Ex Presidente de la República Argentina Néstor Kirchner (1950 - 2010)

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Voluntariado Universitario e hipocresía institucional
La folletería reza que desde 2006 "el Programa de Voluntariado Universitario inició su camino con el propósito de profundizar la vinculación de las Universidades Públicas con las necesidades de la comunidad", y prácticamente todos los estudiantes que se han adscripto al proyecto resaltan que el mismo es un logro de "este" gobierno (el kirchnerismo). Por otro lado, los proyectos particulares de los estudiantes pueden ser financiados hasta con $ 22.000 y deben contar con una duración de 6 meses a un año.

Oficiaron el Rector de la Universidad Nacional de Rosario, Darío Maiorana, como así mismo el Diputado Nacional por el Frente para la Victoria Agustín Rossi, quien hizo un ligero acto de presencia y dio algunas palabras. Otras leves figuras más completaron el circo de autoridades-siervas del kirchnerismo.
Rossi tuvo la impertinencia de realizar una analogía entre el Voluntariado Universitario con el Servicio Cívico Voluntario, lo cual deja constancia de la mentada costumbre del oficialismo de "explicar" sus "proyectos" denostando puerilmente los proyectos ajenos. En toda la velada, no hubo ninguna autoridad que ofreciera una explicación seria al respecto del Voluntariado Universitario; todo se resumió en una viva alabanza al actual gobierno argentino como así también una ridícula e infantil demonización de todo lo que sea crítico con el primero.
Al final, tuvo lugar una suerte de acalorado debate a partir del comentario de un estudiante cordobés, Juaquín Bazán, que simplemente levantó la mano para decir "que no le parecía correcto el grado de división que auspiciaban las autoridades, ya que todo queda reducido a NOSOTROS O ELLOS" (en increíble consonancia con un artículo que completa este blog). Una de las autoridades acometió con la bajeza de responderle a uno de los que se manifestaron de acuerdo con Juaquín con un argumento totalmente insidioso y extemporáneo: "En épocas de la 125, no sé de qué lado habrás estado vos" (prefiero no ensuciar el blog mencionando el nombre de este abyecto personaje).
No cabe ni la menor duda que el peor terror del kirchnerismo y de los kirchneristas es el más mínimo disenso que pueda generarse. De inmediato apuntan con toda clase de anatemas, insultos y demás formas de descalificación.
A continuación, le pedí explicaciones al Diputado Rossi al respecto de esa disparatada analogía que hiciera entre Voluntariado Universitario y Servicio Cívico Voluntario. Como viera el entrevistado que no era yo adepto a sus ideas, se volvió renuente y huidizo, pero no dejé pasar la ocasión para dispararle una pregunta que hace días me está comiendo por dentro: "¿Con qué altura moral puede la Argentina pedirle a Irán que extradite a los responsables de las voladuras de la Embajada de Israel y de la Amia en tanto que nuestro país ofrece asilo polítco al terrorista chileno Apablaza?".
La respueta de Rossi me impelida a excusarme con los familiares de las víctimas de las entidades judías.
Subyace a la entrevista al Diputado, otra que le hice a una estudiante que, como muchos, vino desde lejos a exponer su proyecto de voluntariado, a recibir ideas, críticas y concensos, pero que se vuelve a sus pagos con las manos vacías y el agrio resabio de haber presenciado una pueril jornada partidaria.
Notas Relacionadas: Nosotros y ellos
Crónica aligerada de un asalto
ANOCHE ME ASALTARON. En realidad, un muchacho de 19 años (Jonathan, de nombre), siendo las 23,30 hs., me detuvo (Riobamba y Mitre) para pedirme la suma de $ 4 con el exclusivo fin de alcanzar una suma que le permita comprar cocaína en "Cochabamba y Pasco" (la dirección es inexacta, pues las calles son paralelas; quizás haya querido decir “entre Cochabamba y Pasco”). Le digo que "no pienso darle dinero para que compre droga"; incluso le ofrezco la posibilidad de comprarle comida (precisamente yo me dirigía a un almacén a comprar mi cena; recién volvía de mi trabajo). El muchacho insiste cargosamente. Lo describo de la siguiente manera: morocho, delgado, sucio, densa cabellera, ostensible aliento a vino; vestía gorra blanca y un conjunto deportivo azul claro, tirando a turquesa; traía consigo una bicicleta playera color violeta.
Insisto con que no pienso darle dinero para que compre cocaína. El muchacho me dice que precisamente en este mismo día acaba de salir de prisión, y que ya lo había estado su padre por asesinar a dos policías (pretende amedrentarme). Me dice que "él no tiene la culpa de ser así" (intenta, pues, arbitrar una ridícula victimización, seguramente la que aprendió de memoria en la TV). De mi parte, le indico que de "seguir drogándose sólo va a conseguir volver al lugar del que termina de salir", además de que pondero la manera en que "está arruinándose la vida". Le pido que me diga dónde piensa comprar la cocaína: "Pasco y Cochabamba", me dice. A todo esto, es lógico que conseguí familiarizarme ciertamente con el joven, lo que provoca un efecto indeseado: el mismo se vuelve más cargoso en su singular pedido.
Es inútil de mi parte todo acto "concientizador". Viendo que el muchacho hace ademán de halar un arma en su cintura me apresuro a sacar una navaja de mi bolsillo (cortaplumas, en realidad). El joven nuevamente vuelve a la carga con todo el mismo andamiaje de victimización de antes. Por mi cabeza dan vueltas dos cosas: salir “rajando” o intentar algo con la navaja; lo primero, luego no sería muy honroso de contárselo a mis nietos alguna vez, y en caso de clavarle la navaja en la garganta, temo fallar y no sostener las consecuencias. Aunque dudo que efectivamente esté armado. Calladamente espero que algún eventual patrullero aparezca por calle Mitre. Vuelve a insistirme con que le de $ 4. Le digo que le compro comida, pero que no le doy dinero. Nuevamente hace ademán de tomarse un arma; levanto un poco el Victorinox, pero el método se vuelve irrelevante (nada podría hacer yo si me apuntan con un revólver). El joven, finalmente, se sincera: "O me das la guita, o te lleno de agujeros".
- Está bien - le digo. - Yo te doy esa plata. Alejate -. Se aleja. No tengo en mi billetera el cambio que me pide. - Aguantame... voy hasta el kiosco a comprar algo, y te doy la plata. No tengo cambio -. Acepta de modo entusiasta, y me acompaña.
A todo esto, ningún patrullero se evidencia en el lugar.
Me compro un sandwich de salame y un Marlboro Box (cena, y postre). Me pide un cigarrillo; le doy dos. En cierto modo afectado por la desolación del joven (que previamente me amenazó con "llenarme de agujeros"), le pregunto si quiere algo para comer. Una sola respuesta: "No". Insisto. "Te doy los cuatro pesos que me pedís; además de eso, ¿querés comer algo?". La misma contestación: "No". El kiosquero no parece comprender mis repetidas señas de que "llame a la policía".
Le doy los cuatro pesos. El muchacho me acompaña hasta mi domicilio (fingí que mi domicilio fuera cualquier puerta que me pareció conveniente; sinceramente temía que en alguna instancia sacase un arma y - ya blando como pudo suponerse que soy - me pidiese el resto de mi dinero). El muchacho se va volando. Llamo al asterisco 911. Le detallo lo sucedido. "Quedate tranquilo; ya te estoy mandando un patrullero", me dice la voz de una mujer.
Siete minutos tardó el patrullero, trayendo consigo a dos policías: un varón y una mujer.
Les cuento rápidamente. Y finalmente les propongo ayudarlos a buscarlo. - Dale, subí -, me dice el conductor.
Mi preocupación al respecto consistió en el simple hecho de que el joven estuviera armado y ocasionara algún daño por ahí. De no llamar a la policía, la responsabilidad sería exclusivamente mía. Precisamente vengo de unos días singularmente difíciles: una semana y media atrás me quisieron robar la bicicleta en Plaza Sarmiento; en mi lugar de trabajo me robaron una consola de sonido; en plena Peatonal Córdoba (a la noche) un jovencito me pide un cigarrillo, en tanto que un moco blanco descendía de una de sus fosas nasales. En fin, hablando mal y pronto: YA ESTOY REPODRIDO.
Salimos a buscarlo con la policía. El patrullero toma calle Pasco. Sin que yo lo sindicara, el conductor lo reconoce a dos cuadras; acelera que casi me desnuco (yo iba en la parte de atrás). Lo detienen a la altura de Laprida. - ¡Poné las manos en el baúl! -, le espeta la agente. El joven obedece mansamente. Me reconoce a través del parabrisas trasero; desciendo del vehículo. El muchacho, finalmente, no estaba armado. Insiste con que él no había hecho nada. Le digo: "Decile a los policías quién es el que te iba a vender la cocaína". Pero su expresión fue más que explicativa: para estas cosas no hay Judas que valga, parece.
Lo meten en la parte trasera del patrullero. El conductor regresa al manubrio. La agente abre el baúl, toma la bicicleta; se la quito de las manos y la introduzco torpemente dentro del coche. La agente acomoda la bicicleta en el baúl.
Viaje a la Comisaría 5ta.
El joven dice llamarse Jonathan.
Retruco de inmediato (ahora yo iba adelante y la agente atrás, junto con el joven):
- ¿Y por qué a mí me dijiste que te llamabas Alan? - (eso me había dicho).
Me respondió que así me había dicho que "lo" llamaban por el "parecido físico" que tenía con un conocido que tenía ese nombre.
- ¿Ves...? -, le digo, - mirá dónde vas a ir a parar por mentiroso -. El conductor suelta un suspiro ruidoso; la mujer policía le repite al muchacho que mantenga la cabeza gacha. Éste último insiste con que no me había hecho nada. No puedo contener una ocurrencia singular: - Cuándo será el día que me llamen... Di Caprio -, digo, y despierto la hilaridad del conductor.
En la comisaría las cosas se resuelven densamente. Les indico a los agentes que sólo me interesaba que el muchacho no estuviera armado; en todo lo demás, que se expida la justicia como debe. Me familiarizo de inmediato con los policías. Al observar que la recepcionista no cuenta en su escritorio con una computadora les recuerdo el mar de cosas que les prometió el gobernador Binner en plena campaña política; realmente me apena el estado antropológico de aquella casona vieja y derruida que sirve como comisaría. En mi mente se conjuga eso junto con las comisarías de las películas norteamericanas, sobre todo de la serie "Dexter". Me pregunto (rara asociación de ideas) si la Policía Metropolitana de Buenos Aires contará con comisarías como la gente en un futuro.
A la hora de estar ahí liberaron a un reo y transfirieron a otro (según pude inferir, el segundo había apuñalado a "una de sus esposas"). "Siempre metiéndonos en lío", pensé.
La recepcionista (también policía, obvio) es una mujer joven, rubia y honestamente hermosa, pero se pone más brava que una fiera cuando los reos reniegan de cumplir sus dictámenes (a uno que se estaba por ir y que vacilaba para firmar un acta, lo levantó en vilo: "¡Firmá ahí si te querés ir y no me rompás más las pelotas!". La condescendencia del muchacho fue similar a la de un niño acobardado por el enojo que causó a su madre). No contará con más de treinta la mujer policía. Exhortó a uno de sus compañeros a que barra un poco el lugar, "ya que el inspector anda dando vueltas". El agente, cogiendo una escoba (con chaleco antibalas puesto), reniega: "No me casé para no tener quién me mande, y mirá vos...". Yo no puedo contener la risa. Le digo: "Me resultaría igualmente molesto, amigo... pero si no fuera por las mujeres nos comen los piojos". En el rostro de la mujer la contrariedad se torna en satisfacción.
Cae a buscarme mi primo Facundo. Deja su motocicleta en la vereda; todavía yo no firmé nada. Luego le indicarán que meta esa moto adentro porque ahí afuera "muere". Mi sorpresa es mayúscula, pero ni comparada con lo que sería cuando me dijeron: "La otra vez nos robaron una moto de ahí adentro".
A las dos horas presto declaración. Tengo más ganas de irme a mi casa que cumplir con la justicia. Le comento al policía que lo que habría que hacer es conseguir que el muchacho (mi asaltante) les diga quién es el que le vende la droga, armar un grupo comando y traer al traficante adentro de una bolsa. Nadie me contesta. Trato de arreglarla con el asunto de los benditos "apremios ilegales". El que anteriormente barrió la recepción a instancias de la mujer levantó significativamente sus cejas.
Por último, para mi gran sorpresa, me devuelven mis cuatro pesos. Me siento avergonzado. Les explico que no me interesa eso; "lo único que me preocupaba es que el choro estuviera armado y luego matara por mi culpa". El sumariante, luego de mirarme ligeramente, concluyó: "Si hubiera estado armado, no dudés que te mata. Como vos hiciste, así que hay que hacer. No te preocupes".
El hecho tuvo origen a las once y media de la noche; yo volvía a mi casa luego de una densa jornada de trabajo. A las dos de la mañana más o menos finalizaba con todo esto. Por supuesto que agradecí la oficiosidad de todos los policías, especialmente el profesionalismo de quienes me ayudaron a dar con el “caco” (así le llaman al ladrón en la jerga uniformada).
No pasó nada grave, gracias a Dios.
Al irme lo reconozco a mi agresor tras una reja que sonaba terriblemente cada vez que abrían y cerraban los policías. Me pareció que le estaban sacando las esposas, siempre con la cabeza gacha el muchacho.
Nota relacionada: Policía de Rosario, entre el fuego y la desidia
Entrevista al compositor Marco Pereira

Aproveché para preguntarle de todo, de todo lo que un músico o un aficionado quisiera saber. ¿Se puede vivir de la música? ¿Su música, tiene alguna influencia argentina? ¿Qué piensa de Agustín Barrios y de Heitor Villa-Lobos? ¿Cuántas horas por día hay que dedicarle a la guitarra?
Pero mi mejor pregunta se consigna de la siguiente manera: "¿La guitarra, en su vida, ocuparía el lugar de una esposa o de una amante?".
La respuesta que MARCO PEREIRA ofreció me emocionó profundamente. Bien ilustrativa al respecto del nivel de artista y de ser humano que tuve el gusto de conocer.
Los invito a que descubran esa respuesta y todas las demás. Estoy seguro que disfrutarán de la entrevista.
Willian Faulkner - Frases Célebres

- Algunas personas son amables sólo porque no se atreven a ser de otra forma.
- Siempre sueña y apunta más alto de lo que sabes que puedes lograr.
- La sabiduría suprema es tener sueños bastante grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen.
- Los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben.
- Lo más triste es que la única cosa que se puede hacer durante ocho horas al día es trabajar.
Yo ya entrevisté a Jack Benoliel
NOTA: Resulta que últimamente por diversas razones el nombre de Jack Benoliel ha acudido a mi mente con la misma naturalidad con que un rosarino menciona al Monumento a la Bandera. Es que, para nosotros, este amable y docto señor instituye un ícono más de nuestra hermosa ciudad. Por si esto fuera poco, casualmente (o causalmente) he tenido el agrado de cruzarme con Jack en el VI Congreso de Economía Provincial realizado en la Bolsa de Comercio de Rosario; por supuesto que muy efusivamente lo he felicitado por haber sido reconocido recientemente como Ciudadano Ilustre de nuestra ciudad, a lo que Jack, casi con timidez devolvió: "Te agradezco de corazón".
Por si esto fuera poco, urgando en mi computadora, fui a encontrarme con esta bonita entrevista que le realicé hace ya un par de años... Preferí no alterar ni una sola línea de la misma, quizás para no violentar esa inocencia pura que yo mismo puedo entrever palabra tras palabra. Por tanto, a todos aquellos que se han emocionado por causa del reconocimiento como Ciudadano Ilustre de Jack Benoliel, con mucho orgullo este aprendiz de brujo afirma que "yo ya entrevisté a Jack Benoliel".
¡Prometo prontamente acudir de nuevo a la honda sabiduría de este rosarino de lujo!

JACK BENOLIEL ES una persona que vive convirtiéndose en Jack Benoliel. Y si bien esta afirmación pueda en principios ocasionar sorpresa, intriga o incomprensión, podemos asegurar que es tan exacta que hasta resulta ocioso transmitirla. También es redundante, en esta oportunidad, reflexionar al respecto del Jack Benoliel periodista, o escritor, o historiador, o poeta, o incluso empresario si se quiere. A los que estamos interesados en aprender a crecer, a los que necesitamos un envión más para salir adelante, nos puede servir mucho más conocer esa chispa original, ese fragor empírico y esa magia argumental que lo lleva a ser el Jack Benoliel que sale en el diario, que habla vehementemente y que lo convierte de modo irreversible en un verdadero baluarte rosarino.
Vamos a intentar conocer, entonces, los principales parámetros que le permitieron a este señor posicionarse socialmente a tal punto de ser considerado una persona distinguida. Sin embargo, en esta ocasión, no hallaremos ecuaciones económicas o perspectivas comerciales ni nada, nada de todo eso. Jack Benoliel, como veremos, es una persona cien por ciento espiritual, y quizás aquí encontremos una clave de oro que nos abra el camino para todo lo que buscamos.
A los 37 años de edad a Jack se le presentó un gran obstáculo que hizo temblar el curso de su destino: el fallecimiento de su madre. Lo que puede entenderse como un desenlace natural, aquí posee un carácter que indudablemente lo hace especial. Jack Benoliel contaba con nueve años cuando quedó huérfano de padre, dolorosa circunstancia que llevó a la madre a llenar el gran vacío suscitado. Nos dice Jack, en exclusiva para Inforosario: “A los atributos maternos, yo vi en ella cómo reemplazó los atributos paternos, asumiendo con carácter la educación de sus hijos”. Nos cuenta que se trató de una mujer que tuvo que salir a la calle a ganar el pan para alimentar a tres hijos, motivo por el cual la familia se trasladó de Empalme Villa Constitución a Rosario. Fueron tiempos duros en todo sentido, pero nada impidió que el ideal se mantuviera incólume: la educación doméstica, fundada en el afán por la lectura.
Jack Benoliel recuerda que cuando cumplió 18 años su madre le hizo un obsequio que sería decisivo en su vida: los cuatro tomos de la “Historia del Gral. San Martín” de José Pacífico Otero. “Lo conozco a San Martín a través del camino que marcó mi madre”, diría nuestro amigo, explicando elegantemente su archiconocida devoción por El Libertador. “Ella tenía EL OBJETIVO de que sus hijos leyeran”, dice. Tanto influyó esta mujer de hierro en su vida, y de una forma tan especial, que, según él mismo, luego del deceso de su madre tuvieron que pasar dos años “para volver a ser el que era”.
Atención: el amor por los libros es un rasgo elemental en la vida de Jack Benoliel. Estamos hablamos nada menos que de un señor que se despierta todos los días a las dos y media de la madrugada nada más que para seguir leyendo hasta que vuelva el sueño; de una persona que siempre posee un detalle o una paráfrasis para enriquecer cualquier conversación; de un hombre que sigue manteniendo un espíritu de investigación voraz; y de un alma en cuya esencia radian celosas todas esas lecturas que completan un saber exhaustivo. Según él “los libros liberan, enseñan y redimen. Los libros son los que posibilitan abrir los caminos en todos los aspectos del existir humano”. Él mismo es el mejor exponente de estas palabras.
Podemos ilustrar sobre otro singular desafío que se le presentó a nuestro personaje cuando era sólo un niño. Un niño, sí, pero que provenía de la única familia judía de Empalme Villa Constitución, circunstancia suficiente como para que hoy todavía perduren las marcas de un prematuro desengaño.
- ¿Qué cosas lo han desilusionado, Jack?, le pregunto, haciendo gala de la confianza que este señor me ha permitido profesarle. A lo cual él responde:
“Me han desilusionado aquellos que se han mostrado, querido, no aceptando la diferencia. ¿Yo soy diferente? ¿Y qué tengo que me diferencia?”. Es aquí donde se acuerda del vuelco que dio su vida el simple día que no acompañó a sus compañeros a tomar la Primera Comunión. “En cierto modo, dice, yo pasé a ser el matador de Dios ante esos chicos…El chico aquél que llevaba la pelota, que era yo… ya no querían jugar con mi pelota”. Si bien aclara que con el paso del tiempo “esas cosas” han mermado, remata con se trató de “un desengaño que perduró en mi alma. Cuesta arrancarlo”.
Bueno, hasta aquí entonces, tenemos al Jack puro, neto, tal cual lo moldeó el céfiro del tiempo. Hemos destacado dos significativos desafíos planteados por la vida. ¿Y de qué modo, pues, nuestro amigo ha pervivido a la indolencia? ¿Qué ha hecho, con qué ha sabido sortear los obstáculos del destino? Mucho de esto se contesta solo, aunque necesariamente debemos hurgar en lo antes dicho para volver a un punto vital e ineludible: la lectura.
Jack Benoliel todavía considera el gran esfuerzo económico que significaba para su madre la educación de los tres hermanos, sobre todo lo concerniente a la compra de libros. Podemos imaginar, entonces, que absorbiendo desde muy pequeño la sabia de tantas lecturas, le fue posible a Jack construir un mundo interior paralelo al mundo exterior; un mundo interior repleto de seres admirables, valerosos, fantásticos, de historias maravillosas que enriquecieron su mente y su corazón. Resumiendo: la lectura, el mundo de la lectura, le posibilitó a Jack no decaer nunca en la desilusión, puesto que a pesar de los tropiezos y las soledades, desde muy adentro Jack siempre abrigó esperanza. Esperanza en el hombre.
¡Él mismo lo dice, por favor! Aunque, obviamente, que desde una perspectiva más elevada, más a lo Jack. En efecto:
- ¿En qué cosa nunca dejó de creer, Jack?, le digo, esperando algo revelador. Su respuesta no se hace esperar, casi automática.
“En Dios. Los valores espirituales religiosos no deben ser abandonados jamás. Marcan una senda”, dice.
En rigor, Jack se define como una persona religiosa, y deberíamos considerar la limpieza de su corazón acaso para mostrar la contracara de estos días en que por motivos de credo se puede desatar una guerra. Él dice que su condición de judío no altera para nada su argentinidad, y, por si esto fuera poco, en materia de religión, se acuerda de Juan XXIII y de Juan Pablo II con la misma admiración y el mismo respeto con que lo haría un Católico acérrimo.
¿Qué argumento podríamos blandir para sintetizar la enseñanza que viene a legarnos el señor Jack Benoliel? Lo mejor de todo, obvio, sería hablar con él, verlo, verlo bien cuando está a punto de tomar la palabra, descubrir el preciso instante en que se convierte en eso, en ese, ese alguien tan preciso, tan sutil, tan enamorado del saber y de la dignidad humana. “El principio de la ética, como él dice; saber apreciar en el otro los mismos derechos que nosotros ansiamos”. Vamos a quedarnos con que, para salir adelante, es necesario concentrar un poderoso espíritu de tenacidad, de búsqueda, de esperanza. Poseer un objetivo noble, aprovechar cada momento para capacitarnos, no ceder jamás a la injusticia, saber esperar, y seguir, seguir buscando, buscando y buscando. Quién mejor, entonces, que el mismo Jack para cerrar esta charla con algo suyo francamente revelador, sabia de tanta experiencia:
“Quién busca tanto algo… ¿en cierto modo, no lo tiene?”
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