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Septiembre...

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LA SILUETA DE UN ÁNGEL RECOSTADO, con sus enormes alas que parten desde la espalda y acaban recién por sus rodillas, cubriéndolo todo en cuán sinuoso valle de plumas cósmicas. Observándonos entretenido apoyado su rostro sobre la palma de la mano izquierda; como a través de un cristal ahumado por la borra del vino tinto, o por la sangre aún caliente de millones de espíritus vulnerables que no lograron atravesar la tiesa burbuja que encierra y asfixia al mundo. Septiembre... Septiembre... tal vez un ángel rosado soportando con su mano derecha el pesado costal de la noche constelada, con el prematuro guiño de Venus cada vez más insolente, siempre indescifrable por supuesto. Septiembre es eso mismo: una idea poco substancial, inexistente, inexplicable, pero por sobre todo íntimamente nuestra, por lo tanto todo lo anterior. Muy diferente sería, no quepe la menor duda, que pudiéramos lucirnos por el resplandor de nuestra esperanza antes que callarlo con un grito de angustia en el pecho, con una sombra de silencio y convencionalismo surcándonos el rostro, para que nadie nos crea tarados, o algo así. Septiembre, en fin, se presta para soñar, lo que sea: una quimera sin precedentes o aquel mismo sueño tantas veces pisoteado... para soñar a nuestra manera, a la que nos hemos acostumbrado, sin testigos a la vista, sin dejar rastro alguno de quienes somos en realidad (¿realidad?), como un romance prohibido y estrictamente penado por la ley de los hombres, aquellas que inventamos para justificar el miedo a fracasar.
     La tarde cae, con todas las formas que podamos inventarle: un ángel; una tortuga agonizante vomitado a chorros sus propias vísceras; una calesita con corceles de oro; un gigante charco de orina; el cuerpo de una mujer desnuda, con la cabeza en forma de pescado (menos mal que la cabeza). Salir a la calle entonces, y preguntarle a la gente qué significa “Septiembre”, es insustancial. Es como preguntarle a un niño pobre cómo carajo hace para reír, con el llanto del hambre y los mocos del abandono resecos en el rostro. Cuán soberbio sería el hombre (¡ja!, sería), si pudiera precisar con detalles reales, cotidianos, el misterioso afán de una esperanza que nace, pese a todo. Septiembre es, en definitiva, lo que olvidamos ser a lo largo del año: apocadas ninfas temblando de vértigo a la hora del salto, pero... por qué Septiembre. El mes de los enamorados, dicen lo más tontos imbéciles, y los que nunca se enamoraron ¡para qué diablos nacieron! Es como suponer que alguien cualquiera nos cuida, nos vigila detrás de un árbol, dentro de una casita flotando en las vísceras podridas de la tortuga antes citada. Alguien cualquiera que no se parezca a nadie; para ello sólo debe estar dispuesta a escucharnos, atenta y sigilosa cuando comenzamos diciendo: “Tengo un sueño...”, que nos acompañe en una conversación onírica, fantástica, y que siempre apruebe con entusiasmo nuestra firme determinación de darle un “sí” a la locura de vivir. Esa persona se llama Septiembre, y en el mejor de los casos, somos nosotros mismos.
    Por eso, nada más que por eso, no se puede entender por qué todo el año no es así. Quizás no sea tan importante haber nacido para vivir tantos años, como nacer todos los años para vivir lo que se ha nacido. Todo es más hermoso, asiduo menester de estos días con presagios primaverales; todo se contagia de la fuerza y beldad de la naturaleza: es como si el color de las plantas, vago ejemplo, sea el cartel luminoso que nos autoriza, por hoy nada más, a cometer la travesura de exigirnos ser mejor cada día; que nos permita atrevernos, impúdicos, a darle forma a la idea de un sueño... es que somos hijos de la soledad, bastardos de toda la vida. Nosotros...
    La tarde se funde en un abrazo estelar; la impertérrita noche copula a la calesita de oro con cabeza de pescado. Venus irradia con ínfulas de prostituta novata, algunas aves apresuradas cruzan el cielo como si hubieran olvidado dónde dejaron sus dormideros. Septiembre... Septiembre... eso mismo es, permitirse ser libre para pensar, decir y hacer lo que se quiera. De pronto, un viento suave, resabio quizás de la desquiciada Santa Rosa, arroja al pueblo el hálito embargador de la bienvenida primavera. Por una centésima de segundo, todo el mundo se queda quieto, paralizado, expectante; sólo respiran y se miran de soslayo por miedo a ser delatados. La tarde es maravillosa, algo fresca eso sí; parece que vale la pena vivir, parece que es posible, pero no, pero sí. Todo sigue igual, entonces. Se reanuda el trajín cotidiano, las vidrieras destellan sus fulgores de siempre, los bares exhalan sus efluvios de café y cerveza, la gente anda, de aquí para allá, esporádicas sonrisas pasan volando sobre veloces motocicletas; alguien se enciende un cigarrillo (qué buena idea), otro se sube a su auto y de costumbre enciende la radio, más cerca otro se tropieza con una baldosa mal parida y un tonto escribe la historia de un pueblo, un país, una Nación de gentes con pareceres inciertos, con gestos de piedra bajo las cejas, como si la esperanza fuera sólo para los niños. Pero que por ser Septiembre, por dentro nos arde, y nos estamos quemando les advierto, por hallar la causa universal que nos permita, pobres diablos... volver a creer. 


