OCTUBRE SE NOS aproxima vertiginosamente: no es para menos, ya que se define al fin la suerte que ha de seguir nuestro país no sólo por cuatro años, sino por mucho más. No se crean que en 2015, de seguir esta misma “racha”, las instituciones habrán de estar igual de debilitadas que ahora. Venezuela es un fiel testimonio de que un mandato más puede ser crucial para el destino de una sociedad, de una sociedad que hoy ya no puede sacarse al chavismo de encima. Si hoy la oposición se presenta tan fragmentada e insignificante, ¿se imaginan lo que ha de ser después de cuatro años más de gobierno K?
Pero no todo es culpa de este gobierno, honestamente. En reiteradas ocasiones, la oposición ha sabido mostrar la hilacha de forma inmejorable. Tanto Duhalde como Saá, y por la otra vereda tanto Binner, Alfonsín como Solanas, han dejado traslucir que, por sobre los verdaderos intereses nacionales, han tenido relevancia lamentables cuestiones partidarias. Nunca, como esta vez, los argentinos nos vemos totalmente desprovistos de opciones confiables en materia de sufragio. El ejercicio de la democracia por naturaleza ya implica un riesgo; para los argentinos, empero, más que riesgoso suele ser psicópata y hasta suicida. En fin, no es para tibios la argentinidad.
En rigor, los problemas en democracia se solucionan con más democracia. Si algo falla – la confianza – es preciso escarbar hasta dar con la alternativa correcta. Lo mismo que sucede en psiquiatría: ¿por cuántas drogas debe pasar el paciente hasta dar con la que hace el efecto deseado? Peor es, sin embargo, no arriesgarse por alcanzar la cura al problema (al drama) que nos aqueja.
Aunque joven, nuestra democracia está envejecida. La institucionalidad de nuestro país descansa sobre un colchón en pésimas condiciones. La misma postura de siempre nos ha ocasionado estragos en la espalda: el día, pues, nos encuentra malhumorados, tiesos. A falta de cambio, se han oxidado los resortitos de nuestra democracia. La democracia de nuestros sueños se ha tornado en lamentable pesadilla. Llegó la hora de tomar cartas en el asunto, de hacer algo. Llegó la hora… de votar.
Por eso mismo es que elaboré el siguiente CATÁLOGO DEL VOTANTE a fin de conocer la naturaleza o el espíritu con el que en octubre vamos a verter nuestro voto. No es perfecto, y además… es impreciso, pero es lo menos imperfecto y lo más preciso que conseguí realizar al respecto. Entiendo que en octubre, los argentinos tenemos diez maneras diferentes de votar, de sellar nuestra democracia o de borronearla más todavía.
--Voto ganador: es aquél que el votante vierte a un candidato potencialmente ganador (Cristina, Duhalde, Alfonsín);
--Voto partidario: es aquél que el votante vierte al candidato que representa sus propias simpatías políticas sin importar que gane o no. Se trata, más allá del romanticismo, de un voto ciego y egoísta; el votante no vota un proyecto, vota un partido.
--Voto perdedor: es aquél que el votante vota al candidato que directamente no tiene chances de ganar (Binner, Carrió, Saá, etc.). Aquello que diferencia a este voto del partidario es su mayor grado de insignificancia al respecto del resultado final de las elecciones. El votante no vota un proyecto y antes que a un partido, vota a un perdedor (siendo que el voto partidario, dada las circunstancias, puede ser un voto ganador). Eventualmente podría su voto sumar en materia partidaria y performance parlamentaria, pero la naturaleza original de dicho sufragio es la de respaldar a un candidato y partido perdedores, a consciencia.
--Voto sacrificio o ballotage: el votante vota a un candidato ganador más allá de que éste no represente su ideología partidaria y ni satisfaga sus expectativas particulares. La intención del votante, en realidad, resume en menoscabar las posibilidades de triunfo de otro candidato potencialmente ganador que considere menos conveniente para el futuro del país (“le voto a Duhalde para que no gane Cristina en primera vuelta”).
--Voto resignación: llegado el ballotage, se trata del voto que forzosamente debe asignar el sufragante a uno de los dos candidatos en caso de que ninguno de los dos haya sido votado por él anteriormente (“Le voté a Binner; ahora le voto a Cristina” o “le voté a Saá, ahora le voto a Duhalde”. Nótese, pues, la posible coherencia ideológica del sufragante).
--Voto “rastrero”: es aquél sufragio que – en ballotage – se vierte a un candidato con la sola intención de perjudicar al candidato con el que menos se simpatiza. (“Voto a Cristina para que no gane Duhalde”). Lo que diferencia a este voto del “voto resignación” es tan simplemente el espíritu o la voluntad del votante: mientras que uno busca beneficiar una alternativa para el país, el “rastrero” persigue perjudicar las chances ganadoras de esta misma (“le voté a Saá; ahora le voto a Cristina”. Cero coherencia, pues).
--Voto “reafirmativo”: es aquél, naturalmente, que se consigna – en ballotage – al mismo candidato que antes.
--Voto imbécil: este voto se subdivide en tres categorías: a) – Voto a tal candidato porque me beneficiaría en tal o cual aspecto en particular, sin importarme que su proyecto no sea saludable para el resto de los 40 millones de argentinos (en el 94, por ejemplo, muchos votaron a Menem porque les iría bien a ellos a sabiendas de que el país iba rumbo al desastre); b) – voto a tal candidato porque “es preferible mal conocido que mal por conocer” (preguntémosle al 50 % de los venezolanos cuán feliz están con su “mal conocido” cada día más enquistado en Palacio de Miraflores); c) – voto a tal candidato porque no sé a quién votar (dejando de manifiesto la tibieza de espíritu y la falta de vocación democrática, más allá de la eminente susceptibilidad ante la propaganda electoralista. Se trata, pues, de un voto sin convicción).
--Voto esquizofrénico: es cuando se vota en función de una quimera ideológica de antaño o de un aspecto irrelevante o estrictamente doctrinario del presente (“voto a Cristina porque encarna ideales revolucionarios” o “porque metió presos a los milicos” o “porque es la que más ‘luchó’ por los DD.HH.” o “porque más hizo por la libertad de expresión”). El denominador común de este voto es la manifiesta ignorancia del votante, toda vez que ignora (o pretende ignorar) el enorme margen de discusión y la gran injusticia que existen al respecto de los susodichos motivos que le llevan a votar al candidato. Se trata de un voto que busca excusar, por otro lado, una conducta egoísta y antidemocrática del eventual votante, mucho más notables que en el voto partidario.
--Voto en blanco o impugnado: si bien son dos cosas distintas, el resultado es el mismo: es un voto que no cuenta ni para sumar ni para restar. Obviamente que el que vote en blanco, a la larga, está votando al candidato que termine venciendo en las elecciones. El futuro presidente debería rendirle a este votante un cálido agradecimiento.
¡Argentinos... pensemos, hablemos y vivamos con el CORAZÓN! ¡Pero votemos con la cabeza!
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