La gente es blanda, y se confunde. Quizás, la riqueza de nuestro idioma haga que todo aparezca entremezclado…
¡Ay…! ¡Ayyy…!
Muchachos… ¡había que tener ideales…! ¡No ideologías!
…
Los ideales son nuestros. Las ideologías, ¡son de otros!
Los ideales nos alimentan. Las ideologías, las alimentamos.
Los ideales son para siempre. Las ideologías son siempre del pasado.
Los ideales son elevados; no son para cualquiera. Las ideologías son “rastreras”; cualquier rata hace sombra en ellas.
Los ideales liberan al hombre; las ideologías recluyen al mundo.
Los ideales nunca se vencen. Las ideologías, todas… están podridas.
¡Los ideales definen un rumbo, plantean una meta, constituyen el sueño inefable de un hombre de bien!
Las ideologías van de un lado a otro, carecen (por tanto) de norte alguno… y son el tibio consuelo de aquellos que ya no tienen sueños.
…
Entonces, amigos… ¿qué es lo prefieren? ¿Prefieren TENER ideales o PERTENECER a ideologías?
Nada reduce tanto a una persona como asumirse portador de una ideología (¡sea cual fuere!). Y nada eleva tanto a un hombre… como seguir marchando, inconmovible… según dicten susPROPIOS IDEALES.
Tanto el gobierno como la gente por lo general toman posición contra las empresas monopólicas. El ataque “verbal” contra las mismas desde el ámbito político es habitual y los fundamentos son válidos, pero es increíble que estos mismos funcionarios no hagan mención al más importante y peligroso de todos.
Actualmente el Estado maneja un sinfín de empresas que van desde señales de televisión, radios, correo, servicio de televisión digital, fábrica de aviones militares, etc. En éstas y muchas otras actividades el Estado compite con empresas privadas, que a pesar de ser deficitarias – en el primer caso – al menos deja la opción de libre elección – en el segundo – ya que podemos cambiar de canal o enviamos nuestras cartas a través de otra empresa.
Si bien es importante destacar esto anterior, también es muy difícil y lógico que un funcionario se ocupe y cuide de la empresa como si fuese suya.
Más allá de esto, a lo que me quiero referir es los monopolios estatales. Estos son los que no dejan alternativas al consumidor/usuario más que una sola. Y sin mencionar un dato no menor que es la facilidad de hacer negocios personales – en otras palabras corrupción – a costa de la empresa y los usuarios. ¿Se imaginan a un empresario contratando servicios más caros a los que tiene acceso? ¿Cuál sería el objetivo de semejante estupidez? Esto sólo se da cuando el dinero no sale del bolsillo propio.
¿Cómo podemos pensar que el Estado vaya a hacer eficientemente una tarea para la que no está capacitado? Los resultados están a la vista con ejemplos como Aerolíneas Argentinas. Hace unos días a la línea de bandera se le condonaron deudas entre otras impositivas, además de que las pérdidas diarias son millonarias. Es claro que esto no es gratis, lo pagamos todos. Obviamente que los privados no tienen este privilegio, por lo que también es un caso de competencia desleal.
¿Se imaginan una empresa privada quedando exenta de deudas tributarias? ¿No sería eso un ataque contra la libre competencia? Las reglas de juego no son iguales para todos, eso está claro.
Además, el poder de policía del Estado hace mantener a la competencia a raya. En este mismo caso de Aerolíneas, el Estado restringe rutas aéreas a empresas eficientes para darle lugar a que a éstas las absorba el monopolio estatal, para que luego nos demos cuenta que el servicio es absolutamente ineficiente y caro, vemos aviones rentados a cientos de miles de dólares parados en hangares por falta de entrenamiento de los pilotos como por otros casos de inoperancia empresarial.
Nada nos garantiza que el Estado sea el “protector” de los ciudadanos, es más, cuando no estamos de acuerdo con el costo o servicio, no nos queda otra que, por falta de otras alternativas, seguir utilizándolos.
Pensar que un grupo de personas que llega al poder, sobre todo en nuestro país, no haga asociaciones ilícitas para beneficio propio es inocente e infantil. Lo vemos a todos los niveles.
Quienes tenemos más de 35 años recordamos lo engorroso que resultó tener un teléfono fijo en la época de ENTEL. En las publicaciones de los diarios de las casas que se ofrecían a la venta, se aclaraba si la propiedad tenía teléfono como si esto fuese un privilegio, y esto no ha mejorado por los avances tecnológicos sino por la deficiencia del servicio que ésta tenía. El mercado, aunque en forma imperfecta, mejoró los servicios notablemente y en poco tiempo. Aclaro que esto pasó a pesar de haber sido, como tantas otras privatizaciones mal manejadas, pésimamente negociadas y “vueltos” que quedaron no se sabe en qué bolsillo.
YPF antes de su privatización en la década del noventa era la única empresa petrolera del mundo que perdía dinero.
Respecto a la Ley de Medios, hoy estamos con la gran incógnita de qué pasará luego del 7D. ¿Qué sucedería si los medios quedaran casi en su totalidad en manos del Estado o empresas afines a éste? Hoy vemos que el estado maneja gran parte de los medios de comunicación. Clarín, diario que no leo, es una de las pocas empresas de medios que hoy tiene una posición encontrada con el gobierno. ¿Qué puede ser más sano que esto para pensar, discernir y tomar libremente posturas a favor o en contra del gobierno?
Los monopolios privados si bien son peligrosos, el estatal lo es mucho más por las razones arriba expuestas. Éste también sirve para el apriete de empleados, está casi inmune a juicios y permite el clientelismo tomando más gente – aunque menos capacitada – por favores políticos (de todas formas, ¿qué problema tendría el contratante si no es él el que paga esos sueldos?).
En mis artículos escribo generalmente acerca de la libertad, y este caso no es la excepción. Si no somos libres de elegir, lisa y llanamente no somos libres.
“No importa el largo de la correa del perro para que éste se sienta libre”, lo que importa es que no exista correa directamente.
Por último, si está tan a la vista que los servicios básicos del Estado – justicia, educación, salud – no se prestan con eficiencia, no podemos pensar que lo hagan con empresas en las que no debería intervenir el Estado. La clase media hoy intenta por todos los medios tener cobertura médica privada y mandar a sus hijos a colegios privados. Por algún motivo importante esto debe estar ocurriendo, ¿por qué entonces se pagarían gastos extras teniéndolos a costa del Estado?
No quiero monopolios privados bajo ningún aspecto, pero mucho menos estatales.
Todo el mundo se ríe (con justa razón) de que la dirigente chilena Camila Vallejo invite por Twitter a pagar una cena del Partido Comunista chileno a través de un método tan "capitalista" como lo es Ticketek (de capitales norteamericanos).
Pero... ¿de qué nos sorprendemos?
¡Vamos, gente...! ¡No es para tanto... lo del Ticketek!
Desde el preciso momento en que Camila Vallejo enciende una "computadora" y accede a un "sistema operativo" (que muy probablemente sea "Windows") para enviar un "mail" o para "postear" algo en una "red social" como "Twitter"...
En fin, desde que Camila Vallejo se despierta hasta que se va a dormir lleva un estilo de vida tan anti-comunista y tan capitalista-dependiente que por más que luego chille... con educación y algo de ternura, no podemos menos que decirle:
<<¡Camila, baby... welcome to the capitalist life!>>.
