Lejos de ellas quedaban la humedad insoportable del verano, el quejido del ventilador, las manchas borrascosas del techo y algún que otro rabioso ladrillo que se insinuaba en la pared descascarada. Aquélla era una casa vieja y algo derruida, en la que había vivido la abuela de Valeria, y donde aún se conservaban los mismos muebles y las mismas indolencias de una época sin mayor inspiración que un plumero diligente y unas cuantas fotos bajo el vidrio de la cómoda. Hubo un momento en que la madre desvió sus ojos de la almohadilla con la que empolvaba apenas sus mejillas, y se encontró con la mirada entretenida de Anahí. Necesitó un par de segundos para volver de las nubes y enterarse que aquélla era su hija.
-Qué... qué pasa- , le dijo, todavía asimilándola en su mente.
Anahí también regresó de aquel viaje ilusorio, aunque a diferencia de su madre ya hacía más de una hora que estaba bañada y completamente vestida. La pequeña balbuceó:
-No... nada-.
Valeria no habría de recordar la época en que también ella era capaz de estar lista para un acontecimiento con sólo vestirse y echarse un poco de colonia, por lo que estuvo a punto de conminar a su hija a que corriera a terminar de prepararse. Anahí apoyó las palmas de sus manos sobre la cama en que estaba sentada y balanceó sus delgadas piernas; estaba vestida con una pollera rosa que llegaba hasta las rodillas. Cuando volvió la mirada a su madre, ésta ya estaba nuevamente sumergida en ultimar el acicalamiento de su rostro.
Pero de pronto una nota de sorpresa se expresó en Valeria en tanto que el reloj anunció que eran las cuatro cuarenta; giró desconcertada y coligió nuevamente la hora sin la intervención del espejo. Error. Eran las ocho y veinte; no mucho, pero algo de tiempo tenía todavía. Gabriel había anticipado que a las nueve y media de la noche vendría por ambas, y aunque ésa era la parte feliz de la historia, el motivo de aquella visita la angustió ostensiblemente. Es que había llegado el día en que Valeria presentara a sus padres a quien, hasta el momento, no era más que un buen amigo suyo, un fortuito compañero de ella y Anahí.
Mientras que con un invisible que se sustrajo de entre los dientes sujetaba cierta parte del peinado, siguió pensando en Gabriel; para su desgracia, ya no le era posible abstraerse con la propia contemplación y evitar aquellas cosas que, lo viera por donde lo viera, igualmente le molestaban. Es que hasta entonces había tenido muy poca suerte con los hombres, sobre todo con el padre de Anahí, quien a la semana de enterarse que había gestado un semejante en el vientre de Valeria desapareció del mapa lo mismo que una mosca que advierte la sombra de un manotazo. Pero el problema no era solamente ése; aquello ya había pasado y había conseguido superarlo. El actual problema eran sus propios padres, para nada acostumbrados aún a que su hija fuera una madre soltera, a que su nieta tuviera el mismo apellido que ellos y a que nuevos gavilanes sobrevolaran en vano el cielo de aquella hija deshonrada.
Gabriel había insistido con conocer a los padres de Valeria, lo cual sumaba otro problema que no se explicaba en el hecho mismo sino en la calidad del hecho. Era ciertamente incómodo para la misma Valeria presentar a Gabriel en calidad (nada más que) de amigo. No hubiera significado un atenuante presentarlo a sus padres en calidad, por ejemplo, de novio, pero aquello de amigo venía en buena medida a complicar las cosas... seguramente que por lo indefinible de aquella amistad posible entre una joven a la que no le vendría mal un apellido salvaguardador y un buen muchacho demorado quizás en sincerar sus intenciones. Las pocas veces que sus padres habían conocido personas masculinas cercanas a ella, los resultados habían sido lamentables; una fuerte presión se ejercía entonces sobre Valeria, precisamente la misma que Gabriel se había propuesto subsanar ofreciéndose como una persona al alcance de la mano para cualquier cosa que precisen madre e hija. Hasta el momento eso parecía ser todo.
Esto mismo ya hacía un tiempo importante que daba de pensar a Valeria: ¿qué es lo que realmente Gabriel buscaba en ella? ¿Amistad lisa y llanamente? ¿Cuándo fue el día que empezaron a nacer hombres así que ella nunca se enteró? Se quitó muy cuidadosamente el invisible que aún tenía en la cabeza (cosa de no desbaratar todo el peinado), lo volvió a sujetar con los dientes, y con un cepillo comenzó a darle algo de volumen a los rubios cabellos que llovían sobre ese lado de la frente; realmente era una desgracia que a una mujer tan hermosa como ella le hubiera pasado lo que le pasó, es decir, que el padre de su hija desapareciera de un día para el otro, abandonándola cuando no tenía ni dos meses de embarazo. Con lo hermosa que era, y con lo rubia – con lo codiciadas que son las rubias –... justo ella... casi rogando que un hombre sincerara de una buena vez sus intenciones... Aunque, por supuesto, existía el sincero temor de su parte de que Gabriel no tuviera mayores intenciones que las flagrantes, es decir, ser su amigo, y de Anahí, y estar al alcance de la mano por cualquier cosa que precisen.
