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¡PROHIBIDO HABLAR DE CINE!


¡Otra vez se armó la gorda porque dije que "El Secreto de sus Ojos" es malísima! Siempre se ha dicho que Argentina es un país en donde no se puede hablar ni de fútbol ni de política; a esto deberemos sumarle que tampoco se puede hablar de cine.
     Pero aquí no vamos a discutir de si "El Secreto de sus Ojos" es buena o mala (si quieren, lo dejamos para otra ocasión). Voy a tocar un tema que nunca nadie tocó antes, y que quizás por lo mismo constituye una de mis tantas obsesiones escorpianas (aclaro que no creo en la astrología, pero... ¡qué bien que suena eso de "obsesiones escorpianas"!).
     ¡Me pasa siempre! No se puede hablar de cine... Al más mínimo desacuerdo, ¡zaz! Excomulgado del elevado círculo de cerecitas cinófilas (en realidad, es "cinéfilo", pero todo el mundo dice "cinófilo"). "¡Fuera de acá, traidor de la especie humana!". "¡Hereje!". Bué... si aquí expusiera una lista de los anatemas que suele endilgárseme por cada vez que "deslizo" alguna opinión sobre alguna película que precisamente no sea de mi agrado... creo que el mismísimo Hitler se levantaría de su tumba patagónica sólo para darme el trofeo a la criatura más aborrecida. "¡Ah, basuren...!" me diría. "¡Mente podriden!". Es que... en la vida uno se va dando cuenta de ciertas cosas, aunque no en tiempo oportuno. Una breve lista al respecto:
     * A una mujer nunca le digas gorda o rellenita;
     * A un hombre nunca le digas feo o que se peina mal;
     * A una persona nunca le digas que la película que tanto elogia es una porquería.
     Sobre el último ítems versa la flagrante editorial.
     He comprobado que dentro de una discusión en materia de cine se ponen en juego los más agudos destellos intelectuales de las personas, como si las mismas volcaran, pues, todo el potencial neuronal del que disponen. Ergo, decirles que la película que les quita el sueño es una payasada termina siendo equivalente a despojarlos de todo aquel aura de fina inteligencia gracias al cual Dios, desde lo alto, los aprueba rechoncho y satisfecho, mientras que sus fieles corazones prorrumpen "Señor Dios, aquí me tienes... Defendiendo la integridad intelectual de lo que queda de la especie humana blanca y sexualmente atractiva".
     Es que hay un punto preciso responsable de todo este conflicto demencial: la gente. La gente que no distingue una cosa de otra, la gente que mezcla los tantos, la gente que llora por las víctimas de Haití mientras que en una muñeca tiene una gota de Kenzo y en la otra una gota de Tommy Hilfiger.
     Pero increíblemente yo no tengo nada contra la gente (bueno, sí... tengo todo contra la gente). Lo que quiero decir es que la gente está confundida. Cuando una persona dice que una película es mala no está diciendo que está mal que esa película les guste o que es un reverendo tarado por haberla mirado (conclusión a la que se llega mediante el menudo proceso de pensamiento gracias al cual se deduce que si yo digo que fulano es tarado por mirar tal película es porque yo también la miré, - si no, no podría decirlo - por lo tanto yo también soy tarado... y no, no da... no da decirse a sí mismo que uno es un tarado).
     Generalmente la gente dice "sí, me gustó" o "no, no me gustó", y como bien reza el refrán, "sobre gustos no hay nada escrito", de manera que cuando yo hablo de cine jamás me refiero a la cuestión de gustos. Entonces, lo más honesto sería distinguir dos dimensiones de diálogo al respecto de las películas: una, donde están los que hablan de gustos; otra, donde están los que hablan de si tal película es "buena o mala".