Por enésima vez el líder del Frente Amplio Progresista, Hermes Binner, ha “sentenciando” que nunca podría formar un frente electoral junto con el jefe de gobierno porteño Mauricio Macri. Esta vez fue más elegante, en tanto que aplicó la siguiente metáfora: “Sería como mezclar el agua con el aceite”. De esta forma, el ex gobernador de la provincia de Santa Fe invalidaría (otra vez) una eventual posibilidad de aunar fuerzas con otro partido de cara a enfrentar al kirchnerismo en 2015… Pero, una pregunta… ¿y quién dijo que en la vereda del macrismo “se están matando” por conseguir una alianza con Binner?
A juzgar por la cantidad de veces que el rafaelino desestimó un entendimiento con el PRO, pareciera que a diario recibe súplicas al respecto tanto de “la derecha” como ya del mismísimo Macri. Sin embargo, no sólo que no es así, sino que prácticamente nunca el bostero lo menciona en sus discursos y conferencias ni aunque sea para responderle sus periódicos “desplantes”. Va de suyo que en las altas esferas de la política debe haber una explicación a la ausencia del vocablo “Binner” en el breviario macrista como asimismo la tendrá el hecho de que el socialista nunca se olvide de piropear a Macri cada vez que tiene ocasión.
Y el hecho es que mencionar a Binner no suma otra cosa más que tedio e indolencia, mientras que la insistente recurrencia al PRO pretende específicamente revitalizar el desgarbado frente socialista. ¿Qué conseguiría Macri mencionando a Binner más que desviar la atención del PRO del objetivo presidencialista de 2015? En rigor, para el jefe porteño la figura de Binner no se sugiere ni como una sombra en los tobillos, toda vez que tiene bien en claro que hoy por hoy no hay otro contendiente en materia política que el mismo oficialismo. ¿A qué gastar pólvora en chimangos?
Enfrente, no obstante, Hermes Binner – reconocido adulador del kirchnerismo –, sólo direcciona la mira hacia un mismo blanco ineludible, es decir, Macri. Es que si algo tienen en claro los socialistas como la izquierda en general es que para existir políticamente es imprescindible imponer la figuración de un enemigo imponderable, ruin, despreciable. Tanto la falta de ideas como el desprecio hacia normas democráticas y de tolerancia (ha dicho Binner: “Yo con Macri no hablo porque es de derecha”), suelen generar un vacío dentro de la izquierda que es preciso rellenar con repostería barata. Así que el resentimiento y la descalificación sean los móviles de un proyecto sin norte ni futuro, ya que por más que Binner patalee nunca llegará a ser el River de Mauricio Macri.
“Sería como mezclar el agua con el aceite”, dijo el ex intendente rosarino, abrazando la mezquina ilusión de sugerirse como “la otra alternativa” al macrismo y de captar para sí la simpatía de quienes no transijan con el PRO. Vaga ambición, toda vez que la mayor parte del electorado no a fin con el macrismo justamente se encuadra dentro del kirchnerismo. Por más “populares” y “redistributistas” que sean los kirchneristas no habrán de bajarse del rocín de Don Quijote para subirse luego al asno de Sancho Panza.
Debieran los asesores de Hermes Binner recordarle que si bien puede que una alianza con Macri resulte ambigua en el sentido de que representan posiciones políticas antagónicas, el líder socialista no ha podido aliarse ni con figuras afines, tal como lo dejara claro el estrepitoso fracaso de una fórmula en común con el radical Ricardo Alfonsín y el eterno (y vergonzoso) tire y afloje con el referente del Proyecto Sur, Fernando “Pino” Solanas. En fin, mientras que el PRO se posiciona cada día más como alternativa en 2015, el Frente Amplio Progresista se diluye dramáticamente como una aspirina en el agua. Tanto así que sólo atina a tirar un manotazo de ahogado y agarrarse de lo único que le queda para existir: Mauricio Macri, el sueño inalcanzable de Binner.
Ya estaba prácticamente todo arreglado para que Agustín Laje Arrigoni hiciera la presentación de su libro, “Los mitos setentistas”, en la ciudad bonaerense de Tandil, cuando Nicolás Turdo, alumno de la Universidad Nacional del Centro (UNICEN) y eventual patrocinador del autor cordobés, cometió la “falta imperdonable” de comentar sobre qué se trataba la obra en cuestión. Ahí nomás se vino la noche.
Nicolás, estudiante de Relaciones Internacionales en la Facultad de Ciencias Humanas – dependiente de la UNICEN – no había tenido ningún inconveniente al solicitar se le conceda “por dos horas” el Aula Magna; incluso ya casi estaban por asignarle una fecha al evento… cuando se oyó la voz de una secretaria: “¿De qué trata el libro?”. Nicolás Turdo argumentó, entonces, en torno al libro de Laje, sin imaginar el síncope que estaba por ocasionar.
Luego de varias idas y venidas, María Nazábal – representante de la Multisectorial por la Memoria, Verdad y Justicia – se sinceró con Nicolás: definitivamente no iba a contar con el Aula Magna para que Agustín Laje presentara su libro, ya que el mismo no se adecua “con la ideología que mantiene la universidad”, además que el autor tiene “una visión burda de la realidad”. Nazábal insistió: “el libro es un insulto para los 30 mil desaparecidos, y viola los derechos humanos de la Argentina y todos los tratados internacionales que firmó”. “tandildiario.com”, inmediatamente recogió la reacción de Nicolás en su blog , y gracias a ello que hoy estemos anoticiados de un hecho susceptible de ser interpretado como de discriminación e intolerancia, en plena democracia y nada más y nada menos que en un establecimiento universitario como lo es el UNICEN. Consultado por este medio, Nicolás Turdo resumió sus sensaciones: “me siento defraudado por la universidad; lo único que quería era el lugar para hacer la presentación. Como alumno y contribuyente que paga los impuestos, quería que me presten la sala un par de horas. Si bien la universidad puede tener sus ideas y yo las respeto, ellos no respetaron las mías. Es más, lo que hizo la universidad es censura previa, porque ni siquiera han leído el libro”.
DAVIDREY.com.ar no tardó, por otro lado, en contactarse con el mismísimo autor mediterráneo, Agustín Laje Arrigoni. D.R.: Qué sentimientos te ocasiona la negativa de la UNICEN al respecto de que presentes tu libro ahí.
A.L.A.: Me genera mucha preocupación porque lo ocurrido en la UNICEN no es más que un reflejo de la generalización de la intolerancia política en nuestro país. Es una pequeña muestra de lo que está ocurriendo en una sociedad cada día más dividida y conflictiva en torno a lo político. Es claro que hay un discurso que pretende ser hegemónico, único, incuestionable. Adquiere, incluso, carácter dogmático. Y eso es muy peligroso, porque anula el diálogo, el debate, la pluralidad de perspectivas y enfoques sobre lo que aconteció y acontece. Mientras a mí se me prohíbe la presentación de un libro rigurosamente documentado que rescata cientos de fuentes para probar mis hipótesis, a los muchachos de La Cámpora se los anima a adoctrinar en colegios a niños con panfletos y juegos del “eternestor”. Creo que esto habla por sí mismo. D.R.: Qué es lo que tenés para decirle a la gente te ha caratulado de tener una idea "burda" de los años setenta.
A.L.A.: En 250 páginas mi libro recoge más de 700 citas de documentos históricos que procuran dar rigurosidad a mi trabajo. Yo no viví los años `70 y por ello intenté que mi reconstrucción y comprensión fueran ajustadas a lo que en ese entonces se decía, escribía, percibía y entendía. Calificar mi posición de “burda”, sin explicitar las razones y fundamentos de tal valoración, es una muestra de infinita intolerancia que lo único que persigue es desacreditar de antemano al interlocutor. Es una manera efectiva de anular el diálogo y el intercambio de opiniones (tan necesarios en democracia) desde el inicio mismo.
