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Reconocimiento a "PERIODISMO... para periodistas"

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El siguiente mensaje me fue enviado recientemente. Agradezco con satisfacción al firmante, aunque por una entendible cuestión de ética debo reservar su identidad. Simplemente deseo que esto se traduzca en un mero reconocimiento al esfuerzo de "PERIODISMO... para periodistas" por realizar un trabajo honesto y desinteresado.
 ¡Es la idea!





Notas relacionadas

Cuento sobre si ser de derecha o de izquierda

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YO NO SOY ni de derecha ni de izquierda (me asombra que algunas gentes elijan enrolarse tras una simple palabra), pero estoy tanto más lejos de lo que segundo que de lo primero que hasta observo con menuda indulgencia a todo aquél que me tache de fascista.
     Me resulta, incluso, hasta ciertamente ridículo el empeño generalizado por definirse de izquierda o de derecha, me revela un deseo de pertenencia a un "algo" tan intangible, tan espurio y tan improbable... Me asusta, además, el hecho de que haya personas tan confundidas que se peleen entre sí para demostrarles al otro que no pertenecen más que a nada, más que a un cuento, más que a un capricho odioso y enfermizo.
     Esa ciega obsesión por pertenecer a nada se traduce en una completa incapacidad de asumir un compromiso. ¿Cómo se explica? Pues bien... Sería mucho más razonable y productivo en un hombre que se compromete con una causa sin sentido como es ser de derecha o de izquierda, que se comprometiera con la educación de sus hijos, con el pago de los impuestos, con el respeto al prójimo, con el cuidado físico... con la limpieza del garage, el baño del perro, el planchado de las camisas. Hasta sacar la basura a la calle es más razonable (e inteligente, y -obviamente- masculino) que andar vociferando por ahí "hey, mundo... yo soy de izquierda o de derecha". Observo que el forzado sentido de pertenencia a una causa espuria y estrictamente sujeta a teorías centenarias viene a tapar un hueco en el corazón del hombre actual.
     Precisamente, en la actualidad está más de moda ser de izquierda que de derecha, lo cual torna aún más tenebroso el paisaje urbano. ¿Por qué? Digamos que por una cuestión estrictamente "técnica". Hoy en día no sólo que está de moda ser zurdo, si no que lo mismo no resume en otra cosa que en una forma de descalificación general hacia el que no lo es y, por si fuera poco, son mayoría. Quizás no sean mayoría en términos cuantitativos, pero sí cualitativos, porque son los de izquierda los que vociferan por todas partes, los que lloriquean a toda hora en la pantalla de televisión, los que claman ardorosamente por la liberación de esto y aquello, los que no se sacan de la boca el asunto de los derechos humanos como si ello justificara cualquier medio. Son, pues, mayoría... Porque gritan. Pero la naturaleza misma de la izquierda no es ser mayoría, sino minoría. Técnicamente hablando, la izquierda es izquierda porque es minoría.
     Y esto precisamente es la naciente de un conflicto. Tomen nota de la siguiente verdad absoluta, inefable e indiscutible: UNA MAYORÍA HENCHIDA CON ÁNIMOS DE MINORÍA es equivalente a una sociedad mayormente abarcada por perdedores, resentidos, negadores de la realidad, tergiversadores de la historia. Perdedores porque no ven que están ganando (a base de especulación y destemplanza) y, por ende, tienen constante miedo de perder; resentidos porque no se recuperan del desastre íntimo que les significó haber sido minoría alguna vez; negadores de la realidad porque es la única forma que tienen de articular la victimización que les permitió llegar a mayoría; y tergiversadores de la historia porque evidentemente tienen más cosas de las que avergonzarse que enorgullecerse. Así de simple, así de técnico es el asunto. Ante un cuadro así, un hombre razonable (que se respete así mismo y que no tire a los chanchos la honra e incluso la masculinidad) no puede menos que repeler los falsos paradigmas de una supuesta izquierda más diseminada que los volantes del supermecado COTO. De ahí que, si bien no me asuma ni de una cosa ni de la otra, estoy tremendamente más lejos de tal que de cual.
     El panorama, entonces, es triste. Ya no estamos hablando de una simple lucha de postulados políticos si no más bien de caprichos e íntima represión de ideas. Por eso es que lo mejor es, pues, aplicar la lente milagrosa del humor para digerir la tristeza y esbozar un poco de alegría. A este respecto, Walter Omar Dari (un interesante contacto mío en Facebook) tuvo el ingenio de observar mi tristeza y trocarla en alegría mediante un cuento que posteó en mi Muro y del que ya no podré prescindir.
     Con él redondeamos este artículo, en tanto que no dejo pasar la oportunidad de felicitar la perspicacia de Walter y, de más está decirlo, de agradecerle encarecidamente.
     ¡Lean el cuento!