Valeria pensaba que si no conocía a nadie antes de los treinta debía directamente conminarse a permanecer sola el resto de su vida, y es verdad que esta idea no le agradaba demasiado. Las matemáticas que realizaba su cabeza le recordaban el hecho de que ya no podía andar perdiendo tiempo con amigos y nada más que amigos. Por supuesto que no estaba desesperada porque un hombre se ocupara de ella y de su hija, ni andaba por la vida regalada como una mujer cualquiera, pero tampoco estaba en condiciones de ponerse en exquisita y elegir al más alto o al menos alcohólico. Por otro lado, considerando su situación en particular (madre soltera, veintisiete años, sola en el mundo – así se sintió siempre desde que el padre de su hija la abandonó –), Gabriel se sugería como una oportunidad invalorable: joven, guapo, emprendedor, buena gente. En palabras aún más sinceras, Gabriel se presentaba como la última oportunidad decente de Valeria de intentar llegar a algo con un hombre.
La sustrajo de tanta conjetura inservible un suspiro repentino que lanzó María Anahí, quizás algo impaciente de esperar a que su madre terminara de acicalarse. De todos modos, cuando la miró a través del espejo, y la vio tan linda, tan suave y tan inocente, no pude dejar de pensar que en toda esta historia lo único verdaderamente relevante era conseguirle un padre y dejarse de embromar con tantas vueltas. También la pequeña estaba enamorada de Gabriel, posiblemente aún más que Valeria, y en su interior revuelto – en que se conjugaban la hermosura cristalina de su madre y el reproche incomprensible de la mirada de sus abuelos – soñaba algún día con abrazarlo a la salida del colegio tal cual hacían sus compañeras de segundo grado con sus padres.
-¿Estás aburrida...? Yo, ya casi termino-, prorrumpió Valeria, aunque enseguida dedicándose nuevamente a ella.
-Está bien...-, musitó Anahí, que sólo había suspirado para quitarse los flequillos que le impedían la plena contemplación de aquel ejercicio curioso que realizaba su madre frente del espejo.
No era una niña como las demás; María Anahí era más tranquila que el resto, más callada y muchísimo más dócil, quizás acostumbrada al rigor inapelable al que el destino la había sometido. Era una niña dulce e inteligente, de eso no cabía duda alguna, pero las mediocres calificaciones que traía del colegio muy sencillamente denunciaban que, antes que los asuntos escolares, urgencias de otra índole ocupaban a su tierno corazón.
Valeria por fin terminó con el peinado. Estaba más hermosa que nunca.
-Ya está...-, dijo. -¿Qué hora es? ¡Uy, qué tarde!-.
Todavía permanecía con el camisón que se había puesto apenas salió de la ducha, pero desde varios días atrás ya tenía elegido el vestido que se pondría en aquella noche tan especial como difícil. El mismo estaba desplegado sobre la cama. Lo cogió cuidadosamente y, antes retirarse para ponérselo – era más práctico que pedirle a Anahí que se retirara de allí – lo apoyó sobre su pecho y volvió a sumergir sus hermosos ojos en el espejo. No retiró su mirada de sí misma mientras que muy suavemente giró apenas la cabeza y formuló un gesto irresistible. Quizás muchas haya que quisieran estar en el lugar de una mujer que se tiene por hermosa, aunque con esto tuvieran que sortear el vivo martirio que significa ser una madre soltera.
Cuando Valeria se retiró al baño, llevándose consigo el vestido, y Anahí quedó sola en la habitación, la pequeña primero optó por desplomarse en la cama, sin importar en un principio que con ello se desluciera su peinado; pero cuando recordó todo el esmero que su madre había puesto en peinarse no con otra intención que la de ser agradable a los ojos de Gabriel, y cuando comprendió que también ella tenía prácticamente la misma obligación, se levantó de un salto y se dirigió al toilet a acomodarse el cabello, mientras que en su naricita se renovó el olor de los cosméticos y en sus ojos la izquierda cambió a la derecha y viceversa. Nunca se había peinado así misma, pero se condujo con tanto denuedo que aquello confirmaba la preeminencia de cierta memoria colectiva latente en sus entrañas de mujer. Al igual que Valeria, Anahí – medio jugando y medio en serio – inclinó suavemente su cabeza y disparó una mirada entre tímida y audaz. El ventilador de techo lanzaba sus quejidos insoportables para el resto del mundo menos para ella. Aquel ejercicio de ser hermosa era muy parecido a jugar con sus muñecas.
3 comentarios:
Muy bueno, este fragmento, espero leer muhos mas o comprar el libro algún día. ¿Para cuando?
PD: Elimine el mensaje anterior porque cambie mi nick.
Para dentro de poco, viejo. Mucho menos de lo que cualquiera se imagina.
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