¿Y qué es investigar? Simple: investigar es ir tras la fuente. Y no nos compliquemos más. Investigar es simple y solamente eso. Pues bien… otra pregunta… ¿qué es “ir tras la fuente”?
Debo enunciar esta acepción desesperada: ir tras la fuente es poner un pie repetidamente delante del otro por aquella senda que en Argentina conocemos como
vereda pero que en el resto del mundo hispanohablante se entiende como
acera, en un proceso que el común de la gente puede entender como
caminar o, si el paso es apresurado, como
trotar o
correr. Eso es “ir tras la fuente”: ir de un lado a otro conociendo hechos, entrevistando gente, buscando testimonios, derribando mitos, revirtiendo prejuicios (propios y ajenos), tendiéndole la mano al empresario, abarcando la problemática del sindicalista. “Ir tras la fuente” es ir tras aquello que fundamenta nuestras suspicacias, lo que anima nuestro
espíritu investigativo. ¡Ojo… no estoy tan loco con lo que digo! “Investigar” viene del latín y se descomprime en ‘in’; ‘vestigare’, lo cual equivale a “ir tras del vestigio”, “en pos de la huella”, “en busca de”. ¡Precisamente!
Aquí mismo es donde debe intervenir el docente, ofreciéndole las herramientas de trabajo antes que saturarlo con teorías estrafalarias que sólo adelantarán ese porrazo sin retorno que le espera en la profesión. Es cierto que un periodista “critica”, y que cuando lo hace sus críticas incluso pueden ser denuncias que hasta pueden llevar a la cárcel a una persona. Ese mismo periodista que “critica” y que nosotros admiramos, para darse a la tarea de criticar ha tenido necesariamente que sortear un largo trecho de años de trabajo y – ahá – de investigación. En resumen, ha debido pacientemente fraguar su propio prestigio.
Por propia experiencia puedo afirmar que para darnos a la tarea de sentar nuestros cuestionamientos sí o sí debemos hacernos de cierto “prestigio”. Un periodista sin prestigio que critica es un papelón andante, una voz sorda cuya credibilidad será el hazme reír de sus detractores (si es que tiene la suerte de tenerlos). La investigación, entonces, deberá asumirse como la columna vertebral del periodismo, como aquel costal de huesos vitales para la credibilidad y el consiguiente prestigio por venir.
No obstante, si consideramos que actualmente el joven alumno pasa todo el tiempo de su vida estudiantil aplastando el trasero sobre un banco de un aula, achanchándose cual Homero Simpson sobre su sillón de siempre, muy pero muy (¡pero muy!) obviamente estamos en condiciones de decir que el plan de estudio en cuestión más cerca está de engendrar “un panzón lento y aburrido” que un investigador o un periodista rico en perspicacia e inquietudes. Justamente, estas dos cositas celestiales son las que vienen de fábrica en el buen muchacho y que explican nada menos su arribo a la Carrera de Periodismo, sagrada instancia en donde debería ejercitarse y perfeccionarse aquella vena investigativa que lo empuja desde lo más profundo de su destino. Entonces, sentar al alumno en un banco miserable durante tres, cuatro o cinco años es equivalente – suene lindo o suene feo – a cortarle las piernas, taparle la boca y cerrarle los ojos.
La visión de Oppenheimer sobre los periodistas actuales
En Agosto de 2006 tuve la oportunidad invalorable de presenciar una conferencia del periodista argentino
Andrés Oppenheimer en la Bolsa de Comercio de Rosario, que prestaba sus instalaciones para el desarrollo del XIV Congreso de AAPRESID (Asociación Argentina de Productores en Siempre Directa). Los temas abordados por Oppenheimer rondaron acerca de la escasa inversión en educación y tecnología como así mismo la poca atracción de capitales extranjeros de los gobiernos latinoamericanos. Pero hubo una cosa de todo cuanto dijo que requirió más finamente de mi interés en particular, y tuve también mi ocasión de entrevistarme luego cara a cara con él a este mismo respecto (en aquel entonces oficiabo yo como notario de una emisora radial de la ciudad).
Resulta que el conductor de “Oppenheimer Presenta” y columnista del Miami Herald, en cierto momento de su discurso, se las agarró contra los mismos periodistas actuales, a quienes les reprochó estar más abocados a los “escandalitos” y demás frivolidades políticas en tanto que no atienden los grandes escándalos que “son el atraso educativo, el atraso científico-tecnológico, la miopía que genera la no atracción de inversiones, que las universidades nacionales subsidien a los ricos y castiguen a los pobres, el hecho de que en países comunistas como China estén dictando inglés obligatorio en las escuelas antes que ocurra lo mismo en países como Argentina y México… Esos son los grandes temas que tendrían que estar en la primera plana”. Finalmente, Oppenheimer puntualiza, ante mi insistencia sobre el tema: “Somos cómodos (los periodistas). Si viene tal político y nos dice ‘vamos a dar una conferencia de prensa’, vamos a eso. Es más fácil eso que hacer una investigación sobre, por ejemplo, calidad universitaria”.
