MALA NOTICIA PARA los profesores: el periodismo no se enseña dentro de las aulas. Al contrario, allí dentro se “desenseña”. ¿De qué forma puedo acreditar lo que digo? Sencillo: más de tres años de tomar clases me autorizan a formular esta afirmación.
El periodismo no debe enseñarse sólo dentro de las aulas porque de este modo se le está amputando al futuro profesional aquello que más constituye la formación del periodista: la calle. El periodismo es una profesión callejera. Es en la calle donde el estudiante irá asumiendo la performance profesional de la cual obtendrá la experiencia, las relaciones y el sustento para vivir; allí está la verdadera escuela del periodista.
Rosario, particularmente, es una ciudad de incontable cantidad de eventos de toda clase por semana: desde una degustación de vinos, a un simposio de economía; desde una presentación de pinturas a una manifestación sindical; desde la inauguración de un nuevo local de ropa a una marcha a favor del aborto. Rosario es una ciudad que constantemente da de qué hablar… ¿y a quién da de qué hablar más que a los mismos periodistas? Allí es donde tiene que estar el estudiante – grabador en mano – registrando aquello que sucede no tanto por el hecho en sí como para ir ganando experiencia y formulándose la red de contactos personales que le servirán para la creación de una agenda imprescindible para el día de mañana. Todo estudiante de periodismo, antes de terminar de cursar, debiera alguna vez haber entrevistado al gobernador de la provincia, o al menos al intendente municipal. Todo estudiante de periodismo, al final del cursado, debe estar preparado para entrevistar – sin que le tiemble la voz – tanto a un mendigo como a un presidente. Esto, naturalmente, sólo se obtiene de la práctica.
La continua permanencia del alumno dentro del aula – divagando u oyendo a otros divagar sobre meras necedades (las de siempre) – es francamente letal para el instinto de perspicacia que define a un periodista y que constituye el combustible que lo moviliza de un lado a otro, ya sea desentrañando verdades o desbaratando mitos. Así como el jaguar encerrado se ve triste y lento, así también se ve el alumno conminado a ese cautiverio soez y monótono que es el aula; y cada vez que deba oficiar como periodista todo cuanto haga será más una efímera actuación que una inefable realidad, lo mismo que el pobre felino tremendamente aburrido de hacer siempre las mismas morisquetas para el mismo circo.
El hábitat natural del periodista es la calle, la jungla ciudadana, la demencial vorágine vespertina. Allí es donde debe ser educado, instruido, amansado; mientras el resto del mundo se relaja, el periodista – cual fiera imperturbable – acecha. El periodismo es una profesión full time, por lo que no hay descanso ni cuando se duerme; cada segundo del día es un paso más hacia el objetivo. El objetivo es la presa. La presa es la verdad. Aquel aspirante que reniegue de vivir las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año para la profesión que ha escogido (o que lo ha escogido), aquel cándido ser humano que crea que hay recreos en el periodismo… podrá en su vida ser exitoso, reconocido y multimillonario, pero que no se engañe: no tiene alma de periodista.
Por favor: debemos recalcar la importancia que tiene el hecho de ir construyendo esa “agenda personal” que mencionábamos, equivalente a ir haciéndose conocido (“haciéndose del ambiente”), de fundar amistades por el estilo. El día de mañana será de enorme relevancia para el posible empleador, saber que el futuro periodista cuenta con llegada, por ejemplo, tanto al Ministerio de Salud como a la Presidencia de la Fundación Libertad. Debemos saber que tanto una cosa como la otra jamás desdeñarán la oportunidad de concedernos una entrevista, y una vez que ya la hicimos quedamos felizmente “marcados” como los periodistas que queremos llegar a ser. Es fundamental que los profesores constantemente nos estén mandando a la calle a hacer entrevistas (de verdad, no de “mentiritas”), a conocer hechos, a investigar un poco; el profesor debe ayudarnos en la tarea de romper nuestra timidez inicial. “Le hacés una entrevista al Intendente Lifschitz, o recursás la materia”. Al que le guste bien, y al que no… que tome por la puerta de salida y se anote para estudiar algo más tranquilo como sastrería, confección o abogacía.
El periodismo requiere audacia: es una profesión para ganadores, caraduras, perspicaces e incluso bohemios. Los tímidos, pues bien… a otra cosa mariposa. Por más teoría que exista para ajustar la técnica periodística, nada dejará un legado más sincero y valorable que la misma práctica.