DAVIDREY.com.ar también se encuentra en tratativas de obtener un diálogo con las autoridades del UNICEN, a la espera por supuesto de que puedan explicar la negativa a conceder el Aula Magna para la presentación del libro. INTOLERANCIA ACADÉMICA: MONEDA CORRIENTE Difícilmente, empero, haya un argumento que pueda excusar del todo a las autoridades de la UNICEN. Vale aclarar que desde este medio no subscribimos a ninguna de las ponderaciones de María Nazábal sobre Agustín Laje y su obra “Los mitos setentistas”, y no por cuestiones ideológicas o de simpatía alguna, sino por la sencilla razón de que todas las palabras de la representante de la Multisectorial por la Memoria, la Verdad y la Justicia (¡qué tranquilidad!) remiten a una visión rencorosa, partidista y distorsionada tanto de nuestra actualidad como de nuestra historia reciente. Por caso, el Facebook de Nazábal ostenta una inmensa fotografía donde se ven incontables banderas de La Cámpora; va de suyo que sus opiniones – al respecto – están viciadas de politiquería barata.
Pero más allá de que las autoridades puedan o no explicarse en torno a lo sucedido, el hecho en sí “viene bien” porque ilustra inmejorablemente lo que ocurre a diario en el ámbito académico en general, ya no tanto por la ideologización sistemática en la que autoridades y docentes incurren como rancios sacerdotes, sino por las diversas eventualidades de intolerancia y consiguiente discriminación que quedan de este modo propiciadas. La discriminación, por caso, no es solamente el hecho de plasmar una acción determinada hacia una persona por pensar distinto o lo que fuere (como en el caso de Nicolás Turdo y Agustín Laje); también podemos advertirla transigiendo de forma “pasiva” a través de ese reconocible tufillo de desprecio y constante descrédito hacia quien sienta la diferencia. No hace falta ser antisemita o fundamentalista para ser intolerante y discriminador; ya lo somos desde el preciso momento en que nos negamos a entender y establecer diálogo amigable con el semejante; ya lo somos cuando hallamos en la misma diferencia nuestra incapacidad para competir como seres civilizados.
Por su parte, la ideología – es decir, el hilo conductor de cuanta miseria humana exista – llega para narcotizar la moral de sus adeptos como asimismo para neutralizar la voluntad de personas que podrían reaccionar ante una injusticia que ocurre frente de sus narices. Decir que la obra de Agustín Laje es “burda”, como lo señalara María Nazábal, es reflejo del grado importante de negación e ignorancia al respecto; primeramente, porque no leyó el libro que cuestiona; en segundo lugar, porque aunque lo leyera – he aquí el efecto narcótico – tampoco tendría la honestidad de contemplar ciertas concesiones en materia de época del setenta (de eso tratan “Los mitos setentistas”). Es que a Nazábal, como a muchos, poco le importa que datos estadísticos como investigaciones fehacientes anulen o relativicen las consignas que levantan el altar de su ideología, más bien se siente en el “sagrado deber” de atacar a quien sostenga el más mínimo cuestionamiento, de ahí que lo haya anatemizado a Laje de “insultar la memoria de los 30 mil desaparecidos” y de “violar los derechos humanos nacionales e internacionales” (una hilarante barbaridad).
Tal es el grado de narcotismo que sencillamente los atonta, que incluso son incapaces de ver que llevan las de perder catastróficamente en caso de que Laje o Turdo iniciaren acciones penales al respecto. Pero tanto Agustín como Nicolás acaso han de permanecer incólumes ante esta triste eventualidad; son jóvenes, sanos y ponderablemente educados, por lo que este revés no hace más que aleccionarlos y fortalecerlos.
Debieran las autoridades del UNICEN tener la poca de cordura de manifestar unas sentidas disculpas a las familias de cada uno de los alumnos que han lastimado; gracias a que esas familias aún confían en nuestra educación están ahí, dando clases en calidad de trabajadores. Así como (enajenada hasta lo penoso) Nazábal acusara a Laje de insultar “la memoria…”, el UNICEN acaba de insultar – de verdad, empero – y de estafar a miles de familias argentinas que envían a sus hijos a las universidades para que allí reciban formación académica y no cotorrerío político. Tengan el gesto al menos con las familias de los damnificados en esta ocasión.
Nuestros políticos tienen la obligación de saber bien no sólo lo que hacen "los países desarrollados" sino también las razones interiores e históricas que los llevaron a hacer lo que hacen. No es cuestión de copiar al voleo.
Otra de las “geniales” frases que suelen emplear políticos y politólogos al momento de encuadrarse, desesperados, dentro de lo políticamente correcto: “Imitemos lo que hacen países más desarrollados que el nuestro”. De ahí que algunas posturas se auto procuren un vago aire de inobjetabilidad, como ser aquellas complacientes con la despenalización del aborto y la droga, con el proteccionismo económico (siempre anacrónicas estas posturas), con el “estado mínimo” (siempre infantiles), con la estatización y, obviamente, con la privatización. Siempre se hace lo que – se dice – otros países han hecho para que les vaya bien. Ahora último, un nuevo paradigma inobjetable: la votación a
partir de los 16 años, y todo el mundo, entonces, blandiendo una larga perorata
de geografía política con ejemplos de lo más descabellados: que el Brasil ya
permite votar antes de los 18 – aunque la edad de responsabilidad penal es a
los 12; que en Cuba (una de las más totalitarias dictaduras del mundo) los
jóvenes votan a partir de los 16 – siempre y cuando pertenezcan al partido
comunista (¡qué democráticos!).
Parece ser que todo se fundamenta porque ya otros lo hacen,
y por tal motivo lo mismo es digno de imitación. Lo que sorprende es que tanto
políticos como politólogos “recién se enteran” de lo que otros países vienen haciendo
sino desde siempre al menos desde bastante tiempo atrás, lo cual ciertamente
desbarata el “descubrimiento” de un remedio para nuestros malestares actuales.
La descontextualización imperante de todos los discursos evidencia la pobreza y
el espíritu de improvisación de nuestros ideólogos salvadores: “En Holanda la droga se vende en almacenes”,
suele escucharse, pero ignoran que Holanda es un país cuya organización y
logística, por ejemplo, permite en menos de una hora rodear con naves de combate
un avión de línea que se presume víctima de terroristas, mientras que en
Argentina el gobierno se ha ensañado tanto con nuestras FF.AA. que las ha
tornado operativamente irrelevantes. Allá te pasás de la raya y vas preso y no
hay santo a quien rezarlo; acá te pasás de la raya y sos congresista, ministro
o presidente.
IMITAR
Imitar – más allá de repetir – plantea un distanciamiento
importante con el objeto de referencia (Cuba, Brasil, Holanda); es observar lo
que sucede en otro lado a través de un larga vistas. Imitar también es reflejo
de desconocimiento y desinterés al respecto del objeto contrastado con la
referencia. El que imita no sólo desconoce lo que hace – a – la persona imitada
sino que tampoco sabe o atiende la problemática de la persona imitadora (él
mismo, por caso).
