UN BUEN ESCRITOR es aquella persona que dice “lo que quiere decir”; en tanto que uno mediocre sería el que dice “lo que quiso decir”. Pero la diferencia no se sustenta simplemente en una cuestión de tiempo (como si uno hablara en presente y otro en pasado); lo que distancia una cosa de otra en realidad es el nivel de claridad que exista.
Por ejemplo: imaginemos que estamos en una playa, y que nos propusimos la tarea de realizar un castillo de arena. Terminada nuestra obra, la misma queda al juicio de los demás veraneantes. Si nuestro castillo está bien construido, el observador inmediatamente pensará: “Hizo un castillo de arena”. Ahora, en cambio, si nuestro trabajo es mediocre, quien pase frente al mismo, apelará de forma concluyente: “Quiso hacer un castillo de arena”. Escribir bien o mal se simplifica de la misma forma.
Seguir Leyendo / Encoger Nota Escribir, escribe cualquiera; escribir bien ya es una cosa un tanto selectiva. Toda persona que escribe debe tener en cuenta que su labor no consiste en complicarle la vida al lector, sino precisamente todo lo contrario. Escribir bien es decir mucho con pocas palabras; ser claro exige que seamos breves, sencillos, concluyentes.
Debemos tener en cuenta el esfuerzo mental que realiza una persona cuando lee algo mal escrito. Pongo por ejemplo un fragmento de una muy complicada fotocopia que debería en este preciso momento estar estudiando para la clase de (bueno, no me acuerdo cómo se llama la materia, pero la dicta el mismo profesor de) Periodismo Crítico e Investigativo:
“Nunca es del todo verdadero decir que en las sociedades modernas, cuando se ha probado la existencia de una necesidad social, se encontrará la tecnología apropiada para satisfacerla. En parte porque algunas necesidades reales, en algún período en particular, están fuera del alcance del conocimiento científico y técnico existente o previsible. Y más aún porque la pregunta clave ACERCA de la respuesta tecnológica a una necesidad es menos una pregunta ACERCA de la necesidad misma que ACERCA de su lugar en una formación social existente”.
Y no quiero seguir torturando al lector. Realmente, es una tortura para el que lee.
El cerebro del lector debe circunscribirse, en el caso señalado, a cuatro cosas:
Primero: leer lo escrito.
Segundo: interpretarlo (dado lo engorroso del asunto, este paso no puede darse plenamente de forma conjunta con el primero).
Tercero: Una vez interpretado, el lector debe separar “lo que quiso decir” de “lo que dijo”.
Y cuarto: el lector se preguntará: “Pero… éste… ¿de qué diablos está hablando?”.
Tratemos de reformular el párrafo de la discordia:
“No siempre en las sociedades modernas hay una solución tecnológica para cada necesidad nueva, debido a que éstas pueden hallarse fuera del conocimiento científico. (La última oración – la que sigue – me resulta totalmente intraducible)”.
Que el lector se encargue, entonces, de comparar el párrafo evocado (cuyo autor, por una cuestión de misericordia, no diré), con el párrafo que, sin petulancia alguna, yo mismo “traduje”. Naturalmente, me dará la razón.
Pero este artículo tratará de explicar, en última instancia, por qué escriben mal los que escriben mal. Ya en otro artículo de este blog más o menos intentamos conocer “Por qué escriben los que escriben”. Las circunstancias hoy me llevan a otra cosa.
Quiero, ante todo, acudir al más sentido eco de solidaridad del amigo lector: como ya vieron, el párrafo evocado, es una verdadera tortura. Bien. Hace ya más de tres años que como ser humano estoy siendo sometido a esa tortura de leer cosas sin sentido o, bien, con un sentido posible. Hace tres años que peleo y peleo con los profesores por las fotocopias insensatas con las que sinceramente me están arruinando la vida. Sí, sí… eso mismo: ARRUINANDO LA VIDA.
Por lo tanto, visto y considerando que el asunto no toma por un camino ascendente, me propuse la tarea de explicarme por qué escriben mal los que escriben mal… y, aunque parezca mentira, todo tiene una explicación de orden sexual. Ya verán por qué.
La sencillez es hija de la celeridad. Hoy el mundo vive acelerado, ya sea porque hay muchas cosas para hacer o bien porque perdimos o derrochamos nuestro tiempo en otras tantas necedades. Entonces, cuando tenemos que decir algo, en el poco tiempo que tenemos para hacerlo, debemos hacerlo de forma clara y contundente. Queremos ser entendidos. Eso es escribir bien.
La gente que escribe mal no está apurada. Generalmente se trata de gente ociosa, es decir, que no hizo nada o no tiene nada para hacer. Entonces, tiene todo el tiempo del mundo para dar las vueltas que quiera a un asunto. No le importa ser entendido; se ufana del complicado lenguaje que utiliza para explicar una nimiedad.