¡Caramba… que no lo digo yo solo, también lo dice el mismo Oppenheimer! ¿Y a qué otra cosa se debe, entonces, aquella falta de vigor del actual periodismo más que a una simple cuestión de formación académica? ¿Le vamos a echar siempre la culpa a la relativa existencia de la libertad de expresión? ¿A que los medios de comunicación son llanamente empresas abocadas a la venta de publicidad y que por lo mismo no le interesan los “grandes escándalos” que señala Oppenheimer? ¿A que el gobierno censura o ataca a sus críticos? ¡Ya basta con ese cuento para perezosos! Se debe todo, todos los males del periodismo, se deben al mismo periodismo, que no cuenta con un cimiento sólido, una técnica ágil y una dirección pragmática de sus postulados generales.
Repito: todo aquel que se alista para estudiar Periodismo es porque cierta chispa interior de inquietud y genialidad pugna por realizarse plenamente mediante el ejercicio periodístico. Bien… Valga este ejemplo: si yo agarro a un campeón de atletismo con cuerpo escultural y lo siento durante tres años sobre una banqueta… el día que se quiera levantar va a precisar que alguien lo ayude porque toda su atlética humanidad resulta que va a estar convertida en una babosa derretida sin fuerza ni cintura. ¡Con el estudiante de Periodismo pasa exactamente lo mismo!
Si yo agarro a un joven idealista con ganas de hacer algo para construir un mundo mejor y lo siento tres, cuatro o cinco años en una banqueta y me la paso hablándole pestes de los medios, de las empresas, del capitalismo, del gobierno, de la oposición, de la Iglesia, de la economía, de los periodistas, en fin, del mundo en general… muy, pero muy (¡pero muy!) obviamente voy a estar diezmando e incluso extinguiendo ese fueguito inocente con el que el joven advino primeramente al Periodismo.
Resultado: en tres años vamos estar largando a la calle a un exacerbado devoto del onanismo antes que a un señor Periodista con deseos de investigar, de ir tras la fuente, de creer en sí mismo, de aguantar cuanta adversidad exista, de pelearse contra todo el mundo con tal de no defraudar ese destino inexorable que es el amor a la verdad.
Ya en el artículo
“Dónde –precisamente- se aprende a ser periodista” instamos a que los colegios se esfuercen por evitar ese
“acostumbramiento a no vivir” que es vivir dentro de cuatro paredes, frente de pizarrón, de una PC o de un televisor, y que constituye la pereza del periodista que señala Oppenheimer más arriba.
¿Qué debería hacer el docente?
En realidad (y gracias al Altísimo) no existe una teoría precisa al respecto de investigar. Lo que sí existe es la manera de “canalizar” esa ‘vena investigativa’ – por llamarla de algún modo – responsable como ya dijimos de que el joven se adscriba para hacer Periodismo. Pero claro... lamentablemente no podemos instar una forma “general” de canalizar las particulares ambiciones de los jóvenes actuales. Se impone, pues, el auxilio de la genialidad del señor docente (no me referiría a ella si no estuviera convencido de que cada docente está a la altura de las circunstancias y mucho más todavía).
Precisaré una menuda anécdota que seguramente servirá de ejemplo.
Cuando yo era chico – cuarto grado de la primaria – me gustaba dibujar lo mismo que soñar con vampiros. Era de los más displicentes a la hora de corresponder los ejercicios que la “seño” María Rosa Infante arbitraba gustosamente. Dibujar, para mí, no tenía sentido. Pero hubo una vez que las cosas definitivamente iban a cambiar para mí. Fue el día que, luego de presentar un trabajo, la maestra lo aprobó con un 7. “¡Vamo’, todavía…! ¡Aprobé!”, espeté yo, niño, sí, pero guaso como una damajuana.
Nunca voy a olvidar, entonces, el soslayo filoso y cortante con el que la maestra María Rosa se metió en mi vida. Me reprochó, con fina suficiencia: “¿Con tan poco te conformás?”. Hasta el día de hoy yo no sé cuáles fueron las sensibles hebras de mi espíritu que aquellas sabias palabras consiguieron estremecer, pero desde entonces he sido siempre uno de los más notables alumnos de la clase de Dibujo, tanto en el primario como en la secundaria. Tal es así que durante mucho tiempo la “seño” María Rosa exhibió siempre los dibujos míos como modelos para sus otros contingentes de niños, y que seguramente aún debe atesorar con cariño en algún lugar de su casa. Es simple: la maestra de dibujo “me hizo descubrir el sentido de dibujar”.