SER DE IZQUIERDA O DE DERECHA

Una universitaria cursaba el último año de sus estudios en la Facultad.
     Como suele ser frecuente en el medio universitario, la chica pensaba que era de izquierda y, como tal, estaba a favor de la distribución de la riqueza.
     Tenía vergüenza de su padre. Él era de derecha y estaba en contra de los programas socialistas.
     La mayoría de sus profesores le habían asegurado que la de su papá era una filosofía equivocada.
     Por lo anterior, un día ella decidió enfrentar a su padre.
     Le habló del materialismo histórico y la dialéctica de Marx tratando de hacerle ver cuán equivocado estaba al defender un sistema tan injusto.
     En eso, como queriendo hablar de otra cosa, su padre le preguntó:
     - ¿Cómo van tus estudios universitarios?
     - Van bien -respondió la hija, muy orgullosa y contenta-. Tengo promedio 9, hasta ahora. Me cuesta bastante trabajo; no voy a los boliches, no salgo, no tengo novio y duermo cinco horas al día, pero, por eso ando bastante bien, y voy a recibirme en término.
     Entonces el padre le pregunta:
     - Y a tu amiga Soledad , ¿cómo le va?
     La hija respondió muy segura:
     - Bastante mal. Sole no se exime porque no alcanza el 6 (tiene 4 de promedio), pero ella se va a bailar, pasea, fiesta que hay está presente, estudia lo mínimo, y falta bastante... no creo que se reciba, por lo menos este año.
     El padre, mirándola a los ojos, le respondió:
     - Entonces hablá con tus profesores y pediles que le transfieran 2,5 de los 9 puntos tuyos a ella. Ésta sería una buena y equitativa distribución de notas porque así las dos tendrían 6,50 y aprobarían las materias.
     Indignada, ella le respondió:
     - ¡Estás loco vos? ¡Me rompo el traste para tener 9 de promedio! ¡Te parece justo que todo mi esfuerzo le pasen a una chanta, vaga, que no se calienta por su carrera! Aunque la persona con quien tengo que compartir mi sacrificio sea mi mejor amiga... ¡¡¡No pienso regalarle mi trabajo!!!
     Su padre la abrazó cariñosamente y le dijo:
     - ¡Bienvenida a la derecha!

     Moraleja: Todos somos rápidos para repartir lo que es ajeno.
    
Notas relacionadas:

La entrevista a Larrabure en Facebook

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Evidentemente Facebook puede llegar a ser una excelente herramienta de difusión, más aún para aquellos que, como yo, ya estamos un poco hartos de la manera tibia o acomodaticia en que suele transcurrir la información "oficial", es decir, aquella que nos llega a través de los grandes medios de comunicación.
     En muchos casos, Facebook ha venido a significar un "destape" para personas que, (también) como yo, han decidido librar la flema del pensamiento y asimismo del sentido de justicia y verdad.
     Es un honor usar Facebook para estos fines.
     Al respecto de la entrevista a Arturo Cirilo Larrabure, deberé consignar que ha significado un record increíble de visitas al blog (según las estimaciones de Google Analytics). Evidentemente la gente se entusiasma ante la sola posibilidad de que se vaya descubriendo la verdad de los hechos y, por tanto, alumbrándose la complejidad de los mismos.
     Me he propuesto en esta ocasión realizar un artículo solamente para mostrar las más entusiastas adhesiones, vía Facebook, que ha tenido el artículo en cuestión, en algunas veces de reconocimiento para este blog. No quiero dejar de mencionar, además, los mensajes de apoyo que han llegado a mi cuenta de correo electrónico (davidrey11@gmail.com), en tanto que por el carácter privado del mismo me resultaría imprudente plasmarlo aquí.
     A todo el mundo, entonces... muchas gracias. Dan sentido a la lucha.