Imitar es copiar, lisa y llanamente. Es robar una idea, un
modo, un estilo. Como todo objeto robado, la imitación naturalmente pierde
valor en el “mercado” de las ideas y soluciones; no apareja nada novedoso. Imitar es improvisar, dar
muestras de escasa iniciativa y nula predisposición. El que imita generalmente
utiliza el móvil de la envidia y la jactancia; no le importa resolver sus
problemas sino disimular el propio vacío y “zafar” por un tiempo. Nuestros
doctos políticos siempre hablan de imitar.
EMULAR En otro sentido, existe una palabrita que si bien suele
postularse como sinónimo de imitar, más bien debería entenderse como antónimo
de lo mismo. Ya verán por qué. Se trata del vocablo “emular”.
Emular es establecer un acercamiento pormenorizado con la
referencia; es observar lo que ocurre a través de una lupa. Lógicamente, se
evidencia el esfuerzo investigativo del emulador como asimismo el vasto bagaje
que lo inquieta a un conocimiento más fino y preciso. El que emula reconoce las
causas intrínsecas que explican el actuar de la referencia y las contrasta con
las razones, posibilidades y ambiciones que ilustran la propia problemática.
Emular es seleccionar qué nos corresponde y qué nos conviene
aprender de la experiencia ajena. Es adaptar una idea, un modo o un estilo a
nuestras propias circunstancias y exigencias, por lo que queda revalorizado
nuestro empeño toda vez que supone una mejora de la idea original. Emular es
eso mismo: mejorar, repensar, ambicionar una solución concluyente. El que emula
utiliza los móviles de la admiración, la aptitud y la competencia; no le
interesa tapar agujeros por un tiempo sino evitarlos para siempre.
CONCLUSIÓN
Ricardo Rojas, autor de “El Santo de la Espada” (una
infantil aunque bienintencionada biografía de nuestro máximo prócer), nos habla
del sentimiento de “emulación” en los pechos de aquellos jóvenes (San Martín,
Alvear, Bolívar…) que se alistaban en la lucha por la independencia. Había
vocación de ser el mejor, de ser el que más hiciera por su patria, más allá de las particularidades personales y coyunturales entre ellos mismos.
Había competencia. La mayoría propugnaba por librarnos del dominio español; había
un propósito noble. Había un “propósito”. Y quizás ésta sea la máxima
diferencia entre imitar y emular: tener un propósito.
En fin, deberían nuestros políticos recurrir cada tanto al
diccionario y estilizar un poco el habla, más allá de que obviamente tienen la
obligación de saber bien no sólo lo que hacen los “países desarrollados” (como
Cuba, Guatemala, Irán) sino también las razones interiores e históricas que los
llevaron a hacer lo que hacen (Brasil, Holanda). No es cuestión de copiar al boleo. Tenemos la mala costumbre de “copiar”
las bagatelas de otros países (ambientes libres de humo, casamiento entre
hombres) pero ni nos acordamos de mencionar al menos las cosas que
verdaderamente generarían cambios estructurales (justicia independiente – USA –,
baja de la edad de inimputabilidad – RU).
Usemos el larga vistas para la caza, el teatro, la playa…
pero a la hora de buscar soluciones a nuestros conflictos apuntemos con el
lente de la lupa (acerquémonos al objeto de estudio) y aprendamos que todo
aquello que sucede en el mundo tiene una razón de ser, y que quizás sea eso lo
que debiéramos tratar de adoptar antes que imitar medidas tan superficiales
como intrascendentes. Por más duro que suene, de nada sirve que nos vistamos
como caballeros si por dentro seguimos siendo unos gauchos atrasados; a ningún
lado nos llevará copiar a los demás si interiormente no contamos con un
propósito grande y verdadero.
A esta altura del camino ya no es
aceptable que un presidente de ninguna nación que se tenga por
democrática permanezca impasible ante la forma con que la democracia es
sencillamente avasallada en muchos países.
El recientemente electo presidente mexicano, Enrique Peña Nieto,
acaba de sembrar la semilla de una gestión de gobierno entre abúlica y
menopáusica. En una entrevista que concediera al periodista argentino Andrés Oppenheimer,
al ser consultado por el mismo sobre qué piensa de países donde la
democracia está en duda, el mandatario azteca evitó cualquier forma de
compromiso: “Estoy a favor de impulsar los valores democráticos, de
fomentarlos, pero también de observar un cabal respeto a la libre
autodeterminación que tengan los pueblos en cada nación”.
Enrique Peña Nieto, de 45 años, ha vuelto a colocar al PRI en lo más
alto de la jerarquía gubernamental mexicana, y con esto se han avivado
algunos fantasmas de un largo pasado en que dicho partido gobernó
durante 70 años. Al PRI, entonces, se le endilga de todo, pero lejos de
ser este artículo un listado de densos e inoportunos reproches,
subscribiré complacientemente que con mucho menos tiempo otras
partidocracias latinoamericanas han hecho peores cosas. Lamentablemente,
quien se encarga – por mera torpeza, estimo – de traer a recuento los
fantasmas del PRI, no son los historiadores, sino el mismo compatriota
del Chavo y la Chilindrina.
Si bien el cinematográfico mandatario indicó que buscará intensificar
los lazos con EE.UU. y continuar – aunque con variaciones – la lucha
contra el narcoterrorismo, su noción en cuanto a política exterior
ilustra al respecto de la tibieza con que están muñidas sus
proyecciones. “No está ni corresponderá a mi gobierno hacer
calificación o juicios de valoración sobre los procesos democráticos que
se tengan en otros países”, respondió a Oppenheimer ante la
pregunta de qué postura tomaría si peligrara la democracia en otros
países. De más está decir que con dicha respuesta Nieto entorpece de
entrada la “intensidad” de trato que pretende con el Norte como asimismo
le hace un guiño a los cárteles de la droga, a la sazón muy bien
relacionados con las seudodemocracias y republiquetas del sur.
A esta altura del camino ya no es aceptable que un presidente de
ninguna nación que se tenga por democrática permanezca impasible ante la
forma con que la democracia es sencillamente avasallada en muchos
países. Si bien es muy (pero muy) cuestionable el pernicioso silencio
latinoamericano al respecto de la forma con que el narcoterrorismo
complicó el proceso democrático en México y asoló la vida de toda la
ciudadanía – se registran 50 mil muertes por dicho flagelo –, también lo
es que el presidente de México digiera como si nada los atropellos de
Chávez en Venezuela, la borrachera del kirchnerismo en Argentina, el
retroceso que plasmó Evo en Bolivia y, por supuesto, la dictadura
militar de los Castro en la Habana.
Proclamarse a favor de “la libre autodeterminación de los
pueblos” se resume en una hipocresía grande como una casa, toda vez que
la democracia es el único camino posible a la libertad social, cultural y
económica. En otras palabras, un país sin democracia – y que lo tenga
bien en claro el presidente mexicano – es un “pueblo” sin
autoderminación. Demás está decir que una Nación como México
merece y exige un presidente con agallas al que no le tiemble el pulso
ni la voz al momento de llamar las cosas por su nombre. Más de 112
millones de mexicanos, y muchos millones más de latinoamericanos, ante
la notable crisis institucional que atraviesa América latina en general,
rechazamos de plano la peligrosa tibieza que a Enrique Peña Nieto le
impide pronunciarse en torno a la sojuzgada democracia de nuestros
países.
Ojalá que México no sea el próximo en unirse al “club” de los países con la mentada “autodeterminación”.
Cuando
la legitimación del terror proviene del mismo gobierno, ¿acaso no
estamos ante una clara e inobjetable situación de terrorismo de Estado?
Terrorismo
es toda aquella actividad que pretende desestabilizar el orden público.