Pero esto no es todo. El hecho de no hacer nada va de la mano con el otro hecho de no realizar ninguna actividad física. Esto último, a la larga, termina teniendo real incidencia en la naturaleza genital del que escribe, sobre todo si nos referimos a un masculino. Si no hacemos nada, si no realizamos ningún ejercicio, si no somos (entonces) masculinos… nuestro cuerpo “envejece”. Por lo tanto, el próximo horizonte que le queda al pobre que escribe mal es la “disfunción sexual”.
Y lo que sigue, está cantado: la baja de la propia estima.
Entonces, ¿por qué escriben mal los que escriben mal? Sencillo: porque no fornican a sus mujeres. Como en el transcurso del día no realizaron nada, a la noche resulta que no están cansados, por lo que les sobra tiempo para gastarlo escribiendo estupideces en lugar de descansar como Dios manda. Como no realizan actividad física, con el tiempo va acelerándose el proceso de envejecimiento, por lo que a la larga los pobres maridos tienen poco y nada para ofrecerle a sus mujeres, las cuales duermen en la más sórdida soledad mientras sus cónyuges tratan de recuperar la estima complicándole la vida al resto del mundo.
Una persona que trabaja, que hace ejercicio y que tiene la decencia y la masculinidad de atender a su querida mujer, y que encima quiere escribir… para esto último cuenta con un margen reducido de tiempo. Por lo tanto, a la hora de escribir, deberá hacerlo de la forma más concreta y simple posible. Si no trabaja, si no hace ejercicio, si no fornica a su mujer… tiene tiempo de sobra para escribir, por lo que la cuestión tiempo-espacio no le resulta importante, y consiguientemente escribe cualquier payasada.
Si a esto le sumamos el dolorcillo íntimo que significa ser una persona que padece disfunción sexual, y que ya ni siquiera tiene aliento para fornicar a la propia mujer aunque sea una vez al año, cae de maduro que estamos enfrente de un varón que hará cualquier cosa para evadir esa realidad tremenda que le rodea. La de ser un inútil.
Como gran inútil se propondrá la tarea de escribir. Como el tiempo le sobra, no necesita resarcirse con celeridad y sencillez. Como le duele el alma por su condición de inútil que no fornica ni a su propia mujer, tratará de disimular su complicada existencia complicándoles la vida a los otros.
Y yo estoy dentro de esos “otros”. Hace tres años que estudio Periodismo. Hace tres años que los profesores me dan para estudiar cosas que algún inútil trasnochado escribe para no verse a sí mismo. Hace tres años que espero que el Viagra cumpla su función social en los pésimos escritores que hay en boga. Hace tres años que mi cerebro tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para entender lo que quiere explicar un hombre sin actividad física y sexual. Hace tres años que vivo una tortura. Hace tres años que con una mano en el corazón le pido a Dios tenga al menos la bondad exquisita de acordarse de esas pobres mujeres que sueñan con el hombre que, en vez de escribir vergonzosas estupideces, las conviertan en las reinas que no pudieron ser.
Debemos tener en cuenta el esfuerzo mental que realiza una persona cuando lee algo mal escrito. Pongo por ejemplo un fragmento de una muy complicada fotocopia que debería en este preciso momento estar estudiando para la clase de (bueno, no me acuerdo cómo se llama la materia, pero la dicta el mismo profesor de) Periodismo Crítico e Investigativo:
“Nunca es del todo verdadero decir que en las sociedades modernas, cuando se ha probado la existencia de una necesidad social, se encontrará la tecnología apropiada para satisfacerla. En parte porque algunas necesidades reales, en algún período en particular, están fuera del alcance del conocimiento científico y técnico existente o previsible. Y más aún porque la pregunta clave ACERCA de la respuesta tecnológica a una necesidad es menos una pregunta ACERCA de la necesidad misma que ACERCA de su lugar en una formación social existente”.
Y no quiero seguir torturando al lector. Realmente, es una tortura para el que lee.
El cerebro del lector debe circunscribirse, en el caso señalado, a cuatro cosas:
Primero: leer lo escrito.
Segundo: interpretarlo (dado lo engorroso del asunto, este paso no puede darse plenamente de forma conjunta con el primero).
Tercero: Una vez interpretado, el lector debe separar “lo que quiso decir” de “lo que dijo”.
Y cuarto: el lector se preguntará: “Pero… éste… ¿de qué diablos está hablando?”.
Tratemos de reformular el párrafo de la discordia:
“No siempre en las sociedades modernas hay una solución tecnológica para cada necesidad nueva, debido a que éstas pueden hallarse fuera del conocimiento científico. (La última oración – la que sigue – me resulta totalmente intraducible)”.
Que el lector se encargue, entonces, de comparar el párrafo evocado (cuyo autor, por una cuestión de misericordia, no diré), con el párrafo que, sin petulancia alguna, yo mismo “traduje”. Naturalmente, me dará la razón.
