Más adelante en el tiempo, resulta que todo el mundo hablaba de Borges. ¡Súper! Pero cada vez que agarraba un libro de este gran escritor sucedía que su lectura me era ciertamente difícil, abstrusa, inconmensurable. Ya que todo el mundo era exhaustivo lector, insistí durante no poco tiempo con otro de mis elementales interrogantes: ¿qué libro debo leer si quiero comenzar a conocer a Borges? Yyy… Eeemmmhhh… Y bueno, la verdad que la gente menciona más a Borges porque de vez en cuando escucha algo de él por televisión que porque lo lea verdaderamente. El tiempo y la dedicación me autorizan, entonces, a formular una de mis tantas definiciones inalterables: muchacho, si lo que quieres es comenzar a conocer a Borges, no tengo ni la menor duda de que debes empezar por leer “Historia Universal de la Infamia”; luego, te recomiendo que pacientemente vislumbres algunos cuentos de “Ficciones”, como ser “Pierre Menard, autor del Quijote”. En adelante, Borges es todo tuyo.
Y en la actualidad me encuentro ante otra cuestión impenetrable, y que evidentemente exigirá una dilucidación en completa soledad. Es que… bueno… Sucede que, con perdón de aquellos a los que ya intentaron resolver mis inquietudes… Bien; lo que pasa es que nadie sabe decirme una cosa: ¿para qué demonios sirve Facebook? En adelante, trataré de ordenar un poco las cosas en mi cabeza para así arribar a una explicación que, al final, pueda sintetizarse en pocas palabras.
El caso es que cuando yo digo ‘todo el mundo’ me refiero a la variedad envidiable de sus integrantes, en todos los aspectos: fútbol, política, religión… lindos, feos, negros, rubios, inteligentes, pelmazos, babosos, maleducados, intelectuales, imbéciles, escritores, músicos, bancarios, niños, grandes, etc... ¡Hete aquí… eureka! Hete aquí el paradigma desde el cual partiremos. Facebook ha conseguido lo que prácticamente nada ni nadie ha logrado: unirnos, meternos dentro de un mismo salón, agruparnos, contenernos. No es un mérito menor si consideramos el mañoso empeño sectario de los humanos. Generalmente las personas vamos a lugares o visitamos sitios webs que sean de nuestra simpatía, en desmedro de los que no lo son. Por ejemplo, una persona de izquierda es sabido que rara vez se informará con el diario “La Nación”, y por la misma razón uno de derecha nunca perderá su tiempo leyendo las noticias en “Página 12”. Un inveterado no iría jamás a un espectáculo de transformismo (a no ser que su mujer lo lleve de las narices), y un travesti no vería ni borracho la necesidad de asistir a una celebración Nazi (que las hay, muchas, aunque con otras denominaciones). En una fiesta con chamamé difícilmente hallemos un metalero; más difícil dar con un horticultor en una exposición de tecnología. Por supuesto, que si lograra meter toda esta gente en una casa (esto lo dijo mi hermano Martín), lo que tendríamos sería "un quilombo".
Pero para sorpresa o espanto de muchos, en Facebook están todos. Bajo el posteo del ultra católico, tenemos a quien nos invita a que nos unamos al grupo de “Viva el Orgullo Gay”; a dos posteos del que metió la foto del “Che”, tenemos al nacionalista que insiste con que hoy en día nadie se acuerda de los crímenes que cometieron los terroristas; hay lugar obviamente para el pobre que se deshace en improperios porque el servicio de banda ancha por el que paga 3 megas no le da ni medio; por supuesto que no falta la infeliz que dice estar triste y que te llena el LCD de innombrables cursilerías – que bien vendrían para quienes padecen estreñimiento – y que te dan ganas de golpearla tanto y tanto y tanto y finalmente uno se termina preguntando “¿pero por qué demonios todavía no eliminé a esta insulsa, fiera, horripilante, idiota…?”; tenemos al filósofo que nos complica la vida con sus artículos amistosos; al que está de franco y publica un video que le hizo reír de un borracho que vomita dentro del vaso de cerveza y que luego sigue tomando; con seguridad a todo el mundo ya nos habrán invitado a que nos hagamos admiradores de eventos como "Yo no soy racista pero mataría a todos los bomberos" o "Yo soy de los que orinan en la ducha y es lo mejor que te puede pasar"; la cincuentona disponible que abrió la “galleta de la fortuna” y ésta le dijo que iba a tener un día difícil pero que finalmente las cosas iban a salir bien; y bueno, también estoy yo, posteando las cosas que publico en este mismo blog, como un perro que ladra en el fondo de un callejón oscuro.