¡Eso mismo! ¡Ahí está la clave! El docente debe asumirse como un rayo de luz sobre la consciencia del alumnado, mucho antes que como un cieno de más oscuridad y descreimiento. El docente debe alumbrar, con su experiencia y sabiduría, el desarrollo del joven alumno. ¿De qué sirve insistir toda la vida con que la libertad de opinión no existe, con que
Clarín monopoliza la vida del mundo, con que los medios son perversas empresas, con que si no aprueban la Ley de Medios va a aterrizar una legión de alienígenas y a uno por uno nos van a copular a todos? ¡Para qué demonios insistir con que la vida es una porquería y que desde que murió Marx ya todo está perdido! ¡Para qué diablos hinchar tanto con la bendita Ley de Medios! ¡El periodista más que Ley de Medios necesita educación… buena educación! ¿De qué nos va a servir la susodicha ley, si somos unos Homero Simpson que sólo pensamos en tomar cerveza y ver televisión?
YO PROPONGO que entre todos los alumnos del país juntemos dinero para regalarles a nuestros profesores unas buenas vacaciones en las Islas Canarias, Aruba o Hawái, así vuelven bien amigados con la vida, con ellos mismos y con todos nosotros; así se desnudan un poco de ese vago progresismo gremial y se vistan con algo de amor al progreso (además de que se merecerían un gesto así de parte nuestra tras el enorme sacrificio que significa dar clases en este país). YO PROPONGO que nos acerquemos un poco a los empresarios antes que criticarlos denodadamente, para entonces hablar con conocimiento de causa si son tan buenos como algunos dicen o si son tan hijos de perra como constantemente se martilla en los colegios públicos. YO PROPONGO que por las dudas de que nos muerdan todos tengamos a mano una vacuna antitetánica. YO PROPONGO que antes de hablar al divino cohete clases enteras nos demos a la tarea de investigar un poco; pero investigar de verdad, con los alumnos yendo de un lado a otro, la cinta lista para grabar, la diestra ágil a la hora de plasmar nuestras experiencias y nuestros juicios al respecto. YO PROPONGO que el docente asuma un rol de incansable motivador, que sea el espejo de las ganas que siempre tiene un joven de ayudar para un mundo mejor. YO PROPONGO que los colegios se esmeren por canalizar la potencialidad con la que las personas arriban al periodismo, por “descubrirle al alumno el sentido de investigar”.
Insisto: sería ocioso instar alguna teoría de investigación porque cada caso a investigar tiene sus propias particularidades y porque cada persona envuelve sus propios métodos. Lo que hoy está flojo en el alumno es, nada menos, que ese espíritu investigativo (ir tras la fuente, tras la huella, tras del vestigio), acaso diezmado por el “acostumbramiento a no vivir” que nos plantea el estilo de vida actual, la excesiva permanencia dentro de las aulas y los temas de estudio harto aburridos, insignificantes y desmoralizantes (cosa de la que ya nos ocuparemos en el artículo
“El esfuerzo sádico-depresivo de la actual literatura periodística”). Por supuesto que soy consciente de lo desmoralizante que debe ser, en algunos casos, enseñar Periodismo a gente que no tiene ni la más remota idea de lo que es justamente el periodismo, y que en muchas ocasiones no saben escribir con menuda corrección o, como sucedió ahora último, no puede explicar cuál es la diferencia entre "Estado y Nación" (lo cual será tema de otro artículo de este blog). Pero... ¿tan fácilmente nos vamos a dar por vencidos? Se trata, pues, de que la educación sea PROGRESIVA antes que regresiva. En resumen:
¡ES PRECISO QUE EL ALUMNO DE PERIODISMO ESTÉ PROFUNDAMENTE INTERESADO SOBRE LOS ‘GRANDES ESCÁNDALOS’ LATENTES EN NUESTRA SOCIEDAD! ¡Basta ya de densas teorías emanadas no tanto de una preocupación en sí como de un espíritu de tangible ociosidad! ¡Basta de insistir con que los medios son empresas perversas y por tal motivo están poco interesadas al respecto de la libertad de expresión y la problemática real de la sociedad! No digo esto porque no fuera verdad, por supuesto… lo digo porque por más que este mundo haya sido, sea y continúe siendo una porquería, en definitiva, NO LO ES EL CORAZÓN DEL ALUMNO, y que muy posiblemente se adscriba al periodismo por una cuestión de resistencia de los males actuales. ¿Qué sentido tiene el periodismo sin el espíritu de investigación de los periodistas? ¿Cómo agilizar y perfeccionar a este mismo si no salimos del aula ni para ver si llueve? ¿Se puede hacer periodismo sin el deseo de cambiar el mundo? ¿Se puede cambiar el mundo no haciendo otra cosa más que calentando el traste en un banco?
El periodismo es más investigación que periodismo, totalmente. Es ganas de saber; curiosidad en sí; movilización y duda. Es desear un mundo mejor y hacer algo respecto. Es salir a la calle, empaparse de vida y de realidad. Es resistencia y estoicidad. Por todo esto, a las personas que hoy día transigen de acuerdo con la actual manera de enseñarse y resarcirse el periodismo – ya sean periodistas, profesores o alumnos – yo les pregunto, si es que piensan que quien subscribe está loco o exagera:
“¿Con tan poco se conforman?”.
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