Pero este artículo tratará de explicar, en última instancia, por qué escriben mal los que escriben mal. Ya en otro artículo de este blog más o menos intentamos conocer “Por qué escriben los que escriben”. Las circunstancias hoy me llevan a otra cosa.
Quiero, ante todo, acudir al más sentido eco de solidaridad del amigo lector: como ya vieron, el párrafo evocado, es una verdadera tortura. Bien. Hace ya más de tres años que como ser humano estoy siendo sometido a esa tortura de leer cosas sin sentido o, bien, con un sentido posible. Hace tres años que peleo y peleo con los profesores por las fotocopias insensatas con las que sinceramente me están arruinando la vida. Sí, sí… eso mismo: ARRUINANDO LA VIDA.
Por lo tanto, visto y considerando que el asunto no toma por un camino ascendente, me propuse la tarea de explicarme por qué escriben mal los que escriben mal… y, aunque parezca mentira, todo tiene una explicación de orden sexual. Ya verán por qué.
La sencillez es hija de la celeridad. Hoy el mundo vive acelerado, ya sea porque hay muchas cosas para hacer o bien porque perdimos o derrochamos nuestro tiempo en otras tantas necedades. Entonces, cuando tenemos que decir algo, en el poco tiempo que tenemos para hacerlo, debemos hacerlo de forma clara y contundente. Queremos ser entendidos. Eso es escribir bien.
La gente que escribe mal no está apurada. Generalmente se trata de gente ociosa, es decir, que no hizo nada o no tiene nada para hacer. Entonces, tiene todo el tiempo del mundo para dar las vueltas que quiera a un asunto. No le importa ser entendido; se ufana del complicado lenguaje que utiliza para explicar una nimiedad.
Pero esto no es todo. El hecho de no hacer nada va de la mano con el otro hecho de no realizar ninguna actividad física. Esto último, a la larga, termina teniendo real incidencia en la naturaleza genital del que escribe, sobre todo si nos referimos a un masculino. Si no hacemos nada, si no realizamos ningún ejercicio, si no somos (entonces) masculinos… nuestro cuerpo “envejece”. Por lo tanto, el próximo horizonte que le queda al pobre que escribe mal es la “disfunción sexual”.
Y lo que sigue, está cantado: la baja de la propia estima.
Entonces, ¿por qué escriben mal los que escriben mal? Sencillo: porque no fornican a sus mujeres. Como en el transcurso del día no realizaron nada, a la noche resulta que no están cansados, por lo que les sobra tiempo para gastarlo escribiendo estupideces en lugar de descansar como Dios manda. Como no realizan actividad física, con el tiempo va acelerándose el proceso de envejecimiento, por lo que a la larga los pobres maridos tienen poco y nada para ofrecerle a sus mujeres, las cuales duermen en la más sórdida soledad mientras sus cónyuges tratan de recuperar la estima complicándole la vida al resto del mundo.
Una persona que trabaja, que hace ejercicio y que tiene la decencia y la masculinidad de atender a su querida mujer, y que encima quiere escribir… para esto último cuenta con un margen reducido de tiempo. Por lo tanto, a la hora de escribir, deberá hacerlo de la forma más concreta y simple posible. Si no trabaja, si no hace ejercicio, si no fornica a su mujer… tiene tiempo de sobra para escribir, por lo que la cuestión tiempo-espacio no le resulta importante, y consiguientemente escribe cualquier payasada.
Si a esto le sumamos el dolorcillo íntimo que significa ser una persona que padece disfunción sexual, y que ya ni siquiera tiene aliento para fornicar a la propia mujer aunque sea una vez al año, cae de maduro que estamos enfrente de un varón que hará cualquier cosa para evadir esa realidad tremenda que le rodea. La de ser un inútil.
Como gran inútil se propondrá la tarea de escribir. Como el tiempo le sobra, no necesita resarcirse con celeridad y sencillez. Como le duele el alma por su condición de inútil que no fornica ni a su propia mujer, tratará de disimular su complicada existencia complicándoles la vida a los otros.
Y yo estoy dentro de esos “otros”. Hace tres años que estudio Periodismo. Hace tres años que los profesores me dan para estudiar cosas que algún inútil trasnochado escribe para no verse a sí mismo. Hace tres años que espero que el Viagra cumpla su función social en los pésimos escritores que hay en boga. Hace tres años que mi cerebro tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano para entender lo que quiere explicar un hombre sin actividad física y sexual. Hace tres años que vivo una tortura. Hace tres años que con una mano en el corazón le pido a Dios tenga al menos la bondad exquisita de acordarse de esas pobres mujeres que sueñan con el hombre que, en vez de escribir vergonzosas estupideces, las conviertan en las reinas que no pudieron ser.
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