La excesiva permanencia dentro del aula, insistiendo e insistiendo con las mismas patrañas de siempre (marxismo, positivismo, escuela de Frankfurt, etc., etc., etc.) es equivalente a obstruir el curso de un río con un peñasco del tamaño de una pirámide:
EL JOVEN NO TIENE LA CULPA DE QUE ESTE MUNDO TENGA TANTA CULPA. Al estudiante hay que dejarlo ser. Hay que alentarlo, ayudarlo a que sea dueño de su destino y a que observe todo prejuicio pasado como a una pátina de atraso y desolación. El futuro debe estar libre de esas manchas borrascosas que hoy día cuajan las clases de periodismo conjuntamente con los griteríos y los condensados olores que nacen más del aburrimiento que de la falta de aseo.
Hoy se viven tiempos de eminente sedentarización de la especie humana: tanto la televisión como internet contribuyen a que las personas nos atengamos dentro de nuestros domicilios completamente ajenos a la verdadera realidad ciudadana, consumiendo aquello que gratuitamente nos venden los medios como si estos fueran profetas inexorables y nosotros el rebaño grácil y deprimido. Si los establecimientos de enseñanza periodística verdaderamente desean hacer algo por sus alumnos, entonces tienen que trabajar en pos de evitar ese ‘acostumbramiento a no vivir’ que es vivir dentro de cuatro paredes, ya sean las de las aulas como las de nuestros propios hogares.
Si, por el contrario, se lo somete al estudiante de periodismo a estar la gran mayoría de los días encerrado dentro de un aula, atiborrándole la cabeza con más de las mismas indolencias de siempre, muy obviamente se estará engendrando a un “panzón” lento y aburrido, que hará del periodismo el medio para destilar el resentimiento que absorbió clase tras clase. ¡Por favor! Al alumno hay que salvarlo de esa asfixia mortal que es el desprecio entre los seres humanos, y que es el resultado de una familiarización excesiva, densa, obsena; hay que sacarlo del aula, llenarlo de ciudad, empaparlo de periodismo. Debe ser una premisa paradigmática la de evitar que el alumno también se sumerja dentro de esa burbuja sedentaria que es el flamante estilo de vida actual.
YO PROPONGO que el aula sea solamente un lugar de paso, de corrección de textos y de audios; YO PROPONGO que el aula solamente se utilice para que el profesor arroje las pautas de trabajo y no vuelva a ver al alumno hasta que éste regrese con el ejercicio completado; YO PROPONGO que el profesor en vez de aprobar o reprobar se limite simplemente a examinar la producción del alumno y siempre aporte algo propio para la mejor performance de cada trabajo; YO PROPONGO que el profesor sea una voz experimentada, audaz, incuestionable (sería una insolencia cuestionarle algo a quien desea que seamos mejores todavía); YO PROPONGO que el estudiante sea una central de información al respecto de los infinitos eventos que atesora esta ciudad, que esté al tanto de lo que sucede en cada rincón de Rosario y que no quede absolutamente nada sin cubrir; YO PROPONGO que el estudiante de periodismo sea un Periodista; YO PROPONGO que las clases de periodismo dejen de parecerse tanto a las vomitivas clases del secundario. YO PROPONGO que hagamos PERIODISMO.
Al estudiante, naturalmente, le servirá para terminar siendo un periodista hecho y derecho (si en tres años de entrevistar gente, de editar audios, de producir videos y de investigar a fondo no aprende… bien… ya dijimos que existen cursitos para gente más tranquila como confección o abogacía). Los tres años que dura la tecnicatura de Periodismo serán tres años de profesión y no de denso estudio. El estudiante seguirá perteneciendo al establecimiento que lo liberó de tanto cansancio social, por la sencilla razón de que nadie puede prescindir del propio origen (a no ser los que se "escapen" del mismo). Se recibirá con el orgullo intacto y las ganas de salir a la calle a registrar el curso de la vida en carne propia mucho antes que con la moral vencida y el zumbido de la televisión dictándole la manera en que deben comportarse los humanos. A un periodista nada ni nadie debe decirle quién es y qué debe hacer; no lo necesita.
Pues bien… hemos dado ya el primer paso. Tallémoslo en el bronce: e
l periodismo es una profesión callejera; la verdadera escuela del periodista es la calle, que no el denso aula. Nadie es más devoto de la libertad que un periodista; rara forma de educar – la de hoy – a un hombre libre dentro de cuatro paredes insípidas. ¡Salgamos a la calle, vayamos a lo nuestro!
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