Según el diccionario (María Moliner), se trata del “uso de la
violencia, particularmente comisión de atentados, como instrumento
político”. Es el “dominio por el terror”. De esta suerte podemos decir
que facciones políticas como Montoneros o ERP (Ejército Revolucionario
del Pueblo), en la década del 70, hayan cometido actos de terrorismo,
sistematizados – nada menos – como una herramienta para desgastar las
garantías constitucionales y finalmente hacerse con la toma del poder.
Más de 21 mil atentados terroristas, por parte las mencionadas
organizaciones, sufrió nuestro país en la desgraciada época que aquí
recordamos.
El terrorismo es una acepción jurídica; es lo que es
(detectable, juzgable y condenable). El terrorismo de Estado, en
cambio, es una concepción política; es lo que debería ser o pretendemos
que sea. Mientras que el terrorismo no necesita de mayores
elucubraciones para ser entendido, la idea de terrorismo de Estado, en
cabmio, conlleva elementos de corte sociopolítico para subsistir como
concepto. Es que sugiere, en principios, un absurdo, ya que difícilmente
un Estado vaya a practicar terrorismo para desestabilizarse a sí mismo.
Los mentores del concepto de “terrorismo de Estado”, no obstante,
entienden que el mismo consiste – en resumen– en un gobierno que
mediante la estrategia del terror ambiciona perpetuarse en el poder y/o
neutralizar las facciones políticas inconvenientes para cualquiera de
sus propósitos. Así asumida, es una noción válida, y que de hecho se ha
llevado a cabo en nuestro país desde tiempo inmemorial; el historiador
José María Rosa estima que el primer hecho de terrorismo de Estado se
resume en el asesinato de Dorrego por órdenes de Lavalle.
El
terrorismo es un concepto fijo, estático, finito. El terrorismo de
Estado, por el contrario, es una noción amplia, voluble, aleatoria.
Lamentablemente, la plasticidad de esta expresión conlleva a que se lo
utilice como "dé la gana", es decir, con arreglo a conveniencias
ideológicas cuando no a meras distorsiones de la realidad. De esta
suerte que el relato oficialista – en materia de historia reciente –
prevalezca colmado de sendas omisiones como de deliberadas imprecisiones
(todas ellas tendientes a reforzar la idea de que el Estado cometió
terrorismo). La negación sistemática de que no hubo una guerra entre las
FF.AA. y los ejércitos guerrilleros, la denominación de “víctimas” o de
“jóvenes idealistas” a quienes cometieron atentados terroristas (21
mil) y la engordada cifra que enuncia 30 mil desaparecidos, resumen las
macabras deformaciones históricas con que se busca plasmar la noción
aquí discutida.
Si bien al Proceso Militar se le adjudica haber
practicado el terrorismo de Estado, con igual criterio deberíamos juzgar
que también lo cometió el ex presidente Héctor Cámpora, siempre que
liberó 2 mil terroristas apresados en el marco de la ley y puso las
instituciones nacionales a merced de las organizaciones guerrilleras.
Por otra parte, habría que tener en cuenta que la banda criminal
Montoneros también merece dicha imputación, y por dos tres motivos:
porque sus acciones terroristas tendieron a la toma del poder (Santucho
prometía asesinar “un millón de burgueses” apenas derrocado el
gobierno), porque – como lo comprueba el libro de Carlos Manfroni, “Montoneros: Soldados de Massera”
– trabajaron mancomunadamente para la ESMA a las órdenes del Almirante
de la Armada, y porque muchos de sus integrantes no sólo que HOY
permanecen impunes sino que además ocupan cargos políticos o permanecen
beneficiados por la complicidad estatal.
Sin demasiados rodeos,
debiera señalarse que el gobierno cubano del dictador Castro también
cometió el mentado terrorismo de Estado ya que fue en su país donde
mayormente los terroristas locales arribaron de a millares para
entrenarse y equiparse con las técnicas y el armamento con los que luego
sembrarían el terror en Argentina. La misma lente estamos obligados a
utilizar para con los demás referentes internacionales que brindaron su
apoyo a los asesinos seriales argentinos, como ser el chileno Salvador
Allende – que cobijó al homicida Mario Santucho cuando huyó de la cárcel
de Trelew – y el palestino Yasser Arafat – que brindó armamento,
entrenamiento y logística nada menos que a Firmenich, entre tantos.
Va
de suyo que la actual gestión kirchnerista, más allá de completarse por
antiguos terroristas, guarda para los susodichos el mismo carácter de
indulgencia, reconocimiento y sustento de los gobiernos que – tanto
dentro como fuera de nuestras fronteras – cometieron terrorismo de
Estado al apoyar y equipar la peor amenaza que sufriera nuestra Nación
en todo el siglo XX. Así como el gobierno de Cámpora abolió la Cámara
Federal en lo Penal – único organismo capaz de juzgar a los guerrilleros
–, liberó 2 mil terroristas y les posibilitó infiltrarse en todas las
dependencias gubernamentales (lo cual sintetiza la más sincera noción de
terrorismo de Estado), el oficialismo actual hace lo propio al negarles
entidad de criminales a los terroristas de entonces, al desoír
sistemáticamente el reclamo de las víctimas del terrorismo, al recordar
como héroes e “idealistas” a quienes lucharon por derrocar un gobierno
democrático e instaurar una dictadura comunista, al indemnizar a las
familias de los mismos subversivos, al encarcelar a miles de militares
que lucharon contra la guerrilla, al brindar asilo político a
terroristas extranjeros (por caso, el chileno Apablaza), al asociarse
con gobiernos antidemocráticos y que han violado los DD.HH. (Cuba,
Venezuela, Angola…), etc., etc., etc.
Si bien al actual terrorismo
de Estado no se le imputan crímenes o desapariciones en el marco de
cruentos enfrentamientos políticos (no existe hoy un conflicto armado
entre las FF.AA. y las organizaciones guerrilleras), los anteriores
señalamientos ilustran una tendencia difícilmente soslayable. Por otra
parte, el convulsivo empeño con que se pretende ideologizar a la
sociedad argentina sienta un precedente amenazante – más aún si sus
promotores son ex guerrilleros o afines a los mismos –, siempre que el
axioma más espantoso de una ideología consiste en pretender justificar
lo injustificable, en otras palabras, legitimar al mismo terrorismo. Cuando
la legitimación del terror proviene del mismo gobierno, ¿acaso no
estamos ante una clara e inobjetable situación de terrorismo de Estado?
De
la misma manera en que sería muy ingenuo y complaciente de nuestra
parte suponer que sólo son terroristas aquellas personas encargadas de
ejecutar un atentado (toda vez que los mismos necesitan sistemáticamente
aunque sea de un mínimo de consenso), pecaríamos de exceso de inocencia
si no advirtiéramos que en la encendida retórica kirchnerista – en lo
que a setentismo refiere – abunda un recio tufillo terrorista. A muchos
la resaca revolucionaria les llegó demasiado tarde, y luego de
embriagarse hasta el hartazgo con los placeres de la suntuosa vida
capitalista que ostentan. En definitiva, para sorpresa de muchos, el
terrorismo de Estado no debería ser sólo una discusión en torno al
pasado sino un asunto muy grave de nuestro presente.
En el marco de una nutrida concurrencia en Plaza de Mayo, el líder de la CGT, Hugo Moyano, ahondó definitivamente el cisma que divorcia al gobierno nacional de los trabajadores camioneros. “Después del Golpe del 76 – lanzó el ‘Gordo’ – hubo dos clases: los que se exiliaron fuera del país y los que se exiliaron en el sur argentino a lucrar con la 1050”.
