DECIDIDAMENTE, LE HE declarado la guerra a este mundo. Ya me cansé. Me importa poco pasar a ser la criatura más odiada en tanto el mayoritario enemigo deposite sobre mí sus victoriosas municiones. No me satisface la manera en que están dadas las cosas en este mundo, y por la sencilla razón de que todo está AL REVÉS. Absolutamente todo. Así que, ¡en alto esa frente! ¡La lucha, recién empieza!
Y entre mis graves desacuerdos con la forma en que se da el resarcimiento de este mundo, figura el hecho de que no puedo creer la manera en que se ha demonizado la palabra “gordo” o “gorda”. Desconozco si existe actual cultura en que “gordo” tenga sus merecidas connotaciones, es decir, sus verdaderas sinonimias con la vida.
Todos tenemos algún amigo gordo o al que por alguna razón específica llamamos bajo el mote de “gordo”. Y todos sabemos muy bien que difícilmente exista otra persona que sea mejor amiga que ésa a la que, muy sueltos de cuerpo, le decimos: “¡Hola, gordo…! ¿Qué miércoles hacés de tu vida?”. Que sea gordo o no, es indistinto. Conozco mucha (pero mucha) gente que al transcurso del tiempo, sorteadas las más exasperantes etapas de crecimiento, dejó de ser gordo o gorda por obra de arte, pero así y todo sus fieles amigos siguen insistiendo con lo de llamarlos “gordos”. “Che, gordo…”; “dale, gordo”; “pero qué gordo malparido, siempre se emborracha y hay que llevarlo a la casa”.
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Estoy en contra de este mundo porque la gente ha olvidado que la palabra “gordo” no remite solamente a una cuestión de rigor físico. Es insultar nuestra inteligencia y nuestra condición de seres humanos amputarle a “gordo” nada menos que su verdadera significación. Y su verdadera significación por cierto que está muy lejos de responder sólo a un orden físico. Es equivalente a una primavera sin flores, a unos Andes sin nieve, a una vida sin vida.
La palabra “gordo” o “gorda” es poesía. Quienes se nieguen a esa poesía, sabrán excusar el hecho de que mi corazón en adelante los considere lo mismo que a perros. ¡Menos que eso! ¡Bestias…! Así como no es propio de un ser humano hijo del Todopoderoso observar la luna llena sin sentir el estremecimiento del Universo en la piel, no es propio de una persona de bien pronunciar la palabra “gordo” sin experimentar en el corazón cuán raudo revuelo de cariño y enternecimiento.
Por cierto que es un crimen de lesa humanidad que uno a las mujeres no las pueda llamar “gordas”. ¡Ay, qué lindo sería un mundo lleno de “che, gorda” o “gordi, hermosa” o “¡Gordaaa…! Cerrá un poco la boca porque esto es un velorio y no una salida de shopping”. Y sin embargo, porque la gente hoy tiene el mismo corazón que un renacuajo… ¡ay, si le llegás a decir “gorda” a una mujer, pobre de vos! Esto es increíble… inmoral… tremendamente inhumano y absurdamente soez. ¿No me creen? Bien. Pregunten por ahí qué prefiere más una mujer… Estoy segurísimo que hoy en día una mujer prefiere que un borracho desconocido la bese contra su voluntad en un boliche a que un galán de cine le diga “gorda, te quiero”.
La Real Academia Española debiera hacer algo al respecto. Sugiero lo siguiente:
Gordo/a: (adjetivo). Expresión de afecto, aceptación y simpatía con que algunas personas se celebran entre sí. A inicios del siglo XXI científicos y letrados de todo el mundo llegaron a la conclusión de que durante mucho tiempo, por una cuestión de recelo social y envidia, se pretendió cercenar a la palabra “gordo” de su verdadera significación, reduciéndola a una cuestión obscenamente física. La reimplantación de su acepción original se debe a los esfuerzos del Almirante D. R., muerto en batalla por esta misma causa (una mujer soldado de sus mismas filas le disparó en el pecho. Según testigos presenciales, el Almirante le habría ordenado “¡gorda!, ¡se vienen los rusos! Mandá a que pongan botellas de vodka llenas de aguarrás a la entrada de… ¡Oh, heiiiiiiiiiiil…!”).