Jóvenes idealistas y Mitos setentistas

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"Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo.
Puedes engañar a algunos todo el tiempo.
Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo".
Abraham Lincoln


HAY BATALLAS QUE se libran de modo pasivo. Es decir, sin concretas acciones de guerra, suele permanecer incólume el espíritu de lucha de las personas disimulado tras un silencio de espera, de expectativa filosa, de preparación subrepticia. ¿Cuál es la explicación? Bien simple: no hay mal que dure cien años. Es que hay veces que pelear es en vano; no sirve, no rinde. Es mejor callar… aguantar un poco más… y esperar a que el curso mismo de la naturaleza vuelva tranquilamente a ubicar las cosas en su justo lugar.

     Victoria Villaruel y Agustín Laje Arrigoni son el resultado mejor logrado de una sociedad que supo educadamente guardar discreción. El enemigo impostor, por su parte, ha contado con todos los medios, absolutamente todos; se ha valido de todos los medios (por si fuera poco), absolutamente todos. Por esto mismo, es que el enemigo impostor ha carecido de lo que mejor salvaguarda el espíritu de una causa: la decencia. Por mucho tiempo Argentina ha estado sujeta al capricho pueril de los indecentes.

     Cuando todo parecía escrito (léase “reescrito”) de forma imperturbable, Victoria Villaruel se propuso calladamente observar la historia desde una perspectiva limpia de ideologías y por lo tanto exenta de intereses particulares, los cuales nos llevan casi siempre más a mentir que a decir la verdad. Cuando ya prácticamente todo el mundo hablaba de “héroes”, “víctimas” e “idealistas”, Victoria Villaruel tomó la posta y habló de terroristas. Asumo que siempre la observé imbuido de una mezcla de sana envidia y admiración; sobran los hombres que vayan a celar la valentía de esta cauta mujer.

     Apenas recibida de abogada se propuso proyectar lo que años más tarde se conocería con el nombre de Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), una institución abocada a traer a recuento la infinita cantidad de víctimas que legó una época espantosa de nuestro país, y que muy perniciosamente es observada de soslayo tanto por el actual gobierno nacional como por innumerables actores de la política y del periodismo argentinos. El CELTYV se ha propuesto exigir el reconocimiento público de las víctimas del terrorismo como así mismo la inmediata indemnización que corresponde para estos casos; será preciso aclarar que ningún gobierno constitucional jamás tuvo gesto alguno con los damnificados aquí mencionados.
     Por si fuera poco, Victoria Villaruel es la autora del libro “Los llaman… ‘jóvenes idealistas’”, cuya descripción en tapa ilustra el objeto que persigue: “Durante años el discurso oficial escondió bajo llave parte de la historia argentina”. El libro no viene a fundar controversia con ninguna de las actuales voces en boga, signadas estas mismas en la obstinada tarea de recordar el saldo en muertes atribuible a la última Dictadura Militar, sino que aporta – con documentación fehaciente – otra contabilidad lamentable de igual naturaleza, aunque en esta ocasión perniciosamente silenciada tanto por el gobierno como por entidades políticas y mediáticas. “Los llaman… ‘jóvenes idealistas’” parte del hecho de enunciar a los mentados “idealistas” del setentismo como a salvajes criminales que mediante el terror tiñeron de sangre nuestra historia y que por lo mismo motivaron el Golpe de Estado del 76. Según la incansable autora, el silencio oficial a este respecto se debe a que muchos de los que participaron activamente como terroristas hoy se encuentran ocupando un escaño en el Congreso Nacional. Triste y lamentable, ¿no? ¡Al fin alguien que se anima a decirlo!

     No pierde en audacia la labor exhaustiva del joven escritor cordobés Agustín Laje Arrigoni, quien con tan sólo veintidós años de edad ha escrito un libro que hace estremecer la cimiente misma de tanta historia engañosa e ideologizada: “Los mitos setentistas – Mentiras fundamentales sobre la década de los 70”. Como el título lo señala, el libro pretende una mordaz desmitificación de la forma en que son actualmente recordados (también, por el gobierno y sus cómplices) los hechos que habrían tenido lugar en la susodicha época, y puntualiza con nombre y apellido a los responsables del terrorismo en Argentina. Pero es en la persona misma de Agustín Laje donde se concentra la verdadera autoridad de sus afirmaciones, ya que no sólo ha escrito innumerable cantidad de columnas al respecto en distintos medios del país y es consultado periódicamente por periodistas de todas partes, sino además cursó estudios intensivos sobre terrorismo, contraterrorismo, narcotráfico y crimen organizado en el Center for Hemispheric Defense Studies de la National Defense University, sito en la capital estadounidense de Washington DC. Debiera esto último ser un dato relevante para los que hoy en día se toman su tiempo para relativizar el alcance de su trabajo como así mismo para difamar y amenazar a esta promesa genuinamente argentina.