Las palabras de Moyano ilustran al respecto de lo que hace tiempo se viene rumoreando: la muy dudosa vocación “revolucionaria” del matrimonio Kirchner en la mentada época de los 70. De hecho, está probado que cuando las papas ardían, lejos de asumir cualquier postura protestataria, los Kirchner partieron para el sur dando origen a una voluptuosa fortuna oficiando como “rematadores”: por un lado intimaban judicialmente a quienes tenían deudas por créditos de compra de terrenos, y por el otro ofrecían la compra del mismo a precio irrisorio. “Esto hizo que los Kirchner compraran la impresionante suma de 21 propiedades entre 1977 y 1982, que dejaron en sus bolsillos jugosas rentas. Por sus labores profesionales durante el Proceso, algunos amigos de Néstor llegaron a apodarlo 'Robin Hood trucho', porque sacaba la plata a los pobres y la daba a los ricos”, señala el investigador Agustín Laje en un artículo de La Prensa Popular. Así empezaron a hacerse ricos los paladines de la memoria.
De todos modos – y gracias por el favor – nadie que esté medianamente informado necesita de los favores “noticiosos” del ‘Gordo’ de la CGT, quien hasta hace poco protagonizó un muy rosa romance político con la Mandataria. La historia – para vergüenza de muchos – está ahí, accesible para quien quiera servirse, más allá de las diatribas de Moyano y la “memoria” de Cristina.
“Montoneros: soldados de Massera” apunta a dislocar el esqueleto del relato oficial.
El doctor Ángel Baltuzzi, quien hiciera de presentador y quien además se expusiera como una persona que fue perseguida en los 70, concibió una frase inmejorable para fijar la esencia de tanta charla: “El libro del Dr. Manfroni va ‘a contrapelo’ del relato oficial”. Por su parte, el autor de “Montoneros: soldados de Massera” reforzó con sencillez: “Todos aquellos que han escrito en torno a los setenta, han sido invitados por los canales de televisión. Reato, por ejemplo, estuvo discutiendo nada menos que en 678. A mí nunca me llamaron. Definitivamente, hay un esfuerzo por parte del gobierno para que mi libro no se conozca”. Y la verdad que no debe estar muy equivocado en lo que dice, toda vez que quien subscribe este artículo es – sino el único – de los pocos entrevistadores que corrieron a buscar su testimonio. Tampoco a la prensa en general le interesa contar un argumento que vaya “a contrapelo” de la plegaria oficial.
Confieso, no obstante, que en un principio no fue de mi especial interés conversar con Manfroni. Pensaba que su libro acaso discurría sobre una cuestión de internas dentro del mismo triunvirato que diera forma a la última Dictadura Militar. De ahí que con mi primera pregunta haya pretendido acomodar el tablero con cada pieza en su justo lugar: “El libro, ¿trata sobre otra interpretación de los años setenta o sobre un hecho en sí? ¿Hubo concretamente un vínculo entre Massera y los Montoneros o “pareciera” que haya habido uno?” En adelante, el testimonio de Manfroni no sólo que ilustraría una reveladora y jamás imaginada secuencia de HECHOS sino que en base a los mismos queda despejado el panorama para el arbitrio de nuevas e incalculables interpretaciones. “Montoneros: soldados de Massera” apunta a dislocar el coqueto esqueleto del relato oficial.
En efecto, Manfroni no se casa con nadie. Según sus profundas investigaciones, el Almirante Massera “conspiró desde el primer minuto contra Videla porque quería ser el nuevo Perón”, lo que lo llevó a integrar la logia Propaganda Due, también integrada por la cúpula de los Montoneros. Otros nombres sorprendentes que la completaron: José López Rega y nada más y nada menos que el sanguinario dictador libio Muamar Al Kadhafi. La idea era “asesinar a todo el equipo económico del General Videla”, apartar a Argentina de EE.UU. y acercarla a los países árabes, finalmente quedarse con la administración del petróleo, del tráfico de armas y las finanzas. El subrepticio “eje del mal” se componía, entonces, por Argentina, Libia e Italia. “Está probado que grandes industriales italianos tenían especiales intereses en nuestro país, y brindaron su apoyo a Massera”.
Según las palabras de Manfroni, Montoneros brindó un apoyo enorme a Massera, quien por su parte consiguió florearse por Europa – a diferencia de sus compañeros de la Junta Militar – como un defensor de los DD.HH. A cambio, el almirante solía dejarles a sus socios “zonas liberadas” para que cometieran sus actos de terrorismo (en pleno centro porteño, por caso) sin preocuparse por el acoso policial. “Asesinar al equipo económico de Videla prestigiaría a Montoneros”, señala Manfroni, “pero finalmente no pudieron cumplir con sus objetivos” de guerra. “Los mismos montoneros que en los setenta oficiaron conjuntamente con la ESMA, luego declararon contra ella… Otros, son recordados como víctimas, figuran en el Muro de la Memoria y sus familias han recibido indemnizaciones”.
Queridos amigos, desde ya que – como decimos al principio – queda abierto el panorama para nuevas interpretaciones en torno a los setenta. Habrá tiempo para lo mismo. Pero primero, es imprescindible contar con la palabra de un estudioso. Escuchen la siguiente entrevista; seguramente se van a sorprender.
Carlos A. Manfroni es Abogado egresado de la UBA y Certified Fraud Examiner por la Association of Certified Fraud Examiner, Austin, Texas. Integró el Grupo de Expertos de la OEA que redactó la Convención Interamericana contra la Corrupción, en Washington D.C. y Caracas. Dirige el curso “Reglas Internacionales contra la Corrupción”, en el Posgrado de Derecho de la UCA. Fue candidato independiente a Vicejefe de Gobierno de la Ciudad de Bs. As., por el partido Recrear para el Crecimiento, en 2003 . Trabaja como consultor en programas anticorrupción, para diversos organismos internacionales y agencias extranjeras. Escribió numerosos artículos en diarios de la Argentina y del exterior. Ha dado cursos y conferencias sobre temas de su especialidad en casi todos los países de América.
El creador de GNU y máximo impulsor del sistema operativo Linux, Richard Stallman, está en Buenos Aires y ha sido víctima de un robo. Mientras daba una conferencia le sustrajeron un bolso con una notebook, mil dólares y medicamentos.
¡Bienvenido a la Argentina, Richard!
Antes del robo, Stallman ya había dicho que no "volvería más" a nuestro país porque "no está de acuerdo" con tener que poner las huellas digitales en Ezeiza.
¡Richard, querido... tengo una excelente idea para vos! Para la próxima conferencia te recomiendo que "inventes" un sistema en que todos los "fans" del software libre pasen sus deditos antes de ingresar a escucharte... ¡y antes de salir!
Seguro, te irás a ahorrar muchos problemas.
En Taringa, sin embargo, han sabido comentarme algo muy interesante:
"no le robaron; 'Compartio' su notebook y los mil dolares para que no
sean parte de un sistema privativo como lo son las pertenencias
personales".
No sólo el cabello de Laura Di
Marco luce como el de una veinteañera sino que también predomina en ella la
impronta de una adolescente que sale de shopping. Tiene la risa despreocupada y
el hablar seguro; bajo un flequillo manso asoma una mirada amena y confiable.