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La 'tinelización' de los derechos humanos

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EL MISMO TÍTULO lo dice. Una cuestión de suyo delicada y controvertida, hoy signada para completar la diaria chismografía televisiva. Si algo le faltaba a los derechos humanos en Argentina – ya bastardeados desde siempre y empezando por quienes dicen reivindicarlos – es que también ellos cayeran en la misma bolsa de banalidad, prostitución y rating que tanto envilece a prácticamente toda la televisión. De manera que hoy los mentados DD.HH. integran la misma galería ociosa donde desfilan el trasero de Zaira Nara, las tetas de Pampita, la florida homosexualidad de Fort, el botox de Moria Casán… y sí, la desmedida ambición del empresario Marcelo Tinelli (quien, como buen cincuentón, cuanto más viejo, más verde).

     Lo que siempre se pretendió como sagrado (más allá de las pérfidas distorsiones) ahora resulta que se subscribe dentro del truculento circo mediático. El caso es que, en pocas palabras, se le endilga al Almirante Massera haber tenido alguna relación con la vedette Graciela Alfano (otra que en vez de sangre tiene clorofila), motivo por el cual se la relaciona a ésta con las supuestas violaciones a los derechos humanos que habrían perpetrado los militares (cosa que como bien sabemos tiene más de cuento chino que de real). La prensa liviana de nuestro país – toda – por supuesto que no demoró un segundo en apuntar sus viciados lentes al respecto, sin importar que la hediondez magnífica que destila nuestra farándula ensucie aún más la siempre irresuelta cuestión de los 70.

     No debe sorprendernos, sin embargo, este derrotero lógico en que decae un asunto tan discutido como fabulado. Más allá del uso descarado que actores políticos, como Carloto y Bonafini, han dado a los DD.HH., tanto el cine como la televisión han incursionado también los tremebundos laberintos del mito y la mentira. Por citar un par de ejemplos, la película “Kamchatka” (con Ricardo Darín) supone la historia de una tierna e inocente parejita que escapa del yugo asesino de los militares, sin precisar en ninguna parte el motivo de dicho acosamiento. En la pantalla chica quizás el caso más ilustrativo lo haya consignado la telenovela “Montecristo”, en que su protagonista, interpretada por Paola Krum, descubre que es hija de desaparecidos. Si bien la calidad argumental de ambas producciones es poco menos que vergonzosa, queda bien de manifiesto (como en prácticamente todo aquello que toque los 70) el esfuerzo sistemático por santificar una parte (los terroristas) y demonizar a otra (las fuerzas legales). Ya, en los medios en general, prácticamente siempre los periodistas u opinólogos – del color político que sean – se postulan respetuosos con el dogma setentista, sin importar cuán perniciosos pueden resultar para el descubrimiento de la verdad como así mismo el resarcimiento de la justicia (siendo esta última, en nuestro país, extremadamente dependiente del juicio de las masas).

