanía de ningún pueblo; no hay dolor ni corre la sangre. Sólo el clamor de millones de personas recelosas de hacer rodar lo mejor de un pueblo, de un estado y de una nación en noventa minutos de pura pasión y adrenalina, porque por más comercio que haya de por medio el fútbol persigue un objetivo de sana justicia y fino pragmatismo: ¡QUE GANE EL MEJOR!
Es la hora de aprovechar que hasta las mujeres están compentradas con el fútbol igual que los hombres (aunque no pidamos tanto como el hecho de que entiendan igual que nosotros la ley de la posición adelantada). Es hora (¡al fin!) de ignorar todas nuestras estúpidas diferencias y de sumarnos a una sola voz universal. Es hora de atragantarse con el corazón en la boca; es hora de apretar bien las manos e incluso de rezar. Es hora de meter la mano en la historia no para escarbar donde duele sino para rescatar todo aquello que pudimos ser y que somos y que vamos a poder ser. ¡Es hora de ser un país y de ser una Nación! ¡Al fin llegó el día en que "todo el país sea un puño apretado " al grito de
VIVA EL FÚTBOL, VAMOS ARGENTINA!
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