Pero es la mujer que puso en tela de juicio el indiscutible “aparato” de la
Cámpora, la organización kirchnerista que, a paso ligero, amenaza con
apropiarse del manejo de las principales empresas estatales. Antes de que su
libro saliera en circulación se dice que los medios oficialistas habían
recibido la ucase de evitar toda mención en torno al mismo; cero prensa, pues.
Laura Di Marco es periodista del
matutino porteño “La Nación” y su nombre obtuvo relieve internacional con la
publicación de “La Cámpora – La historia secreta de los herederos de Néstor y
Cristina Kirchner”. El mezquino intento de opacar el trabajo de Di Marco fue
descubierto a tiempo (una cadena de mails contenía la directiva de no mencionar
el libro en los medios oficialistas) y el escrache redundó en la mejor prensa
imaginable. El tiro les terminó saliendo por la culata, y hoy el libro es un
material de consulta insoslayable toda vez que se pretenda investigar en torno
a “las mil flores florecidas”[1] que, según la autora, han cobrado sueldos de
hasta 30 mil pesos y cuyos manejos han sido lapidarios para las arcas del
Estado.
Pero yo no me dirigí hasta Laura
Di Marco para informarme sobre su libro (cuya lectura, por supuesto, resulta
más ilustrativa que todas las preguntas que pueda realizarle, además de que
ella misma ya ha concedido decenas de entrevistas por el estilo). Me acerqué
a la autora de “La Cámpora” porque quise saber cómo piensa ella y – lo más
interesante – hasta dónde se anima a decir lo que piensa. Fui a buscar
coincidencias como así también diferencias, por supuesto que siempre confiado
en el rigor profesional de su atenta mirada periodística.
Di Marco es periodista del diario
“La Nación” que, junto con “Clarín”, son los de mayor alcance nacional. Siempre he recelado de la excesiva “cintura política” de la
prensa grande de nuestro país; es decir, ese “decoro” persistente en lo que
respecta a tocar temas difíciles que vayan a ser entendidos como políticamente
incorrectos.
Laura Di
Marco, en mucho, recrea la línea sutil y muy educada de “La Nación”, sin duda
alguna, el periódico mejor escrito y con la editorial – a veces – más jugada entre los grandes medios. Pero lo
“jugado” muchas veces no es lo más certero o lo más exhaustivo, mucho menos en
lo que respecta a cuestiones de sensible coyuntura política. Quizás
acostumbrada a preguntas de rigor, Di Marco detalló la “enternecedora” relación
entre los militantes “K” con la figura del ex presidente Héctor Cámpora.
- ¿Qué cosas considerarías
necesarias recordarles, respecto del ex presidente Cámpora – de donde
obtiene el nombre – a los jóvenes que hoy integran la organización?, le
pregunté, a secas.
A lo cual respondió: “Hay dos motivos por el cual usaron el
nombre de Cámpora para llamar a su organización. Primero por la lealtad, ya que
más allá de que Cámpora era un conservador, era ‘el tío’ que bancó a los Montoneros.
Ellos lo reivindican porque creen que fue un hombre olvidado, que fue muy leal
con Perón. Muchos padres de integrantes
de la Cámpora fueron militantes montoneros, de ahí que haya un “feeling”
particular. En otro orden, cosa que pocos saben, (el ex militante montonero y
diputado de Proyecto Sur, Miguel) Bonasso, cuando nace el Grupo Calafate –
embrión del kirchnerismo –, va a cubrir ese evento, tanto como periodista como
setentista. Y Miguel Bonasso es autor de ‘El presidente que no fue’, una biografía
de Cámpora”. En fin, según Di Marco, Máximo Kirchner – que contaba con 21
años – se interesó con los encendidos relatos de Bonasso en torno a Cámpora, de
tal suerte que así llamaría a la organización que luego encabezaría.
Sin faltar a la verdad y ciertamente
con precisión, la relación de Di Marco no obstante prescinde – según mi propia
óptica – del nivel de detalle esperado. De ahí que con mi siguiente pregunta
haya tenido yo que ir directamente al grano, es decir, a lo que a mí me
interesaba (que, como ya dije, es conocer la forma de pensar de mi
entrevistada).
- ¿Qué opinión te merece la anulación de la Cámara Penal en lo
Federal por parte de Héctor Cámpora?, le pregunté.
A lo cual, la periodista de “La
Nación”, respondió de una forma bien ilustrativa:
- ¿Al respecto de la
liberación de los “presos políticos”?.
- ¿“Presos políticos” los
llama usted? Me parece que llamarlos así es un cumplido -, retruqué algo
sorprendido, ya que considero que se trataba de 2 mil terroristas
juzgados y condenados por la Cámara Federal en lo Penal, único organismo
jurisprudencial con competencia para juzgar actos de terrorismo.
Mi entrevistada no hallaría
inconvenientes, sin embargo, en desenvolverse de inmediato:
- Bueno, había de todo,
¿no? Bueno… había, había criminales, había presos políticos. Había de todo. Yo
soy enemiga de la generalización.
Yo me pregunto: ¿acaso no es una más que complaciente generalización mencionar a todo el conjunto de reos como a "presos políticos"? Decir que los 2 mil terroristas que liberó Cámpora eran "presos políticos" equivale, sencillamente, a santificarlos. Los muchachos de La Cámpora - setentistas en el discurso - aprobarían alegremente a la periodista Di Marco.
En definitiva, Laura Di Marco es
una periodista muy profesional. Pero lamentablemente vivimos en un país donde
el periodismo profesional se cuida temerosamente de dos cosas: primero, de
no llamar a las cosas por su nombre (terroristas a los terroristas, por caso); y
segundo, de no zaherir demasiado la conciencia de los actores políticos – que
incluso denunciamos. Yo resumiría en la siguiente consigna: “te pego hasta
donde me dejes”. Hubo un momento de la entrevista en que se
generó una suave discusión cuando yo le apunté, según lo que podía deducir de
sus mismas palabras, que los “manejos” de la Cámpora eran “fraudulentos”.
- ¿Fraudulentos… por
qué? -, objetó. - Sí, puede ser… si le llamás fraudulento a que
están cerca de presupuestos muy abultados, sin control. Poco transparentes yo
diría, para ser exactos. Hasta que la justicia no lo pruebe, es poco
transparente. Es raro. Es oscuro, podemos decir... ¡Vos sos muy duro! ¿Anticamporista…?
Todavía la justicia no dijo que cometieron un delito, por eso no uso yo “fraudulento”. Sí podría usarlo con Boudou, que tiene una imputación por enriquecimiento
ilícito; pero con la Cámpora todavía no sucedió.
Al final de la entrevista, sin embargo, Di Marco dice que "La Cámpora se emparenta con los noventa por la corrupción". Tampoco la justicia se ha expedido aún a este respecto, y ello no le impide vertir tamaña acusación. En fin, si vamos a esperar a que jueces
como Zafaroni u Oyarbide nos concedan el uso del vocablo, posiblemente vayamos a
aplicar “fraudulento” el día que todo el mundo hable esperanto.
Vivimos
en un país donde el periodismo tiene la obligación de no ir al mismo ritmo de
la justicia, y por la sencilla razón de que esta última no tiene ritmo. Es decir,
el ritmo se lo impone el poder de turno, y es este mismo quien decide, al final,
qué está bien y qué está mal, quién va preso y quién queda libre. Desde ya, el
trabajo y la dedicación de Laura Di Marco en “La Cámpora” es admirable
(insoslayable para todo aquel que quiera conocer e investigar), aunque – a juzgar
por las palabras de la autora – yo lo suscribiría como eminentemente susceptible
de recibir añadiduras, observaciones.