     De esta suerte que tarde o temprano iba a terminar “el tema de los 70” bailando en el caño [1], en medio nada menos que de una legión de prostitutas y proxenetas – entre invertidos y viejos babosos –, todo lo cual resume en un desgaste más de los mismos derechos humanos que subyacen tácita o explícitamente. Sea cierto o no el romance entre Massera y Alfano, y de las cosas que a esta última se le imputen, la putrefacta atmósfera de la farándula, naturalmente, acaba por banalizar un asunto de suyo difícil y doloroso, y que desde siempre exigió el juicio desinteresado y competente que nunca tuvo.

     Más allá de que los setenta en Argentina han sido utilizados para fines políticos e ideológicos, su sola mención siempre originó un eco de respeto y discreción en los receptores – la gente –. Que en adelante tenga estrecha relación con nombres como Alfano, Tinelli y otros tantos agentes de degradación moral, constituye un eficaz recurso por seguir distanciando esta discutida etapa histórica del sentido común de los argentinos. En rigor, la farandulización o tinelización de los derechos humanos, lejos de signarlos en la consideración colectiva en su concepción ascética, sólo conseguirá – luego de tamaño manoseo – exhibirlos cada vez más vulnerables e insignificantes.

[1] En alusión al baile pornográfico que tiene lugar en el programa "Bailando por un sueño", que conduce el empresario Marcelo Tinelli por la pantalla de Canal 13.

Nota relacionada:

Biolcati: ¿Lo dijo o no lo dijo?

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DICEN QUE HUGO Biolcatti dijo que “la gente mira Tinelli y si puede pagar el plasma, no le importa nada más”. Aunque no me crean, soy un “cuestionador” inefable de las declaraciones del titular de la Sociedad Rural Argentina, tanto así que todavía me molesta el tiernamente estúpido discurso con el que hace poco inauguró la última Exposición de la Rural (mucho mencionar a Sarmiento - con todo el respeto que le merezco –, aunque no como si se tratara de un hombre sino más bien una deidad, y yo no soy partidario de que haya sido una deidad el que rabiaba por “abonar la tierra con la sangre del gaucho”. No es que justo yo me ponga en ‘sensiblero’ – lo único que falta – pero sencillamente me postulo por llamar a las cosas por su nombre, sin achicar ni agrandar a nadie).

     Y ahora resulta que todo el mundo está horrorizado porque se dice que dijo lo que dijo. Y, por si fuera poco, mi gran sorpresa llega en tanto que me entero que el mismo Biolcati niega categóricamente haberlo dicho, excusando una descontextualización de sus palabras.

     Ok… Si bien – como ya señalé – soy un cuestionador de la vocinglería ruralista, haré una excepción a la regla y ya no sólo que me enrolaré tras las palabras de Biolcati, sino que – considerando que él se desdice de las mismas – me apropiaré de lo que tanto espanta a la prensa. Entonces, YO DIGO Y RECONTRA DIGO QUE “LA GENTE MIRA TINELLI Y SI PUEDE PAGAR EL PLASMA, NO LE IMPORTA NADA MÁS”. Y lo que digo es válido en cualquier contexto que se aplique (así, como suena, sin atenuantes), y al que le gusta bien, y al que no… lo siento por él. Y estoy totalmente convencido que al grueso de la gente no le importa quién gana, quién pierde (salvo que se hable de fútbol), no le importa la inflación, ni las retenciones… ni los derechos humanos, ni la historia, ni los muertos, ni los vivos, ni lo que pasó ni lo que pueda pasar. No le importa nada. Lo único que quiere hacer es sentarse y ‘mirar Tinelli’, y todo lo demás… le importa un rábano.

     En el año 94 Argentina dejó pasar la oportunidad de que nos gobierne el ex Gobernador de Mendoza, José Octavio Bordón. Importaron más los créditos blandos con los que Menem amenazaba a todo el mundo que el hecho de votarle a una persona que convirtió una provincia que compraba alimentos en productora de los mismos. La historia se repite, con otras cositas, pero es la misma. Mirá vos cuánto nos importan las cosas a los argentinos… y resulta que ahora “todo el mundo” se alarma porque Biolcati dijera que a la gente sólo le importa pagar el plasma y ‘mirar Tinelli’.

     ¡Tiene razón!

Entrevista a Ricardo López Murphy

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-RICARDO, DISCULPE... ¿USTED sería tan amable de concederme cinco minutos para una entrevista?
     Mira su reloj; el mismo que movió para todos lados durante el discurso que acababa de pronunciar.
     -Mirá -me dice- mi colectivo sale para Buenos Aires a la una de mañana… Así que tiempo, me sobra.
     Eran ya las 9 y pico de la noche y quedaba clausurada la presentación del libro “El Espíritu del Mercado”, de Alejandro Sala, en el Club Alemán de Rosario, en la que el señor Ricardo López Murphy había oficiado en calidad de conferencista. “Tantos libros que escribí yo… y ninguno me salió como el de Alejandro… Es un gran aporte para que a la gente le sea posible entender el complicado mundo del mercado”, había dicho al respecto.
     La primera impresión que deja el señor López Murphy luego de estrechar su mano es de distancia, autoridad. Mas, promediando la charla, no puede con su genio e inmediatamente sale a relucir el rictus de profesor con el que le habla a todo el mundo, a mí, a la audiencia, a sus compañeros de panel. Sabe que maneja un argumento profundo e inextricable; la experiencia seguramente lo condujo a entablar un diálogo paciente, llano, alegórico, gracioso.
     “Los problemas de argentina sólo se van a resolver el día que logremos entender qué fue lo que sucedió en 2001”, dice, y – sin ánimo de excusa – remata: “Tendríamos que haber aguantado la convertibilidad un año más. Yo lo hubiera aguantado… pero ‘me retiraron’ de mis responsabilidades de ministro ¡Necesitábamos un dólar débil, que estaba por venir y que finalmente llegó… pero nos tocó un dólar terriblemente fuerte!”.
     Con esa gracia oratoria que le es característica, López Murphy divaga entre la tragedia y el optimismo, entre el escepticismo y la ingenuidad: “Se avecinan tiempos de extrema tensión”, dice, aunque por otro lado se ablanda: “Despacio, cada vez con menos generación de empleos, pero Argentina seguirá creciendo ‘a pesar’ del kirchnerismo”. Cuando se trata de política, el ‘buldog’ intenta el mismo juego de cintura: “Me impresiona cómo la juventud se apasiona con las ideas de Cristina. Hay un esfuerzo de adoctrinamiento como nunca vi en mi vida”, y en otra parte desliza: “Yo le voté a Raú… a Ricardo Alfonsín (sic) porque representa el respeto a las instituciones que necesita este país, más allá de las diferencias que tenga con él”.
     A continuación, entonces, la entrevista que muy amablemente me concedió luego de presentar el libro de Alejandro Sala, "El Espíritu del Mercado", y antes de tomarse el colectivo que lo devolviera su querida Buenos Aires.



Alejandro Sala: la economía al alcance del trabajador

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EN DOS OCASIONES – durante la entrevista – Alejandro Sala ajustó con fuerza el tono de su voz: una, cuando sin tapujos remató que Perón “fue nefasto para el país”, y otra al momento de afirmar que él “mantiene serias e insalvables diferencias con los liberales argentinos”. Está claro que el autor del aún reciente libro “El Espíritu del Mercado” es el primero en tomar la posta al momento de hacerse eco de la consigna que más veces repite: “es necesario que el liberalismo argentino aprenda a hablar en el mismo idioma de la gente”.
     “En ‘El Espíritu del Mercado’ yo le explico cómo funciona la economía a un taxista”, dice, toda vez que asegura que si bien se trata de una lectura rigurosa está escrito en un lenguaje llano y asequible para cualquier persona interesada. Y la verdad que no viene mal una lectura de esta naturaleza para todos aquellos que necesitamos afianzar nuestras nociones al respecto de una materia tan elástica como discutible: la economía de mercado.
     Según el autor del libro “termina siendo grave que la gente no comprenda cómo funciona el mercado”, y que por lo mismo no entienda que los males que le atribuye a su implementación en verdad se deben a su no puesta en marcha. Como contrapartida del liberalismo, Alejandro Sala menciona al estatismo, y tras de este vocablo no demora en consignar “sinonimias” como fracaso, pobreza, hambre, miseria.
      Seguramente el autor de “El Espíritu del Mercado” sepa muy bien que al liberalismo argentino le falte aún mucho tiempo para erigirse como una facción política con chances algunas, más aún cuando no faltan “políticos demagogos que vendan ilusiones y que aseguren que se puede ser feliz por fuera del marco del mercado”. Por eso es que más allá de las diferencias que podamos mantener con Alejandro Sala, la apreciación de su notable esfuerzo literario (el libro consta de más de 300 páginas, escritas para ser entendidas) ha de redituarnos inmejorablemente al momento de desbaratar dogmas y prejuicios como asimismo para arribar a una noción pragmática sobre aquel mundo tan lleno de números y cuestiones que, desde lejos, nos parece inextricable. Gracias a “El Espíritu del Mercado” hoy podemos decir, entonces, que la economía ‘grande’ ya puede ser un asunto fácilmente abarcable por el trabajador común y corriente.
     Cabe destacar, por último, que Alejandro Sala presentó su libro, “El Espíritu del Mercado”, en la ciudad de Rosario (en el Club Alemán – Paraguay 462) el día miércoles 17 de Agosto a las 19 hs. La velada contó, además, con las destacadas concurrencias – en calidad de panelistas – de los señores Ricardo López Murphy, Guillermo Covernton, Federico N. Fernández y, por supuesto, su autor, quien – además – tuvo la amabilidad de concederme la siguiente entrevista:


Boudou se declara "montonero"

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CLARÍN INFORMA CON tibieza lo que debiera enunciarse con un marcado rigor de preocupación y apercibimiento. El actual Ministro de Economía y candidato a vicepresidente por el Frente para la Victoria entonó consignas “montoneras” en un acto de campaña en la ciudad de Córdoba, al que asistieron mayormente adolescentes de 20 años.

     “Montoneros patria o muerte, para la liberación”, enuncia el medio capitalino que dijera Amado Boudou mientras que levantaba los dedos en “V”. Algunas equivalencias podrían esclarecer el panorama al desprevenido. El gesto de nuestro ‘rockero’ ministro es lo mismo que si la ministra de economía española, Elena Salgado, cantara barricadas de la ETA o si su par colombiano lo hiciera entonando cánticos  correspondientes a las FARC. El lector podrá reprocharme que no enunciara “salvando las distancias”… Y sí, tiene razón… toda vez que Montoneros, en su época de “esplendor”, no sólo que se constituyó en la más feroz facción terrorista del continente, sino que su poder de fuego por lejos superó tanto a  FARC como a ETA, en tanto que además contó con apoyo logístico y armamentístico de cuanta organización terrorista extranjera hubiera en la Tierra, siendo los casos de la OLP (Organización para Liberación de Palestina) y la dictadura comunista cubana los datos más ilustrativos del asunto.

     Sí, es verdad… salvando las distancias… Muy tranquilamente, para acercarnos a una equivalencia más válida aún, podríamos decir que la taradez de Boudou es más bien como si algún ministro norteamericano reivindicara a Osama Ben Laden. Por si falta algo para ilustrar la magnitud homicida y terrorista de los favoritos del ministro, podríamos decir que mientras que ninguno de los grupos criminales mencionados basó su estrategia para la toma absoluta del poder (ETA busca desprender de España al País Vasco, las FARC no pueden más que realizar esfuerzos para no ser totalmente aniquiladas, y Ben Laden ocasionó un daño sin otra intención que el mismo daño), Montoneros no sólo declaró la guerra a nuestro país en pleno gobierno democrático sino que además de llevar a cabo el magnicidio de Aramburu, también perpetró fallidamente los asesinatos de los presidentes Isabel Perón, Juan Domingo Perón y el General Jorge Rafael Videla. Creo que comparar a ETA o FARC con Montoneros es, sencillamente, descalificar (aún más) a las facciones terroristas actuales.

     Por supuesto que si algún ministro de economía de las mencionadas naciones se diera a la tarea de realizar cánticos terroristas, sea donde sea, inmediatamente el siguiente paso consistiría no sólo en la renuncia sino el correspondiente enjuiciamiento por apología del delito. El actual ministro de economía argentino, Amado Boudou, acaba de insultar lisa y llanamente a los 40 millones de argentinos que no sólo deseamos un presente exento de la resaca homicida del pasado sino también un futuro con justicia y seguridad.

     Por lo mismo es que Amado Bouduo debiera ser desafectado de las aspiraciones kirchneristas, expulsado de su cargo de Ministro de Economía y puesto a disposición de la justicia por realizar apología del delito durante su campaña proselitista. Reivindicó, nada menos, que a la peor facción terrorista que asoló nuestro país en pleno gobierno democrático.

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