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La puñalada de Moyano

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En el marco de una nutrida concurrencia en Plaza de Mayo, el líder de la CGT, Hugo Moyano, ahondó definitivamente el cisma que divorcia al gobierno nacional de los trabajadores camioneros. “Después del Golpe del 76 – lanzó el ‘Gordo’ –  hubo dos clases: los que se exiliaron fuera del país y los que se exiliaron en el sur argentino a lucrar con la 1050”.

     Las palabras de Moyano ilustran al respecto de lo que hace tiempo se viene rumoreando: la muy dudosa vocación “revolucionaria” del matrimonio Kirchner en la mentada época de los 70. De hecho, está probado que cuando las papas ardían, lejos de asumir cualquier postura protestataria, los Kirchner partieron para el sur dando origen a una voluptuosa fortuna oficiando como “rematadores”: por un lado intimaban judicialmente a quienes tenían deudas por créditos de compra de terrenos, y por el otro ofrecían la compra del mismo a precio irrisorio. “Esto hizo que los Kirchner compraran la impresionante suma de 21 propiedades entre 1977 y 1982, que dejaron en sus bolsillos jugosas rentas. Por sus labores profesionales durante el Proceso, algunos amigos de Néstor llegaron a apodarlo 'Robin Hood trucho', porque sacaba la plata a los pobres y la daba a los ricos”, señala el investigador Agustín Laje en un artículo de La Prensa Popular. Así empezaron a hacerse ricos los paladines de la memoria.

     De todos modos – y gracias por el favor – nadie que esté medianamente informado necesita de los favores “noticiosos” del ‘Gordo’ de la CGT, quien hasta hace poco protagonizó un muy rosa romance político con la Mandataria. La historia – para vergüenza de muchos – está ahí, accesible para quien quiera servirse, más allá de las diatribas de Moyano y la “memoria” de Cristina.

Carlos Manfroni, Massera y los Montoneros

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“Montoneros: soldados de Massera” apunta a dislocar el esqueleto del relato oficial.