Facebook tiene sus cosas buenas… y también… tiene sus “cosas”. No es perfecto, por cierto… pero por cierto que es mucho menos imperfecto que muchas otras cosas. Por ejemplo, una de las cosas buenas es la confianza manifiesta que nos inspira, de manera tal que muchas personas no nos referimos a Facebook como Facebook sino más bien como “el Facebook”, o, más cariñosamente, “el Face”; así como a Andrés lo llamamos por “el Andrés” y como a María José la instamos como “la Josi”. El Facebook, entonces (justamente), ha conseguido algo increíble, más allá de unirnos; Facebook ha logrado que lo personalicemos, es decir, que nos refiramos a él como si fuera una persona, un amigo, o bien, un lugar alegre.
Pero lo más lindo que tiene Facebook, por supuesto, es cuando alguien comenta nuestras publicaciones, ya sean éstas lo que fueran. Y esto tiene una explicación casera: es que, generalmente, cuando navegamos por internet lo hacemos en momentos en que estamos solos (o apartados), y porque somos seres humanos, y además porque somos argentinos, por más que estemos solos seguimos maquinando esa otra vida paralela al hecho de estar solos, es decir, seguimos perteneciendo al mundo en donde somos varones, idealistas, cancheros, machos, musiqueros, histéricas… seguimos perteneciendo al mundo en donde nuestras palabras y acciones tienen un eco inmediato en la gente que nos rodea, seguimos siendo esa ilusión que somos en sociedad. Todo lo cual encuentra su genial modo de materializarse gracias a Facebook, y ni que hablar si encima no falta aquel que viene a comentar lo que publicamos cuando estamos solos y aburridos, flojos y melancólicos.
Pero claro… de la misma manera en que la gente no se sienta a ver una película para razonar sino más bien para entretenerse y perder su tiempo con cualquier bagatela, los “facebooceros” contadas veces tienen deseos de inundarse en cuestiones intelectuales o pulsar en el link que nos lleva a una página en que nos ofrecen para leer un chorizo largo que no entra ni en diez monitores puestos uno arriba del otro. Por eso es que muchas veces yo suelo decir que si posteo cualquier payasada, ya sea una foto de un koala o un video de Youtube, en cuestión de horas ya tengo diez “amigos” que aportan sus alegres comentarios al respecto, pero cuando por el contrario uno se dispone a publicar una medulosa opinión que intente excitar el sentido crítico de la gente, y de este modo hallar a alguien con quien compartir los más sutiles dramas de la vida, resulta que rara vez acude a nosotros el anhelado samaritano que nos arrope con su comprensión o su calor humano. Poca gente tiene el valor de comprometerse cuando publicamos cosas que para el común de la gente pueda ser inconvenientes. Facebook es, pues, también un producto de consumo, y por el simple hecho de que no está preferentemente ingeniado para pensar o desarrollar el sentido crítico.
Esto último – ahá – puede venir a ser el “caballito de batalla” de aquella resistencia mordaz aludida en un principio, a la que quizás haya que recordarle que hasta el Papa tiene Facebook. No voy a discutir el reproche de la gente – generalmente adultos, entre sombríos e inveterados – de que “eso de Facebook” es para “los que no tienen otra forma mejor de perder su tiempo”. Y no lo voy a discutir porque es verdad, digamos, en la mayoría de los casos. Pero que esto sea así no quiere decir que ellos vayan a usarlo de la manera en que creen que se usa comúnmente. Como todas las cosas, Facebook se “modela” con la gente y la clase de gentes que lo integran, y ya dijimos que esa gente es de lo más variado que se haya visto en el mundo. Si verdaderamente hay gente que está convencida de que es mejor a las personas que utilizan Facebook, les pido en carácter urgencia se hagan una cuenta ahora mismo, ya que si ellos son tan interesantes como dejan ver que son, ¡me encantaría añadirlos a mi Facebook y compartir con ellos todas mis locuras! ¡Qué más quisiera yo que mi Facebook sea una mezcla de Salón de la Justicia, Café Literario y Manicomio con Vista al Río!