En conclusión, Laura Di Marco
(fiel reflejo de la línea editorial de “La Nación”), se ha tomado la doble responsabilidad
de “informar” sobre un hecho como asimismo de “mediar” entre la sociedad y los
actores políticos. La consigna es loable, por supuesto, pero acarrea el doble
riesgo de informar hasta cierto punto, como asimismo de mediar insuficientemente
(si bien la gente tiene mayor noción sobre La Cámpora, la misma persiste
esquiva de explicaciones valederas al respecto de los grandes cuestionamientos
que le pesan. Como bien ha dicho Di Marco, a Máximo Kirchner, por caso, aún no
se le conoce la voz). Muchas veces "mediar" e "informar", en un mismo propósito, se contrarrestan entre sí. Es el problema por el que actualmente atraviezan Clarín, La Nación y la mayoría de los grandes medios de este país.
Para finalizar, le pregunté:
- "La Cámpora", ¿es un libro que duele o que lastima?
Quien en un principio me dijo que su libro era un "libro de grises", completó con clase:
- Mi libro les dolió. Pero definitivamente mi libro les dolió porque viene del progresismo. No pueden decir que el libro es "facho". Ellos dicen que su organización es progresista, y yo les digo que en realidad no lo son. Han asumido una identidad falsa, que tiene mucho más de continuidad con los noventa que de ruptura, como ser en lo que respecta a la corrupción.
Los invito a que vean la siguiente entrevista:
[1]Néstor
Kirchner había sabido referir, al respecto de los jóvenes de la
Cámpora, la famosa frase del lider comunista chino Mao Zedong: "qué
florezcan mil flores".
“Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte”. En rigor, si se buscó enmascarar o disimular la muerte del enemigo es porque se pretendió alejar lo mismo del conocimiento y la complicidad de la ciudadanía.
Llega cierto momento en que es imposible no preguntarse si el periodista Ceferino Reato – como cualquier otro mortal – tiene alma o algo que se le parezca, tal es el desapasionamiento con que sus palabras ilustran la época más difícil de nuestra historia reciente. Autor del libro “Disposición Final – La confesión de Videla sobre los desaparecidos” y eje de una polémica en torno al tema, el también escritor del mentado título “Operación Traviata” se debate en medio de la tormenta con un equilibrio admirable. Sus afirmaciones generan incomodidad y reproches tanto en la izquierda como en la derecha.
En rigor, el mismo Reato ha tomado por objetivo “sólo informar” al público interesado, lo cual – como él mismo ha dicho – le impide tomar partido por tal o cual bando. Y eso es, no obstante, lo que a muchos “les molesta”. Nada inquieta tanto al sofista como nuestra prescindencia de creer en sofismas. En este sentido, los colegas-militantes de izquierda están enojados con Reato por dos cosas: primero, porque no tienen esperanzas de sumarlo a sus “filas”; segundo, porque tampoco pueden enrolarlo en la derecha. ¡Están desesperados! ¡No hay libreto que encaje!
Es que en este sentido, Ceferino Reato, ya tiene una posición tomada, y la apunta claramente en su último libro: “El periodista indaga y busca la verdad para comunicarla al público; sabe que siempre será una verdad relativa y que la objetividad no será alcanzada, pero se esfuerza en llegar lo más cerca posible. Milita a favor de su profesión y no a favor de los ideales y los intereses de un político, por loables que puedan ser”.
“Me remito a lo que dicen los mismos protagonistas”, apunta mi entrevistado, y remata: “en los setenta aquí hubo una guerra. Lo dice Videla y lo dice Firmenich”. A renglón seguido le cierra la puerta, empero, al que vaya a entusiasmarse demasiado con sus palabras: “Que haya habido una guerra, no quiere decir que sean legítimas las violaciones a los derechos humanos”, mientras que por otro lado señala que “indudablemente son peores los crímenes que haya cometido el Estado a los cometidos por la guerrilla”.
Ceferino Reato se desenvuelve con una literatura más bien semántica y racional antes que retórica, acaso para no opacar con propio colorido el valor testimonial de la gran herramienta de investigación que nos ofrece. Por primera vez – después de tantos años y después de tanta discusión – es el mismo Videla quien nos ofrece “su” relato de los años 70. “Disposición Final”, más allá del espasmo que pueda ocasionar el rigor testimonial, engloba una buena noticia para los argentinos. “Tengo un peso en el alma”, confesaría el ex presidente, toda vez que accedió a entrevistarse con Reato tanto para asumir sus responsabilidades como asimismo para “desresponsabilizar” a la ciudadanía argentina en lo que respecta a la figura del desaparecido, varias veces utilizada por el oficialismo para fijar un sentimiento de culpa en las personas o “clases sociales” que habrían sido complacientes con los métodos de los militares. Jorge Videla, aunque sin permitirse la humanización de un lenguaje estrictamente soldadesco, desliga a los argentinos de las medidas adoptadas por la Última Dictadura: “Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte”. En rigor, si se buscó enmascarar o disimular la muerte del enemigo es porque se pretendió alejar lo mismo del conocimiento y la complicidad de la ciudadanía.
¿Acaso la obra, como suele ocurrir, es susceptible de “humanizar” una figura por todos lados y por todos los medios demonizada en extremo? Ésta puede ser una pregunta que preocupe a los que obtienen rédito de tamaña demonización, ya que el lector con afán investigativo o bien simple curiosidad obtendrá de sus páginas un argumento más que servirá para completar un juicio certero al respecto de los hechos. Casualmente, los mismos que “recelan” del testimonio de Videla son los mismos que hacen “oído sordo” a testimonios como los de Firmenich (en que reconoce que hubo una guerra y que ellos no “eran jóvenes idealistas sino soldados al servicio de una causa”), o como el de los mismos protagonistas de la renombrada Noche de los Lápices, y que convierte en simple mito la literatura que a muchos les llenó los bolsillos. Prescindir del contexto histórico al momento de encarar una discusión sobre los 70 es el recurso inefable de aquellos que se favorecen con el distanciamiento y los rencores entre los argentinos. En definitiva, que hable Videla no va a cambiar lo que haya hecho.
En otro sentido, muchos han sido los que han reaccionado por el hecho de que se diera “micrófono” al ex General Videla. Efectivamente, tienen razón, toda la razón del mundo. Tienen razón en no haber sido “ellos” quienes lo entrevistaran. ¿Qué trabajo podrían habernos ofrecido? Por otro lado, flaco favor nos hubiera hecho el periodismo argentino de no habernos legado el testimonio del mismísimo Videla, descarnado, sincero, aterrador o como se quiera, pero testimonio al fin. En fin, es mucho menos “grave” ser un periodista que entrevista a un ex dictador preso que ser un periodista ex guerrillero cuyos crímenes nunca han recibido el tratamiento de justicia alguna. Ceferino Reato arroja un as de luz donde otros más bien prefieren el predominio de la oscuridad.
Incómodo tanto para “anti-Videlas” como para “videlistas”, rigurosamente documental y por de más de sobrio (al respecto de un tema que encrespa hasta al más desprevenido), “Disposición Final” retoma el hilo de los setenta con la impronta y el prestigio de un exhaustivo trabajo de investigación. Es lícita, por supuesto, la discusión de si debiera haberse entrevistado o no a Videla… pero, en definitiva – para preocupación de algunos –, tarde o temprano alguien lo tenía que hacer. Menos mal que ese alguien es el señor Ceferino Reato.