El doctor Ángel Baltuzzi, quien hiciera de presentador y quien además se expusiera como una persona que fue perseguida en los 70, concibió una frase inmejorable para fijar la esencia de tanta charla: “El libro del Dr. Manfroni va ‘a contrapelo’ del relato oficial”. Por su parte, el autor de “Montoneros: soldados de Massera” reforzó con sencillez: “Todos aquellos que han escrito en torno a los setenta, han sido invitados por los canales de televisión. Reato, por ejemplo, estuvo discutiendo nada menos que en 678. A mí nunca me llamaron. Definitivamente, hay un esfuerzo por parte del gobierno para que mi libro no se conozca”. Y la verdad que no debe estar muy equivocado en lo que dice, toda vez que quien subscribe este artículo es – sino el único – de los pocos entrevistadores que corrieron a buscar su testimonio. Tampoco a la prensa en general le interesa contar un argumento que vaya “a contrapelo” de la plegaria oficial.
      Confieso, no obstante, que en un principio no fue de mi especial interés conversar con Manfroni. Pensaba que su libro acaso discurría sobre una cuestión de internas dentro del mismo triunvirato que diera forma a la última Dictadura Militar. De ahí que con mi primera pregunta haya pretendido acomodar el tablero con cada pieza en su justo lugar: “El libro, ¿trata sobre otra interpretación de los años setenta o sobre un hecho en sí? ¿Hubo concretamente un vínculo entre Massera y los Montoneros o “pareciera” que haya habido uno?” En adelante, el testimonio de Manfroni no sólo que ilustraría una reveladora y jamás imaginada secuencia de HECHOS sino que en base a los mismos queda despejado el panorama para el arbitrio de nuevas e incalculables interpretaciones. “Montoneros: soldados de Massera” apunta a dislocar el coqueto esqueleto del relato oficial.
     En efecto, Manfroni no se casa con nadie. Según sus profundas investigaciones, el Almirante Massera “conspiró desde el primer minuto contra Videla porque quería ser el nuevo Perón”, lo que lo llevó a integrar la logia Propaganda Due, también integrada por la cúpula de los Montoneros. Otros nombres sorprendentes que la completaron: José López Rega y nada más y nada menos que el sanguinario dictador libio Muamar Al Kadhafi. La idea era “asesinar a todo el equipo económico del General Videla”, apartar a Argentina de EE.UU. y acercarla a los países árabes, finalmente quedarse con la administración del petróleo, del tráfico de armas y las finanzas. El subrepticio “eje del mal” se componía, entonces, por Argentina, Libia e Italia. “Está probado que grandes industriales italianos tenían especiales intereses en nuestro país, y brindaron su apoyo a Massera”.
     Según las palabras de Manfroni, Montoneros brindó un apoyo enorme a Massera, quien por su parte consiguió florearse por Europa – a diferencia de sus compañeros de la Junta Militar – como un defensor de los DD.HH. A cambio, el almirante solía dejarles a sus socios “zonas liberadas” para que cometieran sus actos de terrorismo (en pleno centro porteño, por caso) sin preocuparse por el acoso policial. “Asesinar al equipo económico de Videla prestigiaría a Montoneros”, señala Manfroni, “pero finalmente no pudieron cumplir con sus objetivos” de guerra.
      “Los mismos montoneros que en los setenta oficiaron conjuntamente con la ESMA, luego declararon contra ella… Otros, son recordados como víctimas, figuran en el Muro de la Memoria y sus familias han recibido indemnizaciones”.
      Queridos amigos, desde ya que – como decimos al principio – queda abierto el panorama para nuevas interpretaciones en torno a los setenta. Habrá tiempo para lo mismo. Pero primero, es imprescindible contar con la palabra de un estudioso. Escuchen la siguiente entrevista; seguramente se van a sorprender.


Carlos A. Manfroni es Abogado egresado de la UBA y Certified Fraud Examiner por la Association of Certified Fraud Examiner, Austin, Texas. Integró el Grupo de Expertos de la OEA que redactó la Convención Interamericana contra la Corrupción, en Washington D.C. y Caracas. Dirige el curso “Reglas Internacionales contra la Corrupción”, en el Posgrado de Derecho de la UCA. Fue candidato independiente a Vicejefe de Gobierno de la Ciudad de Bs. As., por el partido Recrear para el Crecimiento, en 2003 . Trabaja como consultor en programas anticorrupción, para diversos organismos internacionales y agencias extranjeras. Escribió numerosos artículos en diarios de la Argentina y del exterior. Ha dado cursos y conferencias sobre temas de su especialidad en casi todos los países de América.

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Notas relacionadas:

Richard Stallman, víctima de la inseguridad

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El creador de GNU y máximo impulsor del sistema operativo Linux, Richard Stallman, está en Buenos Aires y ha sido víctima de un robo. Mientras daba una conferencia le sustrajeron un bolso con una notebook, mil dólares y medicamentos.

¡Bienvenido a la Argentina, Richard!

Antes del robo, Stallman ya había dicho que no "volvería más" a nuestro país porque "no está de acuerdo" con tener que poner las huellas digitales en Ezeiza.

¡Richard, querido... tengo una excelente idea para vos! Para la próxima conferencia te recomiendo que "inventes" un sistema en que todos los "fans" del software libre pasen sus deditos antes de ingresar a escucharte... ¡y antes de salir!

Seguro, te irás a ahorrar muchos problemas.


En Taringa, sin embargo, han sabido comentarme algo muy interesante: "no le robaron; 'Compartio' su notebook y los mil dolares para que no sean parte de un sistema privativo como lo son las pertenencias personales".
 