Por otro lado, debemos señalar (heme aquí, con otro paradigma) que Facebook es un lugar de “extraversión”, es decir, un lugar en que las personas (hasta los introvertidos) dirigen su interés, atención o actividad anímica predominantemente al mundo exterior (agradezco el aporte del diccionario “María Moliner”). Hasta los que no hablan, en Facebook, hablan. Y nos muestran cómo son, en qué piensan, qué quieren e incluso, qué necesitan. Facebook es, me parece, la herramienta más democrática con la que cuenta el mundo (con lo que recuso a las dudosas democracias actuales), ya que sencillamente uno elige qué quiere compartir y con quiénes. Nadie está obligado a nada, y sin embargo pocos lugares o circunstancias cuentan con la característica de albergar tantas disparidades y de mostrar más al desnudo la vida en esta sociedad, acaso no tan escabrosa como la plantean los medios y no tan espectacularmente maravillosa como la proclaman los políticos oficialistas. En Facebook, la gente se muestra tal como es; mejor dicho, mejor de lo que es… En Facebook, los inteligentes son aún más inteligentes, y los idiotas (entre los que cuento a la que infesta mi LCD con cursilerías atómicas [¡ay, Dios…! Quiero asesinar a una persona]) son más idiotas todavía. Dulce, enaltecida y rotundamente idiotas.
Por si esto fuera poco, en una forma de vida en que los padres cuentan con poco tiempo para dedicarse a sus hijos, para educarlos y verlos crecer y desarrollarse, Facebook provee la oportunidad invalorable de estar al tanto de las cosas que complementan el desarrollo, los gustos y las preocupaciones de los adolescentes (si llego a tener una hija que postea cursilerías, no se preocupen: la interno en un convento). No dudo de que a muchos padres les permite conocer cosas al respecto de sus hijos que de otra forma no se enterarían, además de que también les ofrece la posibilidad de reforzar esa contención que por sí solo constituye Facebook. Por extensión, entonces, a los docentes también les sirve (a los pocos que saben manejar una computadora). Eso sí; yo no soy psicopedagogo ni nada por el estilo, pero el sentido común me lleva a creer que un padre o un docente no debe olvidarse de su importante lugar en el mundo cuando usa Facebook. ¿Qué impresión le puede causar a un alumno ver a su maestra o profesora echada todo el verano bajo el sol como una iguana medio muerta… uy, perdón, me equivoqué de circunstancia… quise decir: posteando estupideces y comentando libre de cuerpo y sin rigores ortográficos? Facebook es una extensión de nuestras vidas; seguimos siendo nosotros mismos y seguimos teniendo todas nuestras obligaciones de siempre.
Entonces, cómo podríamos sintéticamente – después de toda esta excursión jurásica – responder al interrogante de “¿para qué sirve Facebook?”. Y es más fácil de lo que suponíamos en un principio. Facebook, ante todo, sirve para SER. Fundamentalmente para dejar un testimonio de nosotros mismos en quienes nos rodean, en quienes nos aceptan y además nos permiten el hecho de formar parte de sus vidas (de sus vidas íntimas, de sus vidas de cuando están solos). Para hacer algo cuando no hay nada mejor que hacer; para encontrar amigos perdidos; para saber si la piba que alguna vez nos gustó ya está casada, si es madre, si ya se divorció, si esta vez aflojará un poco... Facebook, en verdad, implica un cambio notable no en la manera en que vaya a resolverse el destino del mundo, pero sí en la forma en que está constituido, por eso tanta resistencia de algunos, ya que implica un cambio. No somos mejor ni peor, pero tenemos otra forma de serlo. Antes (un año atrás, sin ir más lejos), no teníamos esta oportunidad. Hoy contamos con ella. A los que puedan prescindir de ella, los felicito, pero no porque esto sea un mérito – ya que Facebook es algo completamente prescindible –; los felicito “de onda”, como se dice hoy en día. Yo, en un principio, también pensaba que Facebook era cosa para perder el tiempo; y creo que lo sigue siendo, pero justamente para aquellos que persiguen ese fin. En Facebook hacemos lo que queremos, y con quien queremos. Nosotros elegimos. Es democracia pura. Si alguna persona no nos gusta, nos cansa o nos ofende con las cosas que postea, le damos “Eliminar” y listo; si acaso esto parece una medida muy drástica, Facebook nos ofrece la posibilidad de “Ocultar”, y sin haberla eliminado ya no volveremos a saber de las vaguedades que dicho contacto o amigo postea con insistencia. Cosa que, por otro lado (¡cómo no me di cuenta antes!), es lo que YA estoy haciendo con la que me tiene hasta la nuca con las cursilerías relajantes que postea.
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