     De Agustín Laje Arrigoni no podría acertar a decir qué es lo que más me sorprende: si la prodigiosidad inexpugnable con que escribe, si el hecho de que lo arbitre un razonamiento tan adulto como admirable, si la no menos asombrosa coraza intelectual que lo ha mantenido a salvaguarda de tanta moda liviana y de tanta ideología fétida que suelen ensañarse con los jóvenes de este país. La lectura de los escritos de Agustín arroja un haz de luz muchas veces insospechable hasta para los mismos correligionarios al respecto, como es mi caso en particular, y así que muchas cosas se expliquen por sí solas en tanto nos dispongamos a revisar lo sucedido antes y durante del Gobierno de Facto del General Videla. No pretende el escritor negar los hechos que son voz campante de los actuales defensores encubiertos del terrorismo, ni mucho menos esgrime una justificación para la toma de un gobierno por la fuerza, pero relata lo sucedido en Argentina con tal afán de verdad y con tal rigor didáctico – mediante documentación inefable y hasta científica – que todo el que lo lee honestamente no puede menos que replantearse muchas cosas en su cabeza.

     Ya sea los esfuerzos de Victoria como los de Agustín Laje vislumbran por aquello que tanto escasea en los atropellos diarios de los actuales políticos e historietistas de turno: la decencia de sus intenciones. Parece ser que ambos investigadores tienen bien en claro que plantear una refutación lisa y llana al respecto del actual modo de recordar la historia no engendra más que división y desentendimiento innecesarios. No tienen por objeto que los argentinos nos peleemos entre nosotros, más bien al contrario: en ambos trabajos solamente hallaremos la sincera invitación a enriquecer nuestra visión de los hechos y a formar un juicio pleno en ecuanimidad. Los dos enfilan sus esfuerzos por una memoria completa y exenta de ideologías inoportunas, al mismo tiempo que exigen la consideración de los Derechos Humanos de forma imparcial e inmediata de todas las víctimas de aquel tramo feroz de nuestra historia reciente. ¿Podríamos decir lo mismo del actual gobierno y de sus intrépidos derechoshumanistas, en tanto que vociferan con ardor por los derechos de unos en detrimento de los de otros?

     Se trata, pues, como decíamos al principio, de una batalla que se dio de modo pasivo, sin mediar contiendas de sangre y evitando en todo momento la flema del escándalo; las armas mejores con que contamos millones de argentinos fue la prudencia, la paciencia y la comprensión, además del maravilloso sentido práctico que nos dictaba a nuestros oídos que “no hay mal que dure cien años”, y en consecuencia, no existe mentira capaz de soportar la erosión del tiempo. Victoria Villaruel y Agustín Laje Arrigoni consignan el resultado mejor logrado de una sociedad que calladamente supo soportar la ignominia y el chantaje, la burla y la calumnia; resumen la voz de millones de argentinos pacientes y enamorados de un porvenir saludable para todos los que habiten este suelo maravilloso.

     Por supuesto que el trabajo no está acabado y hasta podríamos decir que todavía se encuentra en su etapa inicial, pero el velo de la mentira ya fue drásticamente removido y es ahora en donde nos será dado elegir entre la valentía de sumar nuestra voz al destino que asoma o la cobardía de seguir llenando nuestros oídos con las ya oxidadas infamias de siempre. No faltará, por supuesto, el que nos injurie y el que nos amenace, el que nos anatemice tan infantilmente y el que nos insista con argumentos más aprendidos por repetición que por propia investigación. A los que, sin embargo, por fidelidad a sus principios, pretendan una relativización de nuestras afirmaciones, les sugiero tengan la educación de no incurrir en tergiversaciones y descontextualizaciones, actitudes que inevitablemente los ubicarán del lado impostor.

     Hace de toda la vida que sobrevuela mi cabeza el mote de fascista o de golpista por observar simplemente con suspicacia el relato oficial de lo sucedido en los setenta, y sé que no es el mío el único caso; por eso mismo vale la siguiente consideración: no somos golpistas por negarnos a creer en sucias mentiras; somos argentinos que simplemente hacemos frente a ese golpe infeccioso que significa la mentira. Si algo de golpistas tuviéramos en vez de bregar pacífica y educadamente por una memoria completa, estaríamos haciendo aquello que hicieron los “jóvenes idealistas” que nuestros mismos detractores recuerdan con cariño.