Fuente: Infobae

Analizando a Laura Di Marco, autora de "La Cámpora"

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No sólo el cabello de Laura Di Marco luce como el de una veinteañera sino que también predomina en ella la impronta de una adolescente que sale de shopping. Tiene la risa despreocupada y el hablar seguro; bajo un flequillo manso asoma una mirada amena y confiable. Pero es la mujer que puso en tela de juicio el indiscutible “aparato” de la Cámpora, la organización kirchnerista que, a paso ligero, amenaza con apropiarse del manejo de las principales empresas estatales. Antes de que su libro saliera en circulación se dice que los medios oficialistas habían recibido la ucase de evitar toda mención en torno al mismo; cero prensa, pues.
Laura Di Marco es periodista del matutino porteño “La Nación” y su nombre obtuvo relieve internacional con la publicación de “La Cámpora – La historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner”. El mezquino intento de opacar el trabajo de Di Marco fue descubierto a tiempo (una cadena de mails contenía la directiva de no mencionar el libro en los medios oficialistas) y el escrache redundó en la mejor prensa imaginable. El tiro les terminó saliendo por la culata, y hoy el libro es un material de consulta insoslayable toda vez que se pretenda investigar en torno a “las mil flores florecidas” [1] que, según la autora, han cobrado sueldos de hasta 30 mil pesos y cuyos manejos han sido lapidarios para las arcas del Estado.
Pero yo no me dirigí hasta Laura Di Marco para informarme sobre su libro (cuya lectura, por supuesto, resulta más ilustrativa que todas las preguntas que pueda realizarle, además de que ella misma ya ha concedido decenas de entrevistas por el estilo). Me acerqué a la autora de “La Cámpora” porque quise saber cómo piensa ella y – lo más interesante – hasta dónde se anima a decir lo que piensa. Fui a buscar coincidencias como así también diferencias, por supuesto que siempre confiado en el rigor profesional de su atenta mirada periodística.
Di Marco es periodista del diario “La Nación” que, junto con “Clarín”, son los de mayor alcance nacional. Siempre he recelado de la excesiva “cintura política” de la prensa grande de nuestro país; es decir, ese “decoro” persistente en lo que respecta a tocar temas difíciles que vayan a ser entendidos como políticamente incorrectos.
Laura Di Marco, en mucho, recrea la línea sutil y muy educada de “La Nación”, sin duda alguna, el periódico mejor escrito y con la editorial – a veces – más jugada entre los grandes medios. Pero lo “jugado” muchas veces no es lo más certero o lo más exhaustivo, mucho menos en lo que respecta a cuestiones de sensible coyuntura política. Quizás acostumbrada a preguntas de rigor, Di Marco detalló la “enternecedora” relación entre los militantes “K” con la figura del ex presidente Héctor Cámpora.
- ¿Qué cosas considerarías necesarias recordarles, respecto del ex presidente Cámpora – de donde obtiene el nombre – a los jóvenes que hoy integran la organización?, le pregunté, a secas.
A lo cual respondió: “Hay dos motivos por el cual usaron el nombre de Cámpora para llamar a su organización. Primero por la lealtad, ya que más allá de que Cámpora era un conservador, era ‘el tío’ que bancó a los Montoneros. Ellos lo reivindican porque creen que fue un hombre olvidado, que fue muy leal con Perón. Muchos padres de integrantes de la Cámpora fueron militantes montoneros, de ahí que haya un “feeling” particular. En otro orden, cosa que pocos saben, (el ex militante montonero y diputado de Proyecto Sur, Miguel) Bonasso, cuando nace el Grupo Calafate – embrión del kirchnerismo –, va a cubrir ese evento, tanto como periodista como setentista. Y Miguel Bonasso es autor de ‘El presidente que no fue’, una biografía de Cámpora”. En fin, según Di Marco, Máximo Kirchner – que contaba con 21 años – se interesó con los encendidos relatos de Bonasso en torno a Cámpora, de tal suerte que así llamaría a la organización que luego encabezaría.
Sin faltar a la verdad y ciertamente con precisión, la relación de Di Marco no obstante prescinde – según mi propia óptica – del nivel de detalle esperado. De ahí que con mi siguiente pregunta haya tenido yo que ir directamente al grano, es decir, a lo que a mí me interesaba (que, como ya dije, es conocer la forma de pensar de mi entrevistada). 
- ¿Qué opinión te merece la anulación de la Cámara Penal en lo Federal por parte de Héctor Cámpora?, le pregunté.
A lo cual, la periodista de “La Nación”, respondió de una forma bien ilustrativa:
- ¿Al respecto de la liberación de los “presos políticos”?.
- ¿“Presos políticos” los llama usted? Me parece que llamarlos así es un cumplido -, retruqué algo sorprendido, ya que considero que se trataba de 2 mil terroristas juzgados y condenados por la Cámara Federal en lo Penal, único organismo jurisprudencial con competencia para juzgar actos de terrorismo.
Mi entrevistada no hallaría inconvenientes, sin embargo, en desenvolverse de inmediato:
- Bueno, había de todo, ¿no? Bueno… había, había criminales, había presos políticos. Había de todo. Yo soy enemiga de la generalización.
Yo me pregunto: ¿acaso no es una más que complaciente generalización mencionar a todo el conjunto de reos como a "presos políticos"? Decir que los 2 mil terroristas que liberó Cámpora eran "presos políticos" equivale, sencillamente, a santificarlos. Los muchachos de La Cámpora - setentistas en el discurso - aprobarían alegremente a la periodista Di Marco.