     Honestamente, yo reconozco que a mí me gustan muchas películas que en realidad son malas. A mí me encantan, por ejemplo, las películas de Stallone, pero reconozco sin problemas que casi todas son pésimas, ya sea por el argumento simplista que las completa, porque otra vez la raza blanca es la buena y los vietnamitas los malos, porque Rambo tiene más cara de travesti que de héroe de la patria, etc. Y, naturalmente, yo no tengo nada contra la gente que pierde su tiempo mirando cine de cuarta, y por la muy sencilla razón de que yo también suelo perder mi tiempo mirando películas así o bien dedicado a otra actividad intrascendente, como ser jugar al Zuma o estudiar para algún examen de Periodismo.
     La gente debe saber distinguir entre un criterio cuantitativo y otro cualitativo al respecto del cine. Una cosa es hablar desde una óptica emocional o subjetiva y otra muy disimil es hacerlo a partir de un criterio técnico y objetivo. Es equivalente a que si Juan le pregunta a Pedro si esa pared es blanca o negra y Pedro le responde que la pared es dura; es decir, le responde con algo que no viene al caso. Le responde, entonces, con otro criterio.
    "¡Ah, pero vos qué sabés! La película ganó cinco Óscares y vos decís que es mala. Vas a saber más vos que los que le dan los Óscares..." (el acento en la "o" es un capricho mío). Argumentos así me parecen, precisamente, originados a partir del más tierno criterio, ya que la importancia que en mi vida tienen los hacedores de dichos premios es más bien nula que cualquier otra cosa, en tanto que es bien evidente que la gala del Oscar no es otra cosa más que la continuación o el redondeo de aquel negocio millonario en que Estados Unidos florea su estilo de vida liviano y a la vez guerrero.
     Y repito: el problema somos nosotros. La especie humana es el problema. Mezclar las cosas es inherenente a las personas. La gente asume con ánimos de certeza aquello que se origina nada más que en la credulidad, mientras que, por colmo, es muy usual encontrarse con alguien que relativice cuestiones científicas o tradicionales. Solemos aferrarnos ciegamente sobre creencias, mientras que renegamos a menudo de razones criteriosas. Por los siglos de los siglos el tema más difícil de tratar fue la religión: la gente no está dispuesta ni remotamente a poner en tela de juicio aquello en lo que cree. La ciencia, que es exacta, todos los días está cambiando; la credulidad, que es vaga y antojadiza, no cambia ni a palazos.
     Entonces, lo mejor es no hablar de cine. No tiene sentido pelearnos por algo así. Hay que entender que por más vuelo intelectual que se le quiera dar a la cosa, la gente va al cine a entretenerse; a divertirse. No va filosofar, o al menos a poner a trabajar el sentido crítico (que en muchos casos duerme soberanamente desde la vez que votaron a Menem o a Cristina). "Telefe" o "Canal Trece" ya le han llenado la cabeza con que la película por la que pagaron hasta quince pesos es poco menos que el desvelo de todos los misterios del universo. Es en vano explicarles que si bien no está mal que la película les haya gustado, la misma deja algunas cositas que desear en las cuestiones técnicas. La gente nunca va a entender, por ejemplo, que "está medio sujetada con un chicle la parte en que la protagonista se da cuenta que el imputado es un violador porque este mismo le mira el busto" porque no habría hombre que no fuera violador y ya nos podemos imaginar que no hay violador tan estúpido que se venda a sí mismo por mirarle el busto justamente a una fiscal.
     La gente no quiere entender, es feliz así como es. Y está bien que sea así, si acaso buscó distraerse en aras de una ficción cualquiera; los equivocados somos nosotros, que no podemos hacerle la vista gorda a hechos que, en definitiva, se fundaron en la picardía de un director de cine. De modo que hay que dejarlos que hablen, y que crean en sus cosas, en sus dioses, en sus Francellas y en sus Óscares... O bien, ser inteligentes (no ser un desesperado por opinar como yo): antes de hablar, observar la perspectiva desde la cual está hablando la persona que tenemos enfrente (si habla de gustos o de calidad), y de esta manera - si es necesario - aportar un argumento que esté más o menos a la altura de las circunstancias, aunque para eso tengamos que agacharnos un poquito.


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