Porque esto no puede seguir más siendo así. Dentro de poco, si continúa esta decadencia semántica, decir “te amo” va a ser equivalente a “traeme un paquete de puchos cuando estés viniendo”. ¡Oh, no… mi castellano querido! Debemos reunir los esfuerzos necesarios para que “gordo” no acabe por perder del todo esa esencia maravillosa que la convierte en una palabra especial, única, amorosa. Creo redundante sinceramente explicarle al lector que hay todo un mundo dentro de un “gordo”, por lo que cuando alguien a una persona le dice “gordo”, dentro de esa palabrita milagrosa – cual pimpollo que rompe en flor – se formulan las siguientes aseveraciones: “amigo, te quiero”; “me pone feliz que estés aquí”; “gracias por haber venido, hubiera sido difícil sin vos”; “qué haría sin un amigo como vos”; “te acepto tal como sos, y por lo mismo te pido encarecidamente que me aceptes tal como soy”; “nunca dejes de ser mi amigo, por favor”; “gracias por hacerme reír y por ser como sos”; etc., etc., etc…
Es una lucha ciertamente ardua… la de pasear el corazón por la calle entre tanta frialdad callejera. Además (la más triste), nadie me dice "gordo". ¡Cuánto quisiera que me llamaran por "gordo"! Me sentiría... oh, me sentiría tantas cosas. Pero claro; hoy en día debemos recuperar todo cuanto el recelo social y la envida de las personas ha procupardo quitarle a los "gordos" y a las "gordas". Por eso, para dejar testimonio de cuanto digo (de cuanto repito en realidad), he procedido a la creación de un “Diccionario Global de Expresiones Enriquecidas por la Palabra GORDO”, ya que por más duro insulto que pronunciemos, quedará convertido en una franca expresión de afecto en tanto que en la oración se encuentre la palabra “gordo”.
Deberán ayudar al respecto; los invito a que aporten sus ideas… Yo solo no alcanzo para tamaña lucha. Por lo pronto, con gran lamentación, deberé despedirme de mi trabajo sin verlo concluido en su totalidad, ya que el invasor estalinista arremete sin piedad contra los límites de mi Berlín de sueños y mi mundo ideal, demorados gracias a Dios en beberse las botellas de falso vodka que algún ingenioso dejó por ahí.
¡Viva la lucha! ¡Vivan los gordos!
Diccionario Global de Expresiones Enriquecidas por la palabra GORDO
De un lado,
en azul, la expresión a secas; del otro,
en rojo, su significación intrínseca, verdadera
Gordo trolo: ¡oh, caro amigo mío! Con alma y vida soy deudor de la infinita confianza y el amistoso repertorio retórico que vuestra dúctil personalidad me permite esbozar, cual pinceladas de sepia sobre un río atardecido.
Gorda, ¡decí algo! Hace dos horas que soy el único estúpido que está hablando; creo que las paredes tienen ganas de hablar con tal de que yo me calle: Me gustas cuando callas porque estás como ausente, y me oyes desde lejos y mi voz no te toca, por lo tanto os concedo encendidamente la oportunidad de que con tu voz construyas el castillo de cristal en que quiere irse a vivir mi alma.
Gordo cara de corpiño: estimado caballero, sus constantes desaires hacia mi persona me conllevan a la muy sutil decisión de recordarle que el carácter rechoncho y ampuloso de su rostro merece de mis más finas y respetuosas observaciones.
¡Gorda, podés cerrar la boca aunque sea un momento! Estuviste todo el día hablando, tengo la cabeza más taladrada que el parqué de un teatro: déjame que te hable también con tu silencio, claro como una lámpara, simple como un anillo. Llegado es el momento en que vuestro empeño oratorio se tome una pausa de descanso y meditación.
¡Uh, gordo, pará la moto! No podés ser tan degenerado: ¡compañero fiel de anécdotas y pesares! Os ruego en carácter de urgencia que en lo sucesivo tengas a bien rescindir al menos en parte el afán preponderantemente onanista de vuestras acciones, comentarios y demás especulaciones por el estilo.
Abarajame en la bañera, gorda: bomboncito relleno con crema de Ferrero Rocher, deberé dejarle constancia que este bravo corazón en mi pecho se derrite por apartarla a un lugar en donde el regodeo de nuestra mutua intimidad fructifique en eventualidades dignas de ser envidiadas hasta por un harén de cuarenta mujeres.
¡No…! ¡No te lo puedo creer! Me estás bromeando… ¡Gordo gay…! ¡Ya es la undécima vez que te tengo que dar un pucho! Pero qué te pensás… gordo vividor. Menos mal que te hago fumar porque si te tuviera que hacer comer no me alcanzaría ni con un sueldo de presidente: ¡Pícaro bandido! Me es dada la obligación de apercibir el hecho de que permanezca vocé muy a gusto ante mi presencia, tanto así que temo por el relajamiento difícilmente reversible de vuestra cómoda humanidad, por lo que os sugiero despegad del asiento cuán oronda masa muscular para así dirigirse hacia la puesta más pronta y de este modo saciar de propia economía licencias y demás carestías.
Che, gorda, dejate de hinchar y cebate unos mates: Corazón de arroz. Repollito de ternura. Milagrosa cosquillita cósmica escapada del más colorido edén. A ti me dirijo con la renovada intención de sugerirle la posibilidad de que sea tan buena, dulce y amable de completar la paz de este prematuro crepúsculo mediante el alternativo ofrecimiento de cuán vaporosa infusión… Bueeeno… está bien. Cebo yo.
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