     Muchas gracias.


Impresiones sobre Entre Ríos: excelencia en seguridad

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Tuve ocasión de visitar la ciudad de Colón, en la margen del Río Uruguay. Es una ciudad hermosa, estrictamente mesopotámica y de nutrida historia (dicen que fue la favorita de Urquiza). Los entrerrianos me contagian siempre la misma impresión: gente amable, sencilla, trabajadora, aunque ciertamente hermética y melancólica; me pregunto si entre ellos hablan de fútbol y de mujeres, y si acaso alguna vez cometen la impudicia de estallar a carcajadas.
     Colón es una ciudad de no más de veinte mil habitantes (estables), aunque se trata de un número - me decían - que suele duplicarse con facilidad en época de mayor turismo. Cuenta con Casino y hasta con lujosos hoteles; ese río amplio - inteligentemente explotado - ha transformado la vida de la ciudad, le ha dado un sino. Debería esta ciudad estar mejor publicitada en Rosario, y por cierto que también debería estar mayormente consignada en las rutas entrerrianas (desde mi ciudad a ella sólo he visto carteles de Gualeguaychú, Basavilbaso, Concepción..., pero ningún cartel que dijera "Colón"). En fin, de Rosario hasta la margen del Río Uruguay todas mis impresiones fueron favorables; podría afirmar que el trayecto caminero no sólo que es excelente salvo algunos tramos, sino que además son las rutas notablemente susceptibles a reformulaciones estructurales. Para todo argentino es lindo que te molesten porque están construyendo, alargando, corrigiendo, haciendo más hermoso todavía este país.
     Pero lo que más me llamó la atención en mi travesía por Entre Ríos poco tiene que ver con el hecho de endulzar aún más la folletería turística (o quizás sí). Aquello que me dejó verdaderamente admirado fue la asidua presencia policíal en todo el ancho recorrido entrerriano. En efecto, no hubo intersección alguna donde no haya habido un grupo de policías dispuestos más para guiar al viajero que para apercibir alguna falta eventual (en todo el recorrido, sólo di con un operativo en que hacían descender de un coche a una pareja, aunque no pude averiguar las causas). Puedo afirmar que la policía de Entre Ríos destaca por razones de rigor, sencillamente.
     He tenido ocasión de cerciorar la más que buena predisposición de los agentes: educados, bien vestidos, afeitados al ras, bien dormidos, limpios, respetables. Se trata de una impresión que necesariamente debí compartírsela a un poblador, en tanto que este mismo de inmediato evocó el nombre del señor Héctor Roberto Massuh, Jefe de la Policía de Entre Ríos. En internet es poca la información que pude recabar al respecto, por lo que debo quedarme con las ligeras aseveraciones de mi entrevistado. Según me decían, entonces, el Comisario Massuh es un "afanoso" en lo que respecta tanto a la labor policíal como a la presencia misma de los agentes, pudiendo incluso amonestar con tres días de cárcel al que no se vistiera convenientemente. Es que la policía de Entre Ríos es una de las pocas del país que cuenta con sastrería propia, por más que el mismo Massuh aclarara en una entrevista radial que todavía no alcanza para abastecer a todo el personal.
     Quise saber si acaso el comisario tendría alguna afinidad especial con la actual administración kirchnerista de la provincia de Entre Ríos, mas obtuve por respuesta que la exhaustiva labor de Massuh se remonta a los tiempos de la anterior gobernación. Específicamente, Massuh hace más de treinta años que los tiene dedicado a su profesión, hace más de seis que es Jefe de la Policía de Entre Ríos y prontamente tiene por objeto instalar casi 30 cámaras de seguridad en la capital provincial, Paraná.
     La buena impresión que me llevé al respecto puede quizás inclinarme a exagerar mi admiración, pero la misma no es otra cosa que una denuncia implícita a las condiciones lamentables de los policías que observo a menudo en mi provincia y en mi ciudad. Asumo que Santa Fe, y particularmente Rosario, son plazas mucho más complejas y conflictivas en materia de seguridad, pero esto no quita que no se vaya a optar por revisar modelos que pueden estar apenas cruzando el Río Paraná. En fin, no siempre el grande es aquél que sirve de ejemplo para el chico, mucho menos cuando este último con la sola presencia nos indica cuál es y para dónde está el rumbo que perdimos.


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