Nuestros políticos tienen la obligación de saber bien no sólo lo que hacen "los países desarrollados" sino también las razones interiores e históricas que los llevaron a hacer lo que hacen. No es cuestión de copiar al voleo.

Otra de las “geniales” frases que suelen emplear políticos y politólogos al momento de encuadrarse, desesperados, dentro de lo políticamente correcto: “Imitemos lo que hacen países más desarrollados que el nuestro”. De ahí que algunas posturas se auto procuren un vago aire de inobjetabilidad, como ser aquellas complacientes con la despenalización del aborto y la droga, con el proteccionismo económico (siempre anacrónicas estas posturas), con el “estado mínimo” (siempre infantiles), con la estatización y, obviamente, con la privatización. Siempre se hace lo que – se dice – otros países han hecho para que les vaya bien.
Ahora último, un nuevo paradigma inobjetable: la votación a partir de los 16 años, y todo el mundo, entonces, blandiendo una larga perorata de geografía política con ejemplos de lo más descabellados: que el Brasil ya permite votar antes de los 18 – aunque la edad de responsabilidad penal es a los 12; que en Cuba (una de las más totalitarias dictaduras del mundo) los jóvenes votan a partir de los 16 – siempre y cuando pertenezcan al partido comunista (¡qué democráticos!).
Parece ser que todo se fundamenta porque ya otros lo hacen,
y por tal motivo lo mismo es digno de imitación. Lo que sorprende es que tanto
políticos como politólogos “recién se enteran” de lo que otros países vienen haciendo
sino desde siempre al menos desde bastante tiempo atrás, lo cual ciertamente
desbarata el “descubrimiento” de un remedio para nuestros malestares actuales.
La descontextualización imperante de todos los discursos evidencia la pobreza y
el espíritu de improvisación de nuestros ideólogos salvadores: “En Holanda la droga se vende en almacenes”,
suele escucharse, pero ignoran que Holanda es un país cuya organización y
logística, por ejemplo, permite en menos de una hora rodear con naves de combate
un avión de línea que se presume víctima de terroristas, mientras que en
Argentina el gobierno se ha ensañado tanto con nuestras FF.AA. que las ha
tornado operativamente irrelevantes. Allá te pasás de la raya y vas preso y no
hay santo a quien rezarlo; acá te pasás de la raya y sos congresista, ministro
o presidente.
IMITAR
Imitar – más allá de repetir – plantea un distanciamiento
importante con el objeto de referencia (Cuba, Brasil, Holanda); es observar lo
que sucede en otro lado a través de un larga vistas. Imitar también es reflejo
de desconocimiento y desinterés al respecto del objeto contrastado con la
referencia. El que imita no sólo desconoce lo que hace – a – la persona imitada
sino que tampoco sabe o atiende la problemática de la persona imitadora (él
mismo, por caso).
Imitar es copiar, lisa y llanamente. Es robar una idea, un
modo, un estilo. Como todo objeto robado, la imitación naturalmente pierde
valor en el “mercado” de las ideas y soluciones; no apareja nada novedoso. Imitar es improvisar, dar
muestras de escasa iniciativa y nula predisposición. El que imita generalmente
utiliza el móvil de la envidia y la jactancia; no le importa resolver sus
problemas sino disimular el propio vacío y “zafar” por un tiempo. Nuestros
doctos políticos siempre hablan de imitar.
EMULAR
En otro sentido, existe una palabrita que si bien suele postularse como sinónimo de imitar, más bien debería entenderse como antónimo de lo mismo. Ya verán por qué. Se trata del vocablo “emular”.
En otro sentido, existe una palabrita que si bien suele postularse como sinónimo de imitar, más bien debería entenderse como antónimo de lo mismo. Ya verán por qué. Se trata del vocablo “emular”.
Emular es establecer un acercamiento pormenorizado con la
referencia; es observar lo que ocurre a través de una lupa. Lógicamente, se
evidencia el esfuerzo investigativo del emulador como asimismo el vasto bagaje
que lo inquieta a un conocimiento más fino y preciso. El que emula reconoce las
causas intrínsecas que explican el actuar de la referencia y las contrasta con
las razones, posibilidades y ambiciones que ilustran la propia problemática.
Emular es seleccionar qué nos corresponde y qué nos conviene
aprender de la experiencia ajena. Es adaptar una idea, un modo o un estilo a
nuestras propias circunstancias y exigencias, por lo que queda revalorizado
nuestro empeño toda vez que supone una mejora de la idea original. Emular es
eso mismo: mejorar, repensar, ambicionar una solución concluyente. El que emula
utiliza los móviles de la admiración, la aptitud y la competencia; no le
interesa tapar agujeros por un tiempo sino evitarlos para siempre.
CONCLUSIÓN
Ricardo Rojas, autor de “El Santo de la Espada” (una
infantil aunque bienintencionada biografía de nuestro máximo prócer), nos habla
del sentimiento de “emulación” en los pechos de aquellos jóvenes (San Martín,
Alvear, Bolívar…) que se alistaban en la lucha por la independencia. Había
vocación de ser el mejor, de ser el que más hiciera por su patria, más allá de las particularidades personales y coyunturales entre ellos mismos.
Había competencia. La mayoría propugnaba por librarnos del dominio español; había
un propósito noble. Había un “propósito”. Y quizás ésta sea la máxima
diferencia entre imitar y emular: tener un propósito.
En fin, deberían nuestros políticos recurrir cada tanto al
diccionario y estilizar un poco el habla, más allá de que obviamente tienen la
obligación de saber bien no sólo lo que hacen los
“países desarrollados” (como
Cuba, Guatemala, Irán) sino también las razones interiores e históricas que los
llevaron a hacer lo que hacen (Brasil, Holanda). No es cuestión de copiar al boleo. Tenemos la mala costumbre de “copiar”
las bagatelas de otros países (ambientes libres de humo, casamiento entre
hombres) pero ni nos acordamos de mencionar al menos las cosas que
verdaderamente generarían cambios estructurales (justicia independiente – USA –,
baja de la edad de inimputabilidad – RU).
Usemos el larga vistas para la caza, el teatro, la playa…
pero a la hora de buscar soluciones a nuestros conflictos apuntemos con el
lente de la lupa (acerquémonos al objeto de estudio) y aprendamos que todo
aquello que sucede en el mundo tiene una razón de ser, y que quizás sea eso lo
que debiéramos tratar de adoptar antes que imitar medidas tan superficiales
como intrascendentes. Por más duro que suene, de nada sirve que nos vistamos
como caballeros si por dentro seguimos siendo unos gauchos atrasados; a ningún
lado nos llevará copiar a los demás si interiormente no contamos con un
propósito grande y verdadero.
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