En definitiva, Laura Di Marco es una periodista muy profesional. Pero lamentablemente vivimos en un país donde el periodismo profesional se cuida temerosamente de dos cosas: primero, de no llamar a las cosas por su nombre (terroristas a los terroristas, por caso); y segundo, de no zaherir demasiado la conciencia de los actores políticos – que incluso denunciamos. Yo resumiría en la siguiente consigna: “te pego hasta donde me dejes”. Hubo un momento de la entrevista en que se generó una suave discusión cuando yo le apunté, según lo que podía deducir de sus mismas palabras, que los “manejos” de la Cámpora eran “fraudulentos”.
- ¿Fraudulentos… por qué? -, objetó. - Sí, puede ser… si le llamás fraudulento a que están cerca de presupuestos muy abultados, sin control. Poco transparentes yo diría, para ser exactos. Hasta que la justicia no lo pruebe, es poco transparente. Es raro. Es oscuro, podemos decir... ¡Vos sos muy duro! ¿Anticamporista…? Todavía la justicia no dijo que cometieron un delito, por eso no uso yo “fraudulento”. Sí podría usarlo con Boudou, que tiene una imputación por enriquecimiento ilícito; pero con la Cámpora todavía no sucedió.
Al final de la entrevista, sin embargo, Di Marco dice que "La Cámpora se emparenta con los noventa por la corrupción". Tampoco la justicia se ha expedido aún a este respecto, y ello no le impide vertir tamaña acusación. En fin, si vamos a esperar a que jueces como Zafaroni u Oyarbide nos concedan el uso del vocablo, posiblemente vayamos a aplicar “fraudulento” el día que todo el mundo hable esperanto.
Vivimos en un país donde el periodismo tiene la obligación de no ir al mismo ritmo de la justicia, y por la sencilla razón de que esta última no tiene ritmo. Es decir, el ritmo se lo impone el poder de turno, y es este mismo quien decide, al final, qué está bien y qué está mal, quién va preso y quién queda libre. Desde ya, el trabajo y la dedicación de Laura Di Marco en “La Cámpora” es admirable (insoslayable para todo aquel que quiera conocer e investigar), aunque – a juzgar por las palabras de la autora – yo lo suscribiría como eminentemente susceptible de recibir añadiduras, observaciones.
En conclusión, Laura Di Marco (fiel reflejo de la línea editorial de “La Nación”), se ha tomado la doble responsabilidad de “informar” sobre un hecho como asimismo de “mediar” entre la sociedad y los actores políticos. La consigna es loable, por supuesto, pero acarrea el doble riesgo de informar hasta cierto punto, como asimismo de mediar insuficientemente (si bien la gente tiene mayor noción sobre La Cámpora, la misma persiste esquiva de explicaciones valederas al respecto de los grandes cuestionamientos que le pesan. Como bien ha dicho Di Marco, a Máximo Kirchner, por caso, aún no se le conoce la voz).
     Muchas veces "mediar" e "informar", en un mismo propósito, se contrarrestan entre sí. Es el problema por el que actualmente atraviezan Clarín, La Nación y la mayoría de los grandes medios de este país.
Para finalizar, le pregunté:
- "La Cámpora", ¿es un libro que duele o que lastima?
Quien en un principio me dijo que su libro era un "libro de grises", completó con clase:
- Mi libro les dolió. Pero definitivamente mi libro les dolió porque viene del progresismo. No pueden decir que el libro es "facho". Ellos dicen que su organización es progresista, y yo les digo que en realidad no lo son. Han asumido una identidad falsa, que tiene mucho más de continuidad con los noventa que de ruptura, como ser en lo que respecta a la corrupción.
Los invito a que vean la siguiente entrevista:


[1] Néstor Kirchner había sabido referir, al respecto de los jóvenes de la Cámpora, la famosa frase del lider comunista chino Mao Zedong: "qué florezcan mil flores".
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Lo que yo pude "sacarle" a Ceferino Reato

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“Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte”. En rigor, si se buscó enmascarar o disimular la muerte del enemigo es porque se pretendió alejar lo mismo del conocimiento y la complicidad de la ciudadanía.


Llega cierto momento en que es imposible no preguntarse si el periodista Ceferino Reato – como cualquier otro mortal – tiene alma o algo que se le parezca, tal es el desapasionamiento con que sus palabras ilustran la época más difícil de nuestra historia reciente. Autor del libro “Disposición Final – La confesión de Videla sobre los desaparecidos” y eje de una polémica en torno al tema, el también escritor del mentado título “Operación Traviata” se debate en medio de la tormenta con un equilibrio admirable. Sus afirmaciones generan incomodidad y reproches tanto en la izquierda como en la derecha.
     En rigor, el mismo Reato ha tomado por objetivo “sólo informar” al público interesado, lo cual – como él mismo ha dicho – le impide tomar partido por tal o cual bando. Y eso es, no obstante, lo que a muchos “les molesta”. Nada inquieta tanto al sofista como nuestra prescindencia de creer en sofismas. En este sentido, los colegas-militantes de izquierda están enojados con Reato por dos cosas: primero, porque no tienen esperanzas de sumarlo a sus “filas”; segundo, porque tampoco pueden enrolarlo en la derecha. ¡Están desesperados! ¡No hay libreto que encaje!
     Es que en este sentido, Ceferino Reato, ya tiene una posición tomada, y la apunta claramente en su último libro: “El periodista indaga y busca la verdad para comunicarla al público; sabe que siempre será una verdad relativa y que la objetividad no será alcanzada, pero se esfuerza en llegar lo más cerca posible. Milita a favor de su profesión y no a favor de los ideales y los intereses de un político, por loables que puedan ser”.
     “Me remito a lo que dicen los mismos protagonistas”, apunta mi entrevistado, y remata: “en los setenta aquí hubo una guerra. Lo dice Videla y lo dice Firmenich”. A renglón seguido le cierra la puerta, empero, al que vaya a entusiasmarse demasiado con sus palabras: “Que haya habido una guerra, no quiere decir que sean legítimas las violaciones a los derechos humanos”, mientras que por otro lado señala que “indudablemente son peores los crímenes que haya cometido el Estado a los cometidos por la guerrilla”.
     Ceferino Reato se desenvuelve con una literatura más bien semántica y racional antes que retórica, acaso para no opacar con propio colorido el valor testimonial de la gran herramienta de investigación que nos ofrece. Por primera vez – después de tantos años y después de tanta discusión – es el mismo Videla quien nos ofrece “su” relato de los años 70. “Disposición Final”, más allá del espasmo que pueda ocasionar el rigor testimonial, engloba una buena noticia para los argentinos. “Tengo un peso en el alma”, confesaría el ex presidente, toda vez que accedió a entrevistarse con Reato tanto para asumir sus responsabilidades como asimismo para “desresponsabilizar” a la ciudadanía argentina en lo que respecta a la figura del desaparecido, varias veces utilizada por el oficialismo para fijar un sentimiento de culpa en las personas o “clases sociales” que habrían sido complacientes con los métodos de los militares.
     Jorge Videla, aunque sin permitirse la humanización de un lenguaje estrictamente soldadesco, desliga a los argentinos de las medidas adoptadas por la Última Dictadura: “Para no provocar protestas dentro y fuera del país, sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera; cada desaparición puede ser entendida como el enmascaramiento, el disimulo de una muerte”. En rigor, si se buscó enmascarar o disimular la muerte del enemigo es porque se pretendió alejar lo mismo del conocimiento y la complicidad de la ciudadanía.
     ¿Acaso la obra, como suele ocurrir, es susceptible de “humanizar” una figura por todos lados y por todos los medios demonizada en extremo? Ésta puede ser una pregunta que preocupe a los que obtienen rédito de tamaña demonización, ya que el lector con afán investigativo o bien simple curiosidad obtendrá de sus páginas un argumento más que servirá para completar un juicio certero al respecto de los hechos. Casualmente, los mismos que “recelan” del testimonio de Videla son los mismos que hacen “oído sordo” a testimonios como los de Firmenich (en que reconoce que hubo una guerra y que ellos no “eran jóvenes idealistas sino soldados al servicio de una causa”), o como el de los mismos protagonistas de la renombrada Noche de los Lápices, y que convierte en simple mito la literatura que a muchos les llenó los bolsillos. Prescindir del contexto histórico al momento de encarar una discusión sobre los 70 es el recurso inefable de aquellos que se favorecen con el distanciamiento y los rencores entre los argentinos. En definitiva, que hable Videla no va a cambiar lo que haya hecho.
     En otro sentido, muchos han sido los que han reaccionado por el hecho de que se diera “micrófono” al ex General Videla. Efectivamente, tienen razón, toda la razón del mundo. Tienen razón en no haber sido “ellos” quienes lo entrevistaran. ¿Qué trabajo podrían habernos ofrecido? Por otro lado, flaco favor nos hubiera hecho el periodismo argentino de no habernos legado el testimonio del mismísimo Videla, descarnado, sincero, aterrador o como se quiera, pero testimonio al fin. En fin, es mucho menos “grave” ser un periodista que entrevista a un ex dictador preso que ser un periodista ex guerrillero cuyos crímenes nunca han recibido el tratamiento de justicia alguna. Ceferino Reato arroja un as de luz donde otros más bien prefieren el predominio de la oscuridad.
     Incómodo tanto para  “anti-Videlas” como para “videlistas”, rigurosamente documental y por de más de sobrio (al respecto de un tema que encrespa hasta al más desprevenido), “Disposición Final” retoma el hilo de los setenta con la impronta y el prestigio de un exhaustivo trabajo de investigación. Es lícita, por supuesto, la discusión de si debiera haberse entrevistado o no a Videla… pero, en definitiva – para preocupación de algunos –, tarde o temprano alguien lo tenía que hacer. Menos mal que ese alguien es el señor Ceferino Reato.



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