LA PRESIDENTA CRISTINA Fernández de Kirchner estuvo en el
Monumento Nacional a la Bandera y Rosario fue una fiesta. Desde temprano la gente se congregó masivamente en la margen del río en parte para celebrar el Día de la Bandera y, por supuesto, para acceder a la impagable oportunidad de observar en vivo y en directo, y en carne y hueso, a la Jefa Máxima de todos los argentinos. La convocatoria fue mayúscula, en tanto que el azul pleno del cielo auspició una jornada indudablemente maravillosa.
Pero el periodismo no sería periodismo si no estuviera siempre abocado a encontrar los pelos en la sopa y las quintas patas de los gatos. Primero y principal, vamos a señalar – en vano quizás – aquello que ya no tiene cura: la eminente displicencia de los medios porteños al respecto de todo cuanto ocurre más allá de la General Paz. Yo no sé si han mediado cuestiones políticas o qué, pero es totalmente vergonzante que tamaña celebración apenas haya ocupado un mezquino lugar de rigor en las pantallas capitalinas, teniendo en cuenta – además – todo el tiempo que hace que un presidente no asiste a Rosario para celebrar el Día de la Bandera. Pero también yo peco en señalar esto propiamente “de rigor”, porque sé que se trata de un mal que ya no tiene cura y que no me inspira esperanza alguna. Para la prensa porteña, si algo no sucede en Buenos Aires, directamente no sucedió nunca ni va a suceder.
Al respecto de la visita de Cristina, vamos ofrecer dos criterios que bien pueden transigir en forma paralela o, en triste caso, enfrentada. Por un lado, echaremos un vistazo periodístico del asunto; por el otro, esbozaremos una mirada singularmente emanada del sentir ciudadano, del sentir rosarino.
Desde una óptica periodística necesariamente vamos a tener que reprocharle a la Presidenta que, en cierta parte, haya teñido el acto cívico con la insistencia de las mismas cuestiones políticas de siempre, aunque sin su acostumbrada virulencia. Todos los medios (incluso aquellos que no cubrieron la celebración) recalcaron al otro día en sus tapas que “la Presidenta llamó a profundizar el modelo”, lo cual efectivamente fue así. Y no me parece bien que haya sido así.
Los mismos Kirchner, o bien el oficialismo, se han pasado la mayor parte del año abocados a recalcar los 200 años transcurridos desde la celebración del Primer Gobierno Patrio. Como si los argentinos necesitáramos “tanto” que alguien nos lo recuerde. Y yo creo que 200 años de historia patria son más que suficientes para que nuestros gobernantes tengan bien en claro una cosa: la inconveniencia de mezclar “institucionalidad” con “política”. Los Kirchner en vez de insistir tanto con los 200 años de vida de la patria debieran más bien dar un ejemplo de civismo y no cometer la torpeza de usar una fiesta cívica para destilar sus hieles partidarias.
Dicha insinuación politiquera en medio de un acto cívico, la de “profundizar el modelo”, tranquilamente puede tomarse como una falta de consideración, por no decir de respeto, hacia la figura de nuestro Gobernador Hermes Binner, quien de manera eventual suele asumir críticas posturas con el desempeño de los Kirchner. Binner, por su parte, se mantuvo en sus cabales de buen caballero y concedió a la Jefa Máxima un entendible silencio.
El kirchnerismo peca de ceguera en su afán partidista: si la Presidenta se hubiera mantenido dentro de lo delimitado por el protocolo, mientras que por un lado no hubiera dejado de gustarle a sus seguidores, por el otro se hubiera sugerido simpática o irreprochable al gusto de los demás argentinos que actualmente no transigen las filas del oficialismo, y que por ese empeño “atropellador” de la Presidenta y su marido seguirá hincado en la misma perspectiva de enfrente. Los Kirchner dan tela para rato, pues: ¿cuál es el “modelo” que Cristina Fernández llama “a profundizar”? ¿El modelo ultra capitalista pasivo o disimulado que a los Kirchner les permitió multiplicar por siete el patrimonio familiar? Muchos otros interrogantes por el estilo surgen a partir de la más elemental perspicacia, pero no es oportuno consignarlos en esta parte precisamente.
Todo esto se ahorraría, entonces, si el Gobierno evitara politizar celebraciones que importan a la cultura cívica de los argentinos. Están los que me dicen que “todo acto es político”, y no hay manera de que entiendan de que es mejor si toda política transige respetuosa con el devenir institucional de este país, algo que quizás los mismos Kirchner tampoco tengan muy en claro.
Pasamos a la óptica ciudadana, y la retórica – entonces – vira de manera notable.
Desde el sentir ciudadano, es un gran aliciente para los rosarinos que la Presidenta haya dicho “presente” en el Día de la Bandera; hacía mucho no sólo que un presidente no nos visitaba sino que tampoco se veía una fiesta semejante, con tanto público, con tanta expectativa, con tanto cariño y tanto entusiasta despliegue de fuerzas, entre uniformados y excombatientes. Todo eso se lo debemos – los rosarinos y los argentinos – a la Señora Fernández de Kirchner en su carácter de Mandataria.
Para los rosarinos en particular, la visita significa otra hermosa página más en la historia de nuestra ciudad. Para nuestros singularmente emocionales temperamentos, el 20 de Junio no sólo se resume en el Día de la Bandera, sino que también equivale a algo así como el Día de Rosario, ya que – por más que la prensa capitalina se mantenga displicente – es el día en que en todos los rincones del país se menciona que la insignia patria se enarboló primeramente en nuestra ciudad, lo cual consigna el orgullo más vivo que todo argentino pueda sentir.
Que la Presidenta Cristina haya atendido esta sana devoción rosarina, no sólo es motivo de plena gratitud sino también de gran respaldo a nuestro entusiasmo y nacionalidad.
De manera que vamos a redondear (en pos de asociar lo periodístico con lo ciudadano) exigiéndole a nuestros gobernantes que sean el ejemplo de esos 200 años de civismo e institucionalidad (la que no se sacan de la boca), que remitan la flema partidista a eventos partidistas y, por último – y especialmente dirigido a nuestra Presidenta – que el año próximo sea tan buena como esta vez y se tome la molestia de volver a Rosario con los rosarinos, desde siempre su ciudad y su gente.
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