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Inmejorable ejemplo de vagancia periodística

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DE LO POCO y casi nada que aprendí en mis varios años de estudiante de Periodismo en un instituto "público-kirchnerista", es que hay algo en los artículos periodísticos que se llama "material contextual" o "complementario". Dentro del mismo (siempre subyaciendo las principales afirmaciones, es decir, la noticia en sí), es menester aportar algún dato ilustrativo al respecto del hecho o suceso principal a fin de garantizarle al lector un entendimiento libre de dudas o interrogantes. Generalmente se recurre a ejemplificar con hechos similares o, bien, dedicando un párrafo final para la explicación técnica del hecho que hace a la noticia. No es noticia que un perro muerda a un hombre, pero sí lo es que sea de forma inversa; no está de más, entonces, redondear el artículo con un recuento de hechos por el estilo o, bien, en voz de una entidad autorizada, narrar sobre el desbarajuste psicológico que podría llevar a una persona a morder un perro.
     En el artículo en cuestión podría hacerse un "pic-nic" periodístico con todo el trasfondo que hay para investigar. En la ciudad cordobeza de Corral de Bustos, como bien señala el título, a una mujer le implantaron "aceite de avión". Las personas que somos ajenas al retoque estético de tamaña naturaleza, desconocemos si los implantes son solamente de silicona, aceite de avión o baba de caracol; por supuesto que nos sorprende semejante título, y por lo mismo accedemos al artículo más por morbo y curiosidad que por cualquier otra cosa. Lo que en ningún lado el artículo nos dice es, primeramente, con qué debería haberse realizado el implante antes que con el cuestionado fluído (más allá de que para algunos sea una obviedad); en segundo plano, tampoco se nos aclara que - en rigor - es una barbaridad suministrar aceite de avión en un implante (a tal punto de que pueda preguntarse el lector si, más allá de lo presuntamente riesgoso, es usual que se practique); y, por último, lo fundamental: ¿quién dijo que tal cosa sucedió así? 
     En voz del Comisario Mayor Borsatto, en ningún momento se lee que él dijera que "a una mujer oriunda de Isla Verde le pusieran aceide de avión". Tampoco el hermano de la víctima ilustra de forma coherente con el título: si usted, lector, se toma la molestia de leer el artículo, comprobará que el señor Calderón sólo se limita a decir que "no sabe qué es lo que le implantaron a su hermana". Entonces, si ninguna de las dos fuentes en cuestión señala que a dicha mujer le implantaron aceite de avión, ¿de dónde saca "La Capital" de Rosario que ocurrió tal cosa? Tan simple como poner (sin transgredir a la verdad), "allegados a la víctima estiman que podrían haberle implantado aceite de avión en lugar de... (silicona u orina de marsupial)". ¡No se puede hacer semejante denuncia (y en un título) sin una mínima fuente que sustente la misma!
     Por otro lado, no estaría de más que el informante se ocupara de contextualizar un poco al lector con eventualidades por el estilo (las hay), aportando algún dato ilustrativo sobre las consecuencias de esta práctica que, como queda claro en el artículo, "nada ni nadie" indica que sea una barbaridad, es decir, que esté mal.

Testimonio de una víctima del terrorismo

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Si querés, más abajo yo te leo mi editorial... (desplegá esta nota).

GRACIELA GONZÁLEZ CAMARASA es una persona como yo, como vos y como cualquier otro argentino. No sólo que aceptó de inmediato concederme una entrevista, sino que además no tuvo ningún problema en activar su webcam y “dar la cara” (¡con lo importante que eso es!). Tuvo reparos, eso sí. Me dijo: “Mi mamá no era así. Ella no tendría problemas. Pero yo salí coqueta como mi abuela, así que por favor no me filmes con los lentes puestos”. Yo la veo, sin embargo, tan linda con lentes como sin ellos… así que su valiente corazón deberá comprender que un capricho mujeril no merece alterar la naturalidad de nuestra charla (ya bastante lío causó mi antojadiza conexión a internet).
     Tiene la voz limpia de vacilaciones y utiliza un tono frenético que te hace agradecer tenerla como amiga y no como enemiga. Vive en Mar del Plata con la sola compañía de una gatita a la que debió, a instancias mías, encerrar en otra habitación para que sus maullidos no se filtraran en la charla. Algún tibio que la escuche hablar sobre su vida pensará que la mujer está loca del remate; a mí me sorprende que Graciela, a pesar de todo lo que le tocó vivir, conserve intactos el sentido de la justicia, la capacidad de asombro y, como vemos, un espíritu henchido de ternura.
     Graciela no es como esas groseras mujeres que, por televisión, mientras que recuerdan a sus supuestas víctimas, destilan un lenguaje intransigente donde abundan expresiones como “burguesía”, “oligarquía”, “lucha armada”, “las armas de nuestros hijos”, “venganza”… A pesar de ser hija de militares (su padre fue el Mayor de Sanidad del Cuerpo Profesional de Ejército, Jorge Alberto González), y de contar con el honor de ser viuda de un excombatiente de Malvinas y de la Guerra Contra Revolucionaria, Graciela casi que deja entrever que no sabría distinguir entre un revólver y un martillo. Ya sea el humor inapelable de la soldadesca como el rigor mismo de las amenazas y los atentados subversivos, no lograron alterar ni un ápice el carácter de esta madre que, como me diría, “habría metido preso a su hijo” si alguna vez éste hubiera venido con un arma. A ella misma me gustaría que le vayan a contar la historia reciente de mi país aquellas mujeres que se enrolan tras una demente que promete “vengarse utilizando las armas que dejaron sus hijos”.
     Que a ella le vayan a contar la historia todos aquellos que se estremecen por las guasadas que dicen en televisión. Tenía 16 años cuando los terroristas llamaban a su casa, en Santa Fe Capital, para amenazar de muerte a su hermano si no dejaba el Liceo, y a ella y a su hermana decían que “las iban a secuestrar para violarlas y hacerlas parir para que sus hijos sean ‘hijos del pueblo’”. Que a ella, por favor, le vayan a hablar de “memoria”, a ella, cuya habitación amaneció despedazada en 1975 por la explosión de una bomba que los terroristas colocaron en el garaje de su casa, atentado del que se salvó de milagro – junto con su hermana – debido a que esa noche estaban en una fiesta de quince. A ella con los sueños de los “jóvenes idealistas”, si ella misma los veía recluirse en las universidades armados hasta los dientes. Háganme un caro favor: a ella quiero que le vayan con el cuento de los “derechos humanos”, sí, a ella misma, que debe tener bien presente esa cuestión ya que la mayoría de los compañeros de trabajo de su padre están todos muertos por el accionar de la guerrilla, a ella que oía cómo su familia rogaba al General Videla el traslado a Capital Federal “porque los subversivos los estaban matando a todos como a perros”, a ella, que no deja de mencionar el asesinato cinematográfico de Paula Lambruschini, de quince años (1978), acaso porque sabe que por un pelo se salvó de correr la misma suerte… Como muchos, ella también fue educada para “olvidar el horror y la pesadilla”; sin embargo, como muchos, ella tampoco pudo olvidar.
     Sí, sí, amigos… Yo, me desligo del tema… a mí no me venga nadie con cuestionamientos. Yo no viví esa época y simplemente me remito a escuchar el testimonio vívido de una persona que tiene bien frescos algunos recuerdos muy explicativos… hasta yo diría “didácticos”. Graciela González Camarasa no se calla nada, es una argentina más, como vos y como yo, nunca mordió a nadie y le importa un rábano el impacto que pueda ocasionar la voz del corazón de una niña advenida en mujer no por decisión de las hormonas sino por un ciego dictamen del destino.
     Hoy yo no digo más. Ahora me toca escuchar. Hoy